Vías Pirineos de dificultad media, [escalada PD, AD, D (IIº/IVº, máx. Vº)]. Vivencias de montaña. Rincones desconocidos o escasamente divulgados. Y alguna que otra reflexión

sábado, 23 de febrero de 2013

Encadenar tresmiles.

Cada época imprime su propio carácter a la generación que la define: cuando antaño pocos soñaban con hacer más de una cima por excursión, constituyen legión quienes hoy saltan de risco en risco para acumular en la mochila cuantos más trofeos mejor, siempre —por supuesto—, que en ellos figure inscrita una cifra mítica: tres mil metros. Parece tan curioso como contradictorio que todos los defensores del límite de los tres mil (sea de forma aislada o en cadena) citen, como excusa previa a una argumentación en la que se sacrificará calidad por cantidad, algunos nombres de prestigio entre los que nunca falta el Midi... Pero resulta difícil criticar una moda, hábito o costumbre, simplemente porque no nos gusta; aún peor si somos susceptibles de caer en ella e, incluso, potencialmente reincidentes (ánimo y salud eterna para ello). En todo caso, la frontera de los tres mil marca una nítida divisoria en los objetivos pirenaicos, pero, afortunadamente, es posible señalar al menos dos casos en los que calidad y cantidad caminan unidas: hermosas travesías de crestas, con alguna mínima dificultad y regreso por diferente ruta de la utilizada en el ascenso, donde la travesía en sí misma constituye un objetivo de primer orden, independientemente del número de cimas a las que se asciende. La primera opción consiste en la circunvalación del circo cimero del Vignemale (desde el Petit al Monferrat); la segunda atraviesa el macizo de la Munia.

la cresta que proviene del Petit Vignemale

El Vignemale supone una cima de acceso prolongado y fastidioso por el valle del Ara. Hace años subí, desde Bujaruelo, por la gran canal de Cerbillona; pero esta excursión es poco recomendable y excluye el recorrido de las cumbres. Sin embargo, desde el valle d´Ossoue resulta francamente accesible. Podemos aproximarnos al embalse mediante una estrecha y sinuosa carreterilla que deviene pista en buen estado hasta su tramo final más empinado. Si nos preocupa la salud de nuestro vehículo, es siempre aconsejable recorrer al menos un kilómetro sobre piso irregular para eludir potenciales desprendimientos de piedras cuando la tierra releva a la calzada asfaltada, tras una angosta garganta. Un marcado sendero nos trasladará con rapidez desde el lugar elegido para aparcar o desde el embalse d´Ossoue (1.834 m.) hasta la cima del Petit Vignemale. En la ruta visitaremos las grutas Bellevue (2.378 m.) que Russell mandó excavar y podremos completar nuestra reserva de agua con garantías en el refugio de Bayssellance (2.651 m.), lo que permite una aproximación con menor peso. 

Pitón Carré y Pointe Chausenque 

Desde el Petit Vignemale nos espera un estimulante descenso al col des Glaciers, a través de una bellísima cresta cuya descripición detallada induce a preocuparnos por una dificultad mayor que la real. Nunca excede del IIIº grado sobre roca segura, y el famoso descenso por la chimenea es evidente, salvo que nuestro exceso de entusiasmo nos invite a destrepar directamente una corta placa un poco más difícil: los problemas sólo pueden derivar de las malas condiciones de la roca (probablemente muy fría al alba). Proseguiremos desde el collado, apenas sin utilizar las manos: la Pique Longue nos aguarda próxima, apenas un poco más allá de la Pointe Chausenque. Pero despreciaremos urgencias inadmisibles, pues sería imperdonable ignorar el espléndido espectáculo que la Naturaleza nos brinda a uno y otro lado: especialmente notable —e impresionante— es la contemplación de la salida del Couloir de Gaube, que observaremos desde un balcón de primera categoría, la cima del Pitón Carré, mientras la luz se desborda a nuestra izquierda en el glaciar d´Ossoue y, a la derecha, los séracs del glaciar de Oulettes se difuminan en las sombras proyectadas por la muralla. 

salida couloir de Gaube
Petit Vignemale
cresta Petit-Chausenque

Así llegaremos un poco después al punto culminante del macizo, oportunidad para un breve reposo y ocasión, también, de contemplar el tránsito de numerosas caravanas que ascienden por la vía normal, bombardeándose unas a otras con numerosas piedrecillas sueltas, presentes con prodigalidad en el descompuesto muro final. Nuestra ruta nos permitirá eludirlo en el descenso, así como las insidiosas grietas, más o menos enmascaradas, que todavía pueden encontrarse en el glaciar d´Ossoue. La continuación a través del Clot de la Hount, a despecho de algunos fáciles pasos, es muy rápida (en presencia de hielo, al principio de la temporada, podría resultar algo más compleja en un determinado punto). Muy pronto pisaremos el collado en el que muere la gran canal y afrontaremos (siempre andando) las cumbres de Cerbillona y Central, para alcanzar sin problemas el Monferrat, algo más altos pero con escaso retraso sobre las cordadas —a veces imprudentemente desencordadas— que descienden por el glaciar... Es aconsejable interrumpir aquí nuestro paseo, que también podríamos prolongar hasta el Tapou y Millieu a condición de superar unos tramos muy descompuestos. El descenso del espolón oriental del Monferrat es sencillo, aunque nos obligará a usar las manos de vez en cuando. Regresaremos al coche tras una excursión que nunca debería superar las doce horas y podría acortarse bastante (mi ritmo, tan constante como parsimonioso, exigió diez horas efectivas desde el embalse), hasta completar uno de los más bellos recorridos que nos brinda la cadena. 

comienzo de la travesía de la Munia bajo el Gerbats

Ascender a la Munia y regresar por el mismo camino nos condena a una monotonía de la que podemos escapar mediante una hermosa travesía partiendo del aparcamiento del circo de Troumouse —vecino al de Gavarnie y accesible desde la población de Gèdre—. Desde aquí, una travesía en el flanco del Gerbats nos conducirá a la cresta, dejando a nuestra derecha los abismos que nos separan del fondo del Circo: será preciso atravesar un terreno, sin dificultad aunque muy expuesto, en el que hierba y roca pueden estar tapizadas de escarcha (al menos, ese fue mi caso); de poco sirve encordarnos, pero sí es aconsejable fijar la vía de descenso en el otro extremos del macizo y tomar referencias para localizarla incluso con mala visibilidad.

la Munia desde Troumouse

El recorrido —Petit Pic Blanc, Heid, Troumouse, Serre Mourène, Petite Munia y Munia— se efectúa andando, con la única excepción de un corto paso de III, y escasos metros de fácil trepar a continuación. Tampoco el descenso ofrece inicialmente problemas de relevancia, y probablemente no identificaremos el conocido “Paso del Gato”. Sin embargo, podría resultar complicado encontrar el único punto débil que ofrecen las verticales paredes: desde el collado de la Munia rodearemos el glaciar por su margen derecho. Ya en el borde superior de los escarpes, una vaga canal orientada al Este desciende paralela a la muralla hasta un cono de nieve, amplio y perpendicular al corredor. Algunas guías señalan como alternativa la utilización de un empinado pasillo que desciende directamente desde una pequeña olla intermedia, próxima a un espolón que corta la continuidad de las paredes; tanto nuestro buen sentido como las referencias tomadas en el inicio de la excursión nos aconsejarán la mejor opción. 

desde Serre Mourene hasta la Munia

Podría tentarnos la travesía en sentido opuesto. Solucionaríamos así el problema de localizar la vía de descenso, pues generalmente la niebla sólo oculta las cumbres, y, además, el riesgo de desprendimientos se reduce mucho al amanecer. Por el contrario, el precio psicológico de un retroceso al término de la jornada nos induciría a cruzar las rampas bajo el Gerbats incluso si allí perdurasen malas condiciones. Otra peculiaridad de esta excursión reside en que es factible regresar para comer en el fondo del valle, a costa de madrugar un poco.

Tanto la travesía del Vignemale como la de la Munia carecen de exigencias técnicas (máximo III+) y están al alcance de cualquiera. No obstante, ambas exigen un compromiso importante que no debería afrontarse con tiempo inseguro o con escaso bagaje de experiencia y sentido de la montaña. Resulta fácil interrumpir el recorrido en el Vignemale, pero es mucho más complicado —en la práctica imposible, salvo el descenso a Pineta por La Larri— hacerlo en la Munia; el rodeo de Serre Mourène por sus flancos es más peligroso (neveros empinados) que la superación de la arista (AD). Resta, por fin, añadir que esta descripción no pretende sustituir a la de una buena guía, sino aportar algunas precisiones fruto de mi experiencia personal en ambas rutas.

domingo, 17 de febrero de 2013

La travesía Peyralún / L´Ouradé

Montañas tan visibles como poco visitadas, las Ferraturas cierran al Norte el Valle de Tena entre el Portalet y el collado de la Soba, junto al Pico de Arriel. En su mitad occidental, la travesía entre las cumbres de Peyralún y L’Ouradé es un interesante ejercicio para quienes aman el terreno de aventura y profesan la filosofía de aceptar cualquier terreno y cualquier ocasión, pero deberían renunciar quienes no posean mucha experiencia y hábito de moverse sobre terrenos muy abruptos y comprometidos. 

el perfil de la cresta
El acceso al pico de Peyralún desde el puerto viejo de Sallent no presenta ningún problema, si bien merece la pena un pequeño desvío hasta la punta de Baldetosta. Superada la antecima del Peyralún, siempre andando, aparece una cresta afilada, de materiales atormentados que se desmoronan con suma facilidad y pueden obligarnos a usar discretamente las manos antes de pisar la cima. Desde allí, se abre una excelente perspectiva de la continuación, donde se concentran los principales obstáculos del recorrido: un doble resalte formidable, tras el cual no parece existir ninguna dificultad especial. Pero todo aquí es engañoso…

Tras descender tranquilamente del Peyralún por una cresta herbosa y dislocada, encontraremos en su punto más bajo una piedrecilla, apenas nada, la cual nos aconsejará un prudente retroceso cuando intentemos destreparla, tal es su insidiosa naturaleza. En el colladito que la precede suele existir alguna baga presta para facilitar el rápel de huída hacia una u otra vertiente. Por desgracia, el rodeo por la vertiente oriental, española, es bastante más largo de lo que aparenta y tiene lugar sobre un terreno francamente desagradable. Del otro lado y probablemente más recomendable, la alternativa francesa también se presenta engorrosa e incómoda: ¡qué remedio: merece la pena echar otra miradita a este minúsculo gendarme! (tiene una curiosa e importante prolongación hacia el Oeste). La roca, por fortuna, y como una gratísima excepción de lo que hemos pisado hasta aquí, es sólida; las presas reducidísimas y escasas, imponen un destrepe breve pero muy delicado (IV).

Un poco más allá, y tras otro corto paseo sobre cresteríos herbosos, llegamos al pie del primer resalte, cuya superación podría ofrecer varios puntos débiles. ¿Para qué complicarnos la vida? La chimenea más próxima, a la derecha, se deja subir bien (II/III-) y ofrece una roca suficientemente sólida, que nos parecerá excepcional en comparación con la soportada hasta aquí. Eso sí, tras su salida, será preciso girar hacia la izquierda y vencer un paso, corto, apenas expuesto (IV+), para dominar un labio extraplomado. Algunos metros, horizontales, también sobre hierba, nos conducen al pie del segundo resalte cuyo aspecto es poco acogedor. Sin embargo, los primeros escarceos por su filo son muy fáciles, de bloque en bloque, con enormes presas. Hacia la mitad, la hierba y pequeñas terrazas de tierra húmeda e inestable, sustituyen a la roca y nos complican la ascensión. La pendiente es muy escarpada y el terreno trasmite una embarazosa sensación de peligrosidad. Será preciso tentar cuidadosamente los vericuetos de esta trampa pérfida y desagradable para encontrar el itinerario que nos permita escapar de ella con mayor seguridad.

 doble resalte previo a la Coroneta
Arriba nos sorprende una pradera sosegada, como una ola mansa y sumisa, en la que uno esperaría encontrar un rebaño pastando apaciblemente. La dócil majada rompe de una forma brusca y sorprendente en todas direcciones, impidiendo la progresión hacia el ya próximo pico de L’Ouradé  Justo sobre la prolongación de la cresta, se abre una estrecha canal que permite el descenso: aunque sólo presenta algún problema en su mitad y sólo durante unos pocos metros, resulta sensato recurrir a la cuerda (rápel de 20 metros).
L´Ouradé
Una sucesión de suaves domos nos conducirán hasta las rocas de L’Ouradé desde donde, mediante una fácil y hermosa travesía cimera, alcanzaremos el pie de una esbelta agujilla desprendida de la pared. La rodearemos y nos desplazaremos unos metros a la derecha para superar una chimenea de dos metros (IV) encima del cual se abre una esplendida fisura vertical de unos cuatro metros. Al parecer, descendiendo unos metros hacia la derecha se alcanza una canal que conduce directamente a la cima sin mayor dificultad. Despreciando la atractiva y difícil fisura, también se puede girar a la izquierda, atravesar el colladito de la aguja y ganar la cima por otra chimenea (IV-) o fisura abierta. 

La prolongación de la travesía hacia el vecino pico de Ferraturas (Garmo Blanco en algunas publicaciones) es complicada y poco evidente, aunque merecería la pena extender el paseo hasta esta cima, cuyo descenso es algo incómodo (es también factible rodear el pico de L’Ouradé por la vertiente francesa, con escasa pérdida de altura). De otra forma, se impone el retorno a nuestro punto de partida, el Portalet, y, por tanto, el descenso, siempre fastidioso. Desde el collado de L’Ouradé hay que bajar por la vertiente española un talud acusado y sembrado de pequeños derrubios, hasta alcanzar los llanos del alto Arrigal y tornar al vehículo por la pista ganadera que nos dejará junto a las casas del Portalet. ¡Atención a esta bajada, que transcurre por un terreno muy empinado, desagradable y peligroso!... Para románticos y con disponibilidad de tiempo, en perfecta armonía con el espíritu de esta travesía, puede recomendarse el descenso por la vertiente francesa, así mismo arduo y complejo, para retornar al Portalet por el Puerto Viejo.

jueves, 14 de febrero de 2013

Los Dientes de los Batanes desde Panticosa

Hemos visto muchas veces esa quijada de incisivos audaces, esa silueta familiar y enigmática; sí, la hemos visto muchas veces, de lejos… porque las tres horas necesarias para alcanzar las pedreras del zócalo pesan más que el exiguo estímulo de unas paredes privadas de grandes desafíos. Tampoco la roca, de irregular calidad y excesivamente vestida de líquenes, constituye un aliciente. ¿Y qué decir de la interminable e insoslayable glera que ciñe a estas cumbres por todos los puntos cardinales?

Sea como fuere, los Dientes de los Batanes se han ganado nuestro interés: si intentamos su conquista acercándonos por los ibones de Bachimaña y Bramatuero, habremos de lidiar con una vasta aproximación cuya hermosura algo monótona escasamente llega a compensar la visita a estos valles remotos: mejor reservar tal esfuerzo para un reconocimiento del cordal fronterizo; si, por el contrario, elegimos el ataque directo por Labaza, casi una línea recta entre el Balneario de Panticosa y los Dientes, bastarán cuatro horas para alcanzar la cima principal, en la que confluyen tres aristas cortadas por sucesivas brechas que delimitan una caprichosa colección de dientes, muelas y resaltes. Quizá por un afán excesivamente simplificador, nos hemos habituado a reducir a sólo dos el número de puntas objeto de nuestra atención: la más alta, situada justo en la unión de las tres crestas que integran el macizo, y la conocida como Diente Central: ésta, situada inmediatamente al Oeste de la cima principal, es mucho más atractiva y se ha ganado una sólida reputación de inaccesible, bien defendida en todo su perímetro por una muralla vertical.

itinerarios vertiente Oeste Diente principal Batanes
Desde el Balneario, punto inicial de la excursión, precisaremos una hora para situarnos en el cruce del camino a Brazato con un desvío hacia la izquierda, señalado como ruta a los ibones de Labaza. Prosiguiendo la interminable serie de zetas que suceden a tal desvío, franquearemos media hora más tarde una tubería casi horizontal; un poco más allá desaparecerán las últimas trazas de sendero, sustituidas por hitos de piedra. Será necesaria otra hora para alcanzar los pequeños ibones del Serrato, desde donde podremos divisar la anhelada dentadura, invisible hasta ahora: en total, necesitaremos en torno a tres horas o poco más para situarnos sobre el inmenso canchal afianzado bajo la cima. Podemos optar entonces por el itinerario más accesible (PD): un dilatado rodeo hacia la izquierda (Oeste), para franquear la segunda brecha, ya que la primera e inmediata sabe defenderse, y ganar la cumbre por la vertiente de Bramatuero. También es posible, y más recomendable, la travesía de la cresta que apunta a Brazato y se extiende hasta el collado de Labaza: tras algunos pasos aislados (III) que pueden eludirse por la vertiente oriental, la última brecha que precede a la cima exige un pequeño aunque espectacular rápel como alternativa a un delicado destrepe; ya sobre el umbral de la hendedura despunta una soleada y evidente cornisa que nos depositará cómodamente a media altura del resalte, el cual venceremos mediante un corto paso (III+) sobre bloques en precario equilibrio. 

los Batanes desde la cresta de Labaza
Por último, para ganar la cima principal disponemos de una tercera opción, la cual nace al pie de la gran brecha que separa al abrupto Diente Central del Diente principal: justo al pie del corredor que asciende hasta el cuello de la brecha y despreciando su ascenso, hay que trepar hacia la derecha por el filo de la arista que delimita la escarpada pared Oeste, mediante una escalada aérea sobre bloques dislocados, fácil (III) si la roca está seca, pues este itinerario, plagado de líquenes, resulta totalmente desaconsejable bajo condiciones de humedad. Muy pronto, la dificultad decrece y apenas es necesario el uso de las manos, terminando la ascensión por el centro de la cara Oeste, cuando ésta ha perdido ya su ostentosa verticalidad. 

mirando hacia el valle del Ara
Resulta cómodo descender por la vertiente de Bramatuero, bien por la cresta Este (hitos; probablemente, la ruta más sencilla, que no puedo describir porque jamás la he recorrido) o, hacia el Oeste, buscando la gran brecha que separa esta cumbre del adyacente Diente Central y el paso más fácil (máximo III-), para doblar enseguida a la derecha hasta situarnos igualmente sobre las pedreras de Bramatuero. Desde ellas, nos dirigiremos a la mentada segunda brecha para retornar a Labaza (desde esta brecha se ataca el Diente Central por su vía normal). También es posible regresar por la vertiente Este hacia el collado de Labaza, solución, sin embargo, un tanto engorrosa. 

diente central, vertiente occidental

En cuanto al Diente Central, ubicado entre las dos grandes brechas, cabe resaltar su carácter más alpino y provocador: presenta un sólo punto débil, justo sobre el labio de la brecha más occidental, donde el muro vertical que lo circunda se reduce a tan sólo unos metros: la erguida y desdibujada chimenea que lo salva (III+) conduce a unas placas tumbadas, delicadas y lisas, aunque surcadas por varias fisuras entrelazadas, cuya escalada (III-) nos permite enlazar con el filo de la cresta, progresivamente más fácil hasta la cumbre. Si accedemos a esta cima por alguna vía alternativa —existen algunas atractivas sugerencias en un espacio totalmente abierto a nuestra imaginación—, la chimenea resultará difícil de encontrar para el descenso; aunque tampoco existe mucho dónde buscar, conviene en todo caso prever un pequeño rápel. 

diente Central vertiente oriental
Todavía resta un campo inexplorado en estas montañas, en especial sobre el erguido Diente Central. La vertiente de Labaza es siempre ruda y abunda en ella el liquen, particularmente resbaladizo cuando está húmedo —por el lado de Bramatuero la roca tiende a presentarse más firme y libre de tan peligrosas y molestas incrustaciones—. En particular, la pared está surcada por tres chimeneas que representan otras tantas oportunidades para conquistar la cima. Hasta ahora, únicamente he podido explorar la más occidental (IV, salida en IV+), próxima a la vía normal y consecuentemente de poco interés; en cambio, la situada en el extremo izquierdo de la cara constituiría una señalada fórmula para encadenar la travesía completa de los Dientes, desde Labaza a Xuans: un seductor itinerario, ya de cierta envergadura, del que tan sólo desmerece la calidad de la roca en algunos tramos.

lunes, 11 de febrero de 2013

De bichos y bichas en el monte.

Al hilo del comentario de Jesús Vallés, donde menciona su entrañable encuentro y posterior rescate de dos perros en las nieves heladas del Riguelo, me ha venido a la cabeza un suceso no tan simpático pero tan inusitado como aquel.

Morata de Jalón, sector del Almendro. Vía situada hacia la izquierda y que transcurre por una sucesión de placas sensiblemente verticales. Asciendo una decena de metros y me dispongo a superar el escudo central mediante una bella aunque corta baravesa; la placa está escindida por una fisurilla horizontal de un par de centímetros, excelente presa donde caben todas las falanges de la mano izquierda.

Bien porque sea preciso o fuere por cualquier otra razón que no alcanzo a recordar, mis ojos preceden a las puntas de mis dedos, prestos a encajarse en la providencial y codiciada fisura. Y mis ojos divisan justo a tiempo a una inquilina de la grieta, plácidamente recostada en su soleado fondo.

Me mira. La miro. Contemplo sus ojos fijos en mí... son redondos. ¡Uf! No se trata de las pupilas verticales de una víbora, pero... ¿Cómo ha podido llegar la bicha hasta aquí?

Pues solo cabe imaginar  alguna galería interior excavada en la roca. Lo cierto es que, desde entonces, más de una vez me he sorprendido escudriñando el interior de una presa en forma de agujero, antes de posar mis manos en ella.

Y, ya puestos, recuerdo otra ocasión en un paraje muy popular y concurrido, en un muro surcado por pequeñas oquedades y nichos horizontales sobre el que pensaba ejercitar alguna trepadilla, me topé con otro reptil descansando sobre una pequeña plataforma, a poco más de un metro del suelo. Y en esta ocasión, sí se trataba de una víbora.

Aparte de todo esto, he tenido un par de encuentros con jabalíes, ¡es increíble el ruido que llega a armar una manada en movimiento!, sin mayores consecuencias que el mutuo susto, pero el único bicho que ha intentado agredirme sin previa provocación ha sido... una vaca.

Todo esto, cuando se ha conocido el ataque por parte de un jabalí a un muchacho que realizaba una travesía con raquetas por el Parque Posset-Maladetas.

sábado, 9 de febrero de 2013

O Peñón (Serrato), cara Oeste. Perlas cultivadas

Las montañas de Panticosa sirven de cuna a numerosos lagos de una gran belleza. Entre los más altos, en la cabecera de Gramatuero, duerme en paz el ibón de Xuans, al pie de una pared masiva y abrupta que se alza hasta casi los 2.900 metros; un muro austero que cierra el horizonte de Norte a Sur y cuya inmensidad se refleja imperturbable en las aguas serenas del lago. Sólo la distancia, desde las más altas cimas que dominan Pondiellos y Bachimaña, nos permite apreciar la magnitud de tan altiva muralla: es O peñón (Serrato).

De aspecto bronco y desafiante, su visión siembra en nuestro ánimo el deseo de coronarla. La bizarra cara Oeste de O Peñón, demasiado apartada de los senderos gastados por interminables procesiones de caminantes, es, sobre todo, aventura, caminar por terreno salvaje. Ignorada en las guías y custodiada por una prolongada marcha de aproximación, sus escasas visitas tendrán, sin duda, motivaciones muy diversas, pero todas ellas viajarán unidas por un nexo común: el deseo de afrontar lo desconocido, una aspiración tan acreditada en las generaciones de pioneros que nos precedieron como, por desgracia, poco habitual en nuestro tiempo…

Al finalizar el mes de julio, un poco antes del alba, parto desde el Balneario de Panticosa, tras una joya escondida en esta enhiesta roca que me oculta el sol matinal, una alhaja de la cual todo lo ignoro, incluso su valor. Desde el lago inferior de Bachimaña desaparece cualquier rastro de sendero, apenas algún hito aislado hasta el ibón de Coanga y, después, nada. La roca y yo, solos. Tres horas y media de marcha, siempre hacia el Este, hasta el pie de la pared, tras la luz que baña la cresta cimera y dibuja un perfil brillante, frontera entre el cielo y el granito sombrío. Hubiera podido llegar con algo más de comodidad y tiempo ascendiendo por la cuenca de Gramatuero, pero tal ventaja armoniza mal con el espíritu que hoy guía mis pasos. Y, además, me perdería el encuentro, cara a cara, con O Peñón: ocasión, entonces, para deseñar un corredor que, muy a la derecha, asciende en diagonal hasta la cumbre, en favor del trazo más simple y puro: un ataque frontal, una línea recta que une directamente base y cima.


itinerario cara Oeste

Me enfundo el arnés y cuelgo en él algunos fisureros: cuando tanto desconocemos acerca de lo que nos espera, es preciso aparejarse con las mejores armas. Introduczco la cuerda a través del ABS y recojo la sobrante en la mochila, dispuesto a asegurar los pasos más enojosos. Sorprendentemente, asciendo por unas rocas fáciles, tal vez demasiado fáciles, despreciando una airosa chimenea, próxima... hace aún demasiado frío y mis manos inertes están poco preparadas para dominar unos pasos que se adivinan atléticos. Además, tampoco parece el itinerario más lógico.

En estos primeros escarceos apenas he encontrado algunos pasos de III y aun estos parecen fácilmente eludibles; la continuación es todavía más sencilla y prosigo... ¡andando! por la zona central de la pared. Decepción... y alivio, al mismo tiempo; dos sentimientos familiares de los que sólo quedará el desencanto, cuando, más tarde, el tiempo borre la fugaz desazón que siempre nos provoca la posibilidad de tropezar con un compromiso insuperable.

Progresivamente la roca se empina y empeora su calidad, hasta ahora excelente, a despecho de las numerosas piedrecillas que la erosión arranca de la roca madre y desperdiga por todas partes. Cambiar dificultad por peligro: un gran placer que siempre evoca sensaciones muy satisfactorias; hoy, también, una misión accesible, pues poco encuentro aquí inquietante hasta que, ya bajo el muro final, la montaña aprovecha su última oportunidad para oponer un argumento serio:

La pared, ahora sí, se empina para jugar con la vertical y me ofrece alternativamente como llave los dos flancos que rodean unas placas cuajadas de extraplomos, justo bajo la cima. Escojo una canal que bordea los desplomes por la derecha para superar esta barrera, el último obstáculo, surcado por tres chimeneas poco definidas y paralelas. Pocos metros después una sucesión de bloques inestables me detiene. No consigo asegurarme: en esta roca quebrada, que amenaza desplomarse en cualquier instante incluso sin mi ayuda, colocar un fisurero implica un esfuerzo tan simbólico como inútil. Rehúso y lo intento por la chimenea central, con idéntico resultado, que se repite una vez más en su vecina. Aquí, todo esta roto. Se impone el retroceso: una travesía delicada (IV+) me permite alcanzar la canal opuesta al otro lado de la vertical de la cima. Este es, sin duda, el “lado bueno”. Inmediatamente encuentro una roca sólida y acogedora, aunque quizá en mi apreciación influya la experiencia reciente. Un paso rápido (IV-) y unos metros de III. Eso es todo. Desemboco a diez metros de la cumbre, donde el sol me recibe con un cálido abrazo.


Buscaba en esta pared una joya, que no he hallado. Pero la Oeste de O Peñón, casi doscientos escarpadísimos metros, tampoco es bisutería. Quien ose desafiarla tendrá que vencer, al menos, el solitario y salvaje páramo que la defiende. Ni joya, ni fruslería; simplemente, una perla cultivada. Un regalo para quienes aspiran a mantener siempre viva la ilusión por la montaña. 


Siempre existe un límite inalcanzable, un más allá donde jamás llegaremos. Lo importante no es subir más alto ni afrontar desafíos más difíciles cada día. Lo que realmente importa es soñar. O Peñón es una cuna ideal.

viernes, 8 de febrero de 2013

MIdí d' Ossau. Travesía 4 puntas

Midí d’Ossau. Mítico monolito cuyas laderas parecen emerger de las entrañas de la tierra cuando nos elevamos sobre las praderas del Portalet. Sin embargo, al aproximarnos, su estructura compacta, de menhir, se resquebraja como antaño lo hizo la cobertura sedimentaria que lo escondía bajo el océano: se nos revela así un mundo inesperado, cuajado de agujas y sombrías hendiduras que penetran hasta su corazón.

Midí d’Ossau. La travesía de las cuatro puntas supone el más amplio punto de encuentro con esta espléndida montaña, que se alza como un vigía desafiante sobre el cielo. Excursión ruda, larga y exigente, sobre todo en cuanto a experiencia, es también discontinua y muchos de sus tramos transcurren sobre terreno fácil, incluso susceptible de cruzarse caminando; además, existen algunas opciones para abandonar el recorrido, lo que avala la posibilidad de emprender esta ruta incluso cuando la duda se sobrepone a nuestro coraje; no obstante, sería muy imprudente ignorar la relevancia del itinerario, que exige entrenamiento, así como una excelente movilidad y agilidad en el terreno de dificultad media. Roca de gran calidad, a despecho de algún que otro bloque inestable y de abundantes escombros sobre las terrazas inclinadas hacia el vacío; terreno intrincado, propicio al extravío, que nos obligará a estudiar cuidadosamente nuestra progresión y a valorar las horas de luz disponibles. El Midí ofrece con generosidad oportunidades alternativas para eludir ciertos pasos engorrosos, pero también deberemos contar con una muy alta probabilidad de afrontar en algún punto dificultades superiores a las previstas.

La travesía de las cuatro puntas asciende a la Jean Santé (couloir Pombie-Peyreget), remonta después la escarpada pared de la Punta de Aragón y alcanza desde ésta el Reino de Pombie, a través de una cresta magnífica. Desde el Grand Pic se llega por la Fourche al Petit, del que se desciende por su arista Sur o de Peyreget. Se trata de una excursión muy variada, plena de sorpresas, en la que cabalgaremos sobre airosos gendarmes y penetraremos en oscuros agujeros en los que nunca bebe el sol. Parece superfluo insistir en detalles reiteradamente descritos por guías como la Ollivier y la de Dupouey o, aún mejor, en la excelente obra de Bellefon “Las 100 mejores escaladas de los Pirineos” y, para los tramos que discurren por vías normales, los extensos análisis de Miguel Angulo; por el contrario, siempre son bienvenidas las matizaciones y el enriquecimiento de las reseñas con nuevos datos: así, pues, me limitaré a establecer algunas apreciaciones personales, complementarias de la información ya existente. 


Desde el aparcamiento, tras las primeras rampas del Portalet en su vertiente francesa, precisaremos unas dos horas para alcanzar el pie de la vía: unos metros antes de llegar al refugio de Pombie (una hora), dejaremos a la derecha el pequeño lago que yace a sus pies y abordaremos el sendero que conduce hacia el collado de Peyreget, camino que abandonaremos pronto para iniciar el asalto a la Grande Raillère. El terreno más estable se encuentra en su margen derecha, bajo las estribaciones de la punta Enmanuel, pero nada nos librará de cruzar los penosa y deslizante zona superior, cuando el vasto corredor se estrecha y observamos de frente la profunda entalladura del corredor Pombie-Peyreget, el cual se une en la brecha Jean Santé al de Pombie-Suzón, abierto en la vertiente contraria. Hasta muy entrado el verano, un pequeño nevero señala con precisión el punto de ataque, poco antes del codo de la Grande Raillère: un desdibujado corredor que asciende en diagonal por la muralla nos conduce a un sistema de terrazas empinadas y rocas quebradas salpicadas de yerba (itinerario común con el de las “Viras superiores”), desde donde podemos llegar bajo un pequeño muro de unos cuatro metros (IV-), menos fácil de lo que aparenta, y que defiende el acceso a una cornisa ascendente, sencilla y muy practicable. La faja se interrumpe pronto por un muro vertical, el primer gran extraplomo de los dos que cierran el corredor: su clave se encuentra a la derecha, a través de un diedro-chimenea de elegante trazado (IVº), en cuya base tropezaremos con un duro y atlético paso (breve, pero, en mi opinión, subvalorado en la graduación que se le otorga: ver descripción pormenorizada en este mismo blog, entrada "El misterio del IV"). Saldremos por la derecha a una terraza espaciosa, pero también vertiginosa, y, tras un rodeo sobre rocas fáciles, retornaremos al corredor, por el que se asciende andando hasta un gran bloque empotrado. Desde tal emplazamiento, sin necesidad de alcanzar el segundo y enorme extraplomo, podremos superar el pequeño muro lateral a la derecha, gracias a un diedro abierto con presas pequeñas pero excelentes en su salida (IV+, apenas expuesto). Nos espera un tramo caótico y confuso, bastante accesible, en el que es posible trazar diversas variantes, incluso sobre el vecino couloir Blanc; sin embargo, conviene mantener la tendencia a emprender temprano la superación del desdibujado espolón central, por el que alcanzaremos la brecha Jean Santé. En varias ocasiones he ascendido este corredor, en general con escasos problemas y en tan sólo hora y media; sin embargo, la última vez utilicé más de dos y hube de resolver algunos obstáculos inesperados, tal es la índole del Midí, que exige atención permanente. En cualquier caso, resulta prudente reservar al menos un par de horas para la Jean Santé (unas cornisas poco difíciles en la vertiente Norte sirven de enlace entre brecha y la cima).


Será preciso retornar a la brecha antes de emprender la ascensión de la Punta Aragón, para la cual disponemos de cuatro opciones: desde su mismo umbral parten la vía Ravier (MD) y la Barrio-Bellocq (D, con un paso de V-), que remontan una pared vertical, muy aérea. Quizá pueda oponérseles a ambas, especialmente a la Ravier, una dificultad un tanto desproporcionada con el espíritu de esta ascensión: su aspecto, desde la cumbre de la Punta Jean Santé, inspirará, sin duda, nuestra decisión. La vía Barrio trepa directamente por el muro (IV) hasta alcanzar una cornisa de piedra rota y yerba, que recorreremos hacia la derecha, en plena muralla. Cuando se interrumpe, hay que descender un par de metros sobre bloques redondeados para emprender, entonces, la superación de un diedro abierto (V-) y su prolongación, evidente y ya más fácil, a través de una chimenea. Como tercera opción, puede buscarse hacia la derecha, por el couloir Sanchette, un camino indirecto para alcanzar las terrazas situadas inmediatamente debajo de las evidentes fisuras Sur de la Punta Aragón: nos encaramaremos a los primeros metros de este corredor antes de volver a la izquierda y alcanzar las terrazas mediante unas cornisas suspendidas (en las que desemboca la Barrio-Bellocq). El único problema reside en identificar el punto en el que debe abandonarse el couloir Sanchette, sobre una escarpada ladera poco definida donde abundan los pasos de IIIº. Por último, prosiguiendo un poco más por el fondo del couloir Sanchette, puede llegarse al comienzo de un estrecho corredor que desemboca en la misma cumbre de la Punta Aragón: al parecer, esta es la solución más fácil y quizá la más rápida aunque también la menos interesante, pero no puedo ofrecer datos de ella. Tanto el couloir Sanchette como las terrazas Joly constituyen posibles (también complejas) vías de huida en caso necesario.

Desde las terrazas dominadas por las fisuras Sur de la Punta Aragón puede abandonarse la excursión a través de su vía normal (solución indeseable y que recurre a la penosa pedrera de la Grande Raillère); por supuesto, también es posible alcanzar —en oposición— por cualquiera de estas dos amplias fisuras la cima: la situada a la izquierda es un poco más fácil (III+) que la más oriental (IV). Si desde las terrazas avanzamos un poco hacia el Oeste, encontraremos pronto el orificio de la chimenea Marsoo, curiosa galería subterránea que desemboca en la cumbre y camino recomendable por su peculiaridad. Estas tres soluciones pueden resultarnos algo molestas a causa de la mochila; en tal caso, podemos proseguir un poco más nuestro rodeo por el Norte, hasta una próxima brecha que permite el acceso a la cresta, justo debajo de la cima, mediante algún paso aislado de IIIº.


Habremos empleado en torno a una hora y media, quizá dos, para alcanzar la Punta Aragón y precisaremos otro tanto para subir hasta el Grand Pic. Desde la Punta hemos de descender a la primera brecha y mediante una zancada (IV) alcanzar los primeros gendarmes, rendidos los cuales arribaremos a la brecha de Aragón. Suele indicarse para la travesía entre la Punta Aragón y el Reino de Pombie la conveniencia de descender hasta unas practicables cornisas (nunca las he seguido) sobre el couloir Sanchette que facilitan el trayecto; de proseguir a toda cresta, será preciso superar bastantes pasos de IVº y, potencialmente, incluso más duros: la recompensa, sin embargo, prevalece frente a la dificultad. Tras la brecha de Aragón, todavía hay que vencer por su cara Este un importante gendarme —doy fe, si aún tenemos ánimo para complicarnos la vida, de la existencia, hacia el Oeste, de dos cortas y hermosas fisuras—, del cual se desciende por el filo hasta una zona fácil frente a la última e importante punta de la cresta: a modo de nuevo internamiento en las catacumbas, puede utilizarse un túnel (se franquea en oposición, III) cuya boca ha de buscarse en la canal que escinde el bloque por su mitad, o, preferiblemente, si consideramos haber adquirido suficiente experiencia espeleológica en la chimenea Marsoo, rodearlo cómoda y rápidamente por su vertiente oriental.

Las pedreras del Reino de Pombie marcan el final de las mayores dificultades y constituyen una excelente ocasión para evaluar nuestras posibilidades de finalizar la excursión antes del ocaso, ya que es esta la última escapatoria factible. En adelante sólo deberíamos encontrar pasos de IIIº, pero queda aún mucho por hacer y sobre un terreno especialmente proclive a las complicaciones, pues los descensos a la Fourche y el de la arista Peyreget son propicios a pequeños extravíos con sus consiguientes pérdidas de tiempo: dos horas y media hasta el collado de Peyreget, cuatro hasta el aparcamiento, aunque es recomendable la previsión de un horario mucho más dilatado; es también prudente la renuncia por amenaza de mala visibilidad, pues la niebla puede ganar con sorprendente rapidez los escarpes del macizo.

Desde el Grand Pic hemos de descolgarnos en dirección al Petit por una pendiente que se va empinando progresivamente y pronto queda interrumpida por breves zócalos verticales. Es difícil encontrar el paso exacto y probable el recurso a algún que otro rápel intempestivo. Sin embargo, el propio terreno, pródigo en abismos a ambos lados del camino correcto, nos conducirá hacia la espaciosa terraza que domina a las lajas blancas de la Fourche, mediante una chimenea abierta a Oriente tras la cual debe volverse de nuevo hacia la izquierda. En el ángulo Noroeste de esta gran terraza se abre la chimenea que permite el acceso a la Fourche: aunque imponente por su verticalidad inicial, ofrece presas muy firmes y seguras (III) y se destrepa con facilidad. Puede abandonarse antes del final para emprender una travesía casi horizontal y poco expuesta por las lajas blancas (II/III-) en dirección a la base quebrada de la Fourche. Desde ésta, habremos de continuar de frente por un vago espolón que divide la pared occidental del Petit Pic. No podemos contar mucho con una ficticia evasión por el corredor Sur de la Fourche, escasamente practicable en verano, ni por la cara Norte, a través de la repisa de l’Embarradère, alternativa bellísima pero demasiado larga y, además, confusa en algunos tramos. Hacia la mitad del espolón, de escalada reconfortante y ligera, existe un risueño paso de IVº, que no precisa aseguración; después, una inmensa rampa de Iº cuya espectacularidad será difícil de apreciar por culpa de la fatiga acumulada. Es también factible recorrer una canal paralela (III), poco atractiva, llena de escombros, incómoda... 



La última punta. ¡Por fin! Pero… ¿quién dijo que la excursión sólo acaba realmente en el valle? Nos quedan todavía al menos tres horas hasta el aparcamiento, de ellas la mitad para destrepar la arista: enredada y delicada, exige una vigilancia constante para rastrear la hilera de mojones que, como hilo de Ariadna, nos depositará en lugar seguro. Por fortuna, tales hitos son perfectamente identificables durante el descenso, muy al contrario de las amargas experiencias que suele deparar en este sentido la travesía del Grand al Petit Pic. Es importante partir en dirección correcta del cono somital, primero hacia el Este e, inmediatamente, hacia el Sur. Tras destrepar un resalte (de derecha a izquierda), deberemos buscar la cabecera de la clásica chimenea de la vía normal del Petit Pic, abierta hacia la Grande Raillère. No exige rápel, aún cuando su tramo inferior es el más complicado (III+). En su extremidad hay que volver a la derecha y remontar tres metros hasta una pequeña brecha, señalada con un importante mojón, bien visible desde arriba. Parece también posible el descenso directo hacia tal marca, clave de la arista, pues a partir de ella nos limitaremos a seguir las señales indicativas del itinerario. El terreno nos exhorta a caminar con un celo esmerado, pero cualquier dificultad superior al IIº debería hacernos recelar del paso escogido. Pronto alcanzaremos las proximidades de una amplia escotadura, junto a la Punta Enmanuel, y desde donde puede observarse el corredor Pombie-Peyreget, primera etapa de nuestra ascensión. Desde aquí podemos bajar directamente al refugio por la Grande Raillère o, mejor aún, ascender unos metros hasta la brecha y proseguir, primero por una travesía horizontal sobre praderas inclinadas y luego por un marcado sendero, hasta el collado de Peyreget.

Resulta arriesgado citar un horario para la travesía global. A mí —en solitario—, me ha costado casi doce horas efectivas (ocho de escalada), de las cuales hubiera podido ahorrarme una partiendo del refugio de Pombie. Incluso podría haber reducido ese tiempo en función del conocimiento previo de gran parte de la vía, pero a pesar de esa información, tuve algunos errores de itinerario: lo más probable no es restar tiempo, sino incrementarlo. Al menos, es muy aconsejable prever esta posibilidad, sobre todo si planeamos asegurar los pasos más escabrosos. Tal vez resida aquí la razón por la que la Travesía de las cuatro puntas no se repita tanto como merece: demasiado larga y accesible para los confirmados, excesivamente fuerte para los novicios; en mi opinión, sin embargo, únicamente le opondría una objeción: su longitud superlativa armoniza mal con el gozo de un marco incuestionablemente privilegiado.

jueves, 7 de febrero de 2013

Quijada Pondiellos / Infierno

—¡Esto es un infierno!

La tempestad asedia a Henry Russell, una de esas tormentas a las que está tan acostumbrado, que casi desea, mientras siente cómo las fuerzas de la naturaleza lo envuelven transformándolo en un elemento más, fuego, aire, hielo, en una armonía tan hermosa como terrible... El Conde, poeta y padre del pireneismo más romántico, bautizó* de este modo a esa inmensa mandíbula que se cierne sobre los ibones helados de Pondiellos y los Azules. El nombre ha perdurado y pocos conocen hoy a estas cimas con otro nombre que el de Picos del Infierno, pero es fácil perdonar a Russell tal desatino, siquiera sea por el amor que siempre mostró hacia nuestros Pirineos. *(No está clara la atribución a Russell de este bautizo)

La travesía circular a la Quijada de Pondiellos es uno de los más hermosos periplos, un encuentro con la alta montaña que labrará en nuestra memoria recuerdos imperecederos. Excursión muy dura, nueve o diez horas de marcha efectiva, y exigente, pues requiere sólida experiencia y material adecuado si aún persiste la nieve en las cotas altas.

Es casi de noche. Las primeras luces iluminan las crestas por encima de las Argualas; abajo queda el Balneario sumido aún en la oscuridad: sólo hace unos minutos hemos ascendido una amplia escalinata, junto al Hotel Mediodía, en cuyo rellano superior se abre un camino bien marcado que conduce a la Fuente del Estómago y a los ibones de Brazato. Es una pista generosa, con algunos bancos escondidos entre la fronda; tras las primeras revueltas, nace, a la izquierda, una nueva vereda casi horizontal y de piso atormentado, que nos conducirá en un instante junto a un muro para la contención de aludes. Hemos de cruzar, justo por encima, al otro lado del torrente hasta reencontrar el camino que se introduce decididamente en el barranco de Bachimaña. Una señal nos advierte pronto de la proximidad de un mirador sobre la cascada del Pino (Salto dero Pino): merece la pena tomar un respiro prematuro para admirar la caída del torrente que se desploma bravío hacia las praderas de los baños.

Prosigamos; inmediatamente, cruzaremos el río por un puentecillo de piedra y nos uniremos a otro camino que viene directamente de la Casa de Piedra, en el Balneario. Seguiremos ascendiendo, próximos al cauce del barranco, rodeados por un marco fascinante que agua y hielo han tallado en el granito. Las cascadas se suceden entre bloques ciclópeos sobre los que la erosión ha dibujado una curiosa labor de encaje; el pino negro pugna por la supervivencia en este mundo de piedra que, tras cernirse como una bóveda inconclusa sobre nuestras cabezas, se abre de repente en una dulce pradera. Es O Bozuelo, punto estratégico en el que será fácil encontrar algunas tiendas en cuyo interior se remueven algunos montañeros aún somnolientos. Un estrecho sendero confluye en el llano por la derecha: también sube desde el Balneario, como un alcorce quizá más cómodo pero poco elocuente.

Ibón Azul y Quijada de Pondiellos
Bachimaña y O Peñón




















El camino continúa, siempre por la margen derecha del Caldarés, remonta un enorme risco anclado sobre la garganta y desciende al otro lado unos metros; después se dirige sin titubeos hacia el fondo del gran anfiteatro que reprime al circo lacustre de Bachimaña. Habremos de superar su fuerte desnivel por la izquierda, junto al Salto dero Flaire: olvidaremos prisas... y pausas. Apenas hora y media ha transcurrido desde nuestra partida y dominamos ya el ibón bajo de Bachimaña; un poco más y nos detendremos para admirar la espléndida vista panorámica que rodea al ibón principal: Hacia Oriente, agazapadas entre gigantescos domos, desnudos ya de vegetación, se alzan la pared Oeste de O Peñón y la Peña de Xuans; enfrente, un vallecillo tributario de Bachimaña que alberga a los ibones de Gramatuero, sobre cuyo lago inferior se alza el Pico de Patarniello (Peterneille). Al Norte, una gran cúpula tapizada de prados nos esconde los lagos de Pecico y la impresionante cara Sur de la Gran Facha, erguida sobre el vecino Puerto de Marcadau. Más a la izquierda, Punta Zarre se revela majestuosa y, aunque reserva celosa sus mejores perspectivas, guiará nuestros pasos como la estrella de Belén mientras rodeamos el Gran Bachimaña.

En la cola del ibón, el camino, apenas marcado, gira descaradamente hacia el Oeste: en la bifurcación, la rama principal trepa hacia los lagos Azules y hacia el collado de Tebarrai, que nos seduce ilusoriamente próximo. Falta más de lo que parece, pero nuestra ya larga excursión estará constantemente amenizada por sugestivas imágenes: el ibón Azul Baxo, encantador, el Alto, en el que acaso aún persistan grandes témpanos y en el que se refleja, con toda su grandiosidad, la cumbre tricéfala de la Quijada de Pondiellos. Más tarde llegará una visión fugaz del glaciar, todavía surcado por algunas grietas; una reliquia de hielo que se debate con agonía negándose a desaparecer. 

la Quijada de Pondiellos desde Punta Zarre

El Collado de Tebarrai es la puerta mágica que nos abre al mundo de la alta montaña. Si hasta aquí hemos llegado sin más bagaje que nuestro entusiasmo, necesitaremos a partir de ahora toda la prudencia y la experiencia de curtidos montañeros. El ibón de Tebarrai yace dormido a nuestros pies, como un gran pozo cubierto de aguas negras y misteriosas, prestas a engullir la vana prepotencia de los humanos enfermos de necedad y soberbia. Pero si nuestros pies se cobijan en buenas botas, la mano sujeta con firmeza un piolet y la confianza justificada anida en nuestra mente, emprenderemos una juiciosa subida en diagonal, bajo la atenta mirada del Garmo Blanco, al que rodearemos hasta alcanzar la cresta cimera de la Quijada de Pondiellos. Atrás y a la derecha ha quedado el pico de Piedrafita; junto a él, se adivina el descenso hacia la cuenca de Respomuso. A nuestra izquierda, se extienden algunos gendarmes de la arista entre el Garmo Blanco y el Pico Occidental de l’Infierno (3.073 metros): si no deseamos emplear las manos, conviene evitar la línea de la cresta antes de alcanzar el filo casi horizontal que une esta primera punta con la del Pico Central (3.082 metros).

La cumbre. Por fin. A nuestra derecha se hunde una placa de roca clara, As Marmoleras, dominando la depresión de los ibones de Pondiellos y, de la otra vertiente, el glaciar nos brinda su faz brillante abrazado por un collar de rocas. Un poco más allá, el Pico Oriental (3.076 metros) se dejará vencer en pocos minutos más, una insignificancia, comparada con las cinco o seis horas que nos habrá costado llegar hasta aquí. 

Aguja de Pondiellos, Garmo Negro, Algas

Afrontaremos el descenso en dirección al collado de Pondiellos, entre el pico del mismo nombre y el de Garmo Negro, señor de las Argualas. Podemos descender hacia ese paso directamente por la vertiente Sur de la cima central, entre el corredor y la arista. La pendiente se acrecienta y turba nuestro ánimo, pero apenas será preciso recurrir a las manos; por el contrario, es preciso vigilar el asiento de nuestros pies sobre numerosos cascotes sueltos, que pueden desprenderse y dañar a nuestros compañeros. Se alcanza rápidamente el collado y, con él, una majestuosa visión del entorno del Balneario. Hemos de perder altura por la izquierda del barranco, orientados por algunos hitos de piedra, hasta salvar algunos cortados que defienden el acceso a la Mallata Alta deras Argualas. Muy pronto hallaremos trazas de sendero y, enseguida, los primeros árboles que crecen entre arroyos risueños y briosas cascadas por encima del ibón de los Baños, al que retornaremos tras una inmensa jornada, uno de esos días cuyo recuerdo nos acompañará toda nuestra vida.

Publicado en revista Aragón, número 356, diciembre 2003

lunes, 4 de febrero de 2013

Aspe: Edil, la clásica olvidada

En los años cincuenta y merced a su cómodo acceso en una época en la que las excursiones al Pirineo constituían auténticas expediciones, el Pico de Aspe se convirtió en todo un símbolo del pireneismo aragonés. Algo más que un mero instrumento de transporte, el Canfranc hizo posible que cordadas como la integrada por Rabadá y Navarro escribiesen en esta cumbre de tan bella estampa sus peculiares interpretaciones de una clásica, pero sus partituras son hoy, sorprendentemente, difíciles de encontrar. Me estoy refiriendo a la arista de los Murciélagos y a la Edil, líneas puras trazadas sobre una hermosa montaña que, por una vez, resultan accesibles para quienes no poseemos el talento de Alberto y Ernesto. Antes que los alicientes estéticos o la búsqueda de la dificultad, vivencias empañadas de nostalgia y recuerdos emocionados han de guiar nuestros pasos: la ascensión será así un homenaje a la memoria de la generación que nos precedió.

De la arista de los Murciélagos existe una aceptable referencia en la Guía del Pirineo Occidental Oscense, de Marcos Feliu y Carlos Sainz, ilustrada por un croquis excelente. Conozco también otras fuentes de diversas publicaciones; sin embargo, la Edil parece haber caído en el más completo e injusto olvido: la citada guía se despacha con siete escasas e imprecisas líneas, en tanto que en el numero 138 de Desnivel (marzo del 98) aparece trazado el itinerario sobre una cuidada fotografía, junto a algunos datos de exclusivo interés como invernal. Eso es todo. Al menos, todo lo que he encontrado en un material que, desafortunadamente, también incluye los boletines de Montañeros de Aragón. Esta reseña pretende remediar tal carencia, sea real o fruto de mi inoperancia investigadora.


La arista de los Murciélagos describe su típica e inconfundible silueta entre el collado de Aísa y la antecima oriental del Aspe. Mágica frontera que separa el cielo de la tierra, nos anticipa sensaciones de una jornada inolvidable. Tres pasos de IVº, eludibles si así lo deseamos, son todas las complicaciones que encontraremos hasta la base del torreón final, que podemos abordar por diversas variantes, algunas de ellas francamente accesibles. La dificultad nunca abruma y permite deleitarnos con toda la inmensa belleza que nos rodea. Sin embargo, esta falta de carácter y su manifiesta discontinuidad perjudican notablemente el interés deportivo de la vía. Por el contrario, la Edil compensa con un mayor nivel técnico la inevitable monotonía de un recorrido en pared: es una directísima pura, que escinde la cara NE, abordada con todo descaro.

Desde Tortiellas se descubre el itinerario, evidente, que transcurre inicialmente por una chimenea, ubicada en el centro de la pared y en la que se concentran las mayores dificultades de la vía, para proseguir por una canal que conduce directamente a la cresta cimera. Este amplio corredor semeja un gran reloj de arena con el estrangulamiento situado muy alto sobre su cintura; el resalte superior, en forma de cono invertido, se revela más enhiesto y está dominado por un erguido torreón.

Atacaremos la chimenea, que desde el primer instante muestra sus armas pese a su no excesiva verticalidad. La inspección previa al asalto indica la posibilidad de esquivar el fondo de la chimenea saliendo al labio que la delimita por su margen derecho, especialmente a partir del bloque empotrado situado hacia su mitad. Sin embargo, encontraremos allí unas placas tumbadas de presas redondeadas que en la guía de Feliu se valoran en V°; si proseguimos por el fondo, resolveremos el problema mediante una oposición delicada de IVº+ ó Vº- hasta alcanzar el extraplomo que cierra la chimenea y de cuya magnitud dan clara evidencia algunas bagas pendientes sobre el vacío. Esta variante no planteará excesivos problemas a pireneistas de envergadura, pero los escaladores de poca estatura podrían sufrir más de la cuenta por culpa de la anchura, notable, y de la ausencia de presas en el muro derecho, muy liso. Para abandonar la chimenea, siempre hacia nuestra izquierda, habremos de superar un corto muro ligeramente desplomado (IVº+ ó Vº-) con presas excelentes aunque un tanto ocultas. En invierno el paso ha de ser muy delicado y, probablemente, exigirá el recurso a la técnica artificial, tal y como señala Desnivel (por cierto, Rabadá y Navarro abrieron la vía precisamente en invierno). No obstante, la dificultad de estos primeros ochenta metros parece ser inferior a la reflejada en esta revista, al menos en verano, y también la inclinación de la pared es algo inferior a la especificada, pues una medición aproximada sobre el mapa arroja una pendiente media de sólo 50° para la totalidad de la pared, lo que implica un ángulo de apenas 45° para la mayor parte del recorrido.

A partir de este punto –a un par de largos del ataque–, proseguiremos la ascensión por un terreno fácil (I°) sobre bloques y escalones, dirigiéndonos pronto hacia nuestra derecha para introducirnos en el corredor que trepa decididamente hacia la cima. Durante un amplio trecho da la impresión de ser factible la escapatoria hacia la pared Norte por numerosos puntos, pero no puedo confirmar este aspecto. La canal se presenta sencilla y únicamente breves resaltes interrumpen nuestro paseo: algunos de ellos podrían alcanzar incluso el IV°, pero todos parecen fácilmente evitables con pequeños rodeos; sin embargo, sí es obligado el paso –también de IV°– en el resalte en forma de cono invertido ("la mano") que dibuja la canal en su cabecera, antes de la chimenea que se abre en el muro final (común con alguna variante de la Arista de los Murciélagos). Se franquea mejor por la izquierda, en un terreno que, como la mayor parte del corredor, resulta poco fiable por su calidad descompuesta.

Prácticamente hemos terminado la escalada. Podemos alcanzar directamente la cumbre en travesía hacia nuestra derecha (I/II°) o superar la chimenea final, que nos opondrá nuevos pasos de IV°. En mi ascensión solitaria precisé casi dos horas y media para la vía –asegurando sólo la salida del extraplomo–, además de otras dos horas de aproximación desde Candanchú, por el collado del Pastor. Una cordada que rehúse avanzar en los tramos fáciles sin establecer reuniones podría emplear hasta tres horas en condiciones normales; por el contrario, será difícil bajar de las dos horas, pues la vía se aproxima a los seiscientos metros de desnivel. Su calificación global es de Difícil, en verano, y Muy difícil en invierno; el descenso más cómodo y rápido aprovecha la vía normal que parte desde Tortiellas.

Tan sólo me resta añadir una recomendación: sin que suponga el menor desprecio hacia otras alternativas posibles para ascender al Aspe, en particular el corredor SE en invierno, tanto la arista de los Murciélagos como la Edil constituyen dos clásicas tan apreciables como accesibles. Que la segunda haya protagonizado este artículo es, sobre todo, una respuesta a la ausencia de información sobre esta vía.

Noviembre 2000.

viernes, 1 de febrero de 2013

Cinco vías al Balaitus

Ascendí al Balaitús por primera vez, hace ya muchos años, por la vía normal clásica de la brecha Latour. Entonces el glaciar todavía existía y la nieve cubría el corredor de la brecha hasta las primeras barras de hierro. Las rampas finales hasta la cumbre exigían atención... En la cima enlacé con mis compañeros, con quienes me había citado en Respomuso (ellos vivaquearon en la presa y yo subí con demasiado retraso desde La Sarra); durante el regreso, el mal estado de la nieve pudo acarrearme un disgusto pues el mango de madera del piolet, recién engrasado con aceite de linaza, resbaló de mi mano.

Esta vía, suracada hoy por numerosas caravanas, presenta escasas dificultades técnicas que invitan a un exceso de confianza. El descenso sin nieve de la brecha Latour se realiza por un terreno descompuesto y aéreo, en absoluto exento de peligro.

Mucho tiempo después, aquel viejo sueño, el Balaitús, renació de nuevo materializado en esa desafiante aguja, la Torre de Costerillou, plantada en un agreste cresterío rodeado de abismos veticales. Creía posible un ascenso directo a la Aguja D’Ussel por su cara Sur pues la disposición de los neveros, analizada a través de varias fotografías, indicaba una vía de ataque factible. La cresta de Costerillou trepa desde allí hasta la cima culminante del macizo.

Bien entrado el mes de julio de aquel año, me encontraba en la base de la aguja, calzado con mis botas de trekking, recién estrenadas en la travesía Petit Vignemale-Monferrat. Ya había constatado algunos problemas de adherencia derivados de la insuficiente flexibilidad de las suelas nuevas, impresión confirmada ahora en los primeros bloques: escaso bagaje para una ascensión en modo alguno fácil. Pero ya que había llegado hasta allí... Inicié el asalto a la pared por unas terrazas que permiten evitar por la izquierda su zócalo más vertical. Desde la zona intermedia menos inclinada, una vaga canal que delimita la cara asciende directamente hasta la brecha de Costerillou por terreno fácil y descompuesto. Poco más tarde culminé la cima con intención de regresar inmediatamente; sin embargo, ante mí se abría tentadora una increíble cresta hasta la base de la Torre. Rehusando escuchar las voces de la prudencia y de mi instinto de conservación, proseguí destrepando sin problemas unos metros hasta atravesar un agujero bajo un bloque a modo de corto túnel y volver enseguida sobre la vertiente francesa para superar unas placas en travesía por debajo del borde afilado de la cresta (más difícil pero muy interesante), alcanzando así el Arc Boutant.

“Descender unos metros por la vertiente española y por una vira inclinada sobre el vacío, bajo un paso desplomado (sólidas presas de mano, más espectacular que difícil), llegar a una brecha que se atraviesa mediante un salto aéreo, para situarnos en la base de la chimenea entre el Arc Boutant y la Torre. Es necesario entonces un paso de hombros o un estribo (vía Cadier) para izarnos sobre el corto extraplomo y asegurar a la izquierda hasta alcanzar la cima por unas gradas (sencillo)”

Bien, pues yo no llegué a la cumbre. Pero en mi ánimo quedó grabada la imagen de uno de los itinerarios más interesantes y estéticos que recuerdo. Sencillamente, magnífico. Pero la prudencia se había impuesto por fin y al pie de la brecha retrocedí. En el descenso de la aguja D’Ussel pude comprobar que un desdibujado espolón de buena roca ofrecía mayores garantías de seguridad que la canal utilizada durante el ascenso.

Ganar la aguja D’Ussel no debe suponer dificultades superiores al IIIº grado. Podría calificarse la ascensión, en su conjunto, como PD superior. La cresta de Costerillou entre la aguja y la Torre tampoco ofrece gran dificultad, a excepción de cortos pasos de IV en la Torre. Para descender hasta su brecha Norte, basta con un rápel de seis o siete metros, pero ya llegaremos a eso. Este ataque frustrado no hizo sino espolear mis deseos de conquistar la Torre. Sin embargo, la próxima ocasión tendría un nuevo escenario: descenso desde la cima del Balaitús y asalto desde la brecha Norte. Hube de esperar hasta el verano siguiente. Al pie de la última morrena del glaciar de Latour me encontraba en compañía d un amigo que había llegado al glaciar con la intención de esperarme mientras realizaba la ascensión. Hacía frío y un cálculo optimista arrojaba al menos dos horas, quizá tres, para coronar el Balaitús, alcanzar la Torre y regresar por el mismo camino. Decidí renunciar y contentarme con un asalto rápido al pico Anónimo (hoy Aguja Cadier) por su cara Este y su famosa bavaresa.

Dos semanas después estaba de nuevo en la morrena, convencido de que este sería el ataque definitivo. Ahora el proyecto se había enriquecido con una variante: alcanzar el Balaitús porsu cara SE. Y, entre las vías más accesibles, opté por la Augerot-Olivier (AD), la de mayor facilidad. Su itinerario se alza en la mitad izquierda de la pared, para alcanzar la brecha tras un gendarme característico, por terreno poco definido en el que es posible trazar muchas variantes. De hecho, las referencias de las guías son imprecisas y anduve toda la ascensión tras la ruta reseñada, la cual, sin duda, crucé varias veces sin descubrirla. Lo que sí encontré fue una súbita diarrea. Y lo que perdí, una considerable cantidad de fluidos corporales que tapizaron de inmundicia varios metros de chimenea por debajo de mí (quedó hecha una auténtica mierda). Concluido el incidente, atravesé la brecha y unos bloques me condujeron a una terraza amplia de cuyo extremo partía una difusa canal. Convencido de que la vía proseguía más a la derecha, realicé una travesía hasta otro corredor mucho más marcado y profundo —resultó ser la chimenea Carlos-Eduardo—, que también conduce a al cima. Así pues, había superado la pared SE con bastante facilidad, pero apenas coincidí con la vía Augerot-Olivier, lo cual significa... que es posible el paso por numerosos puntos de esta pared en apariencia tan inexpugnable. La única referencia fiable es la brecha del gendarme.

En todo caso, estamos ante un recorrido muy recomendable, salvo que nuestra capacidad nos permita aspirar al Espolón Elegante (MD sup.) o a la vía Flematti (MD).

El posterior ataque a la Torre, descendiendo a través de la cresta de Costerillou hasta la brecha Norte, acabó en un nuevo fracaso, esta vez a tan sólo diez metros de la cima, debajo del único paso realmente serio de la ascensión y con las manos insensibilizadas por el frío. Juré que volvería con algún material y cuerda para asegurarme. Pero tuvo que transcurrir un nuevo año. Y en este, mi definitivo ataque, el tiempo presagiaba escasas oportunidades. Tras rebasar lo lagos de Arriel, me sorprendió el primer chaparrón en el cobijo André Michaud. Ascendí por la Gran Diagonal con los ojos prendados de un claro entre las nubes hacia el Oeste. Esta vía, rápida y sin complicación, pero de feroz aspecto y en la que pueden persistir disuasivos neveros, conduce cerca de la cresta somital. Varias canales en plena cara Oeste permiten también el ascenso y la conexión con el tramo superior de la arista Packes-Russell.

Previsiblemente podría disponer de unos minutos sin chubasco para el ataque a al Torre, si conseguía adecuar mi velocidad al ritmo que imponía el cielo. Destrepé la húmeda arista de Costerillou con mayor dificultad de la esperada hasta alcanzar el paso clave bajo la cumbre. Esta vez, con un “friend” y un cordino, prestos para confortar mi espíritu.

Subí ¡Por fin! Desde la brecha hay que dirigirse hacia la izquierda, en el ángulo NO de la Torre (IIIº, delicado), alcanzar así una terraza amplia bajo una lámina definida por una fisura excelente y cuyo zócalo ofrece un ligero desplome. El paso (IVº) es atlético, expuesto al vacío y en pleno Norte (roca húmeda y helada con frecuencia).

Ante las amenazadoras nubes, se impuso el retroceso por el camino de ida (pensaba completar la travesía hasta la aguja D’Ussel). Pero, de nuevo en la cumbre del Balaitús, opté por bajar por la arista Packes-Russell, de aspecto atractivo y que, como había comprobado durante el ascenso por la Gran Diagonal, ofrece numerosas posibilidades de eludir los pasos más abruptos. Efectivamente, esta vía parece siempre más recomendable y segura que la Gran Diagonal y por el itinerario de menor resistencia, su dificultad global no excede de AD inferior.

El Balaitús siembra vocaciones montañeras y cosecha proyectos. Para mí, el sueño de alcanzar la Torre de Costerillou supuso el conocimiento de varias hermosas vías, una intuida por simple observación, experiencia muy gratificante; otras que exigieron un exhaustivo estudi en las guías antes de osar intentarlas. Más tarde llegarían otras cimas del mismo macizo. Pero esta historia aún no ha finalizado...

Los proyectos los trazamos nosotros. Responden a nuestros sueños y son necesarios para mantener la ilusión. Las montañas estarán allí siempre, deasfiantes.

Publicado en el Anuario 1998/99 de Montañeros de Aragón.

En solitario

Érase una vez un joven montañero, enamorado de la elegante línea que una arista dibujaba elevándose, nítida, hasta arañar el cielo. Tentación permanente; frío, tormenta, niebla y, en los amaneceres radiantes, él se encontraba lejos. Por fin, un día, todo invitó a la ascensión. Pero estaba solo. Entre el desaliento y la euforia, venció sus temores y poco a poco se encaramó sobre los ciclópeos bloques que emergían del hielo desafiando su entusiasmo. Coronó la cima...

La leyenda no cuenta cómo se las arregló para bajar. Pero ¿quién lo duda? había roto sus límites y, tras saborear las mieles del triunfo, un insospechado horizonte se abría esperanzador ante sus ojos. Por desgracia, abajo en el valle, olvidó también la compañía de alguien con quien compartir esas sensaciones, tan importantes en nuestra vida como para estimular la realización de una actividad que suele definirse por su riesgo.

Escalar en solitario puede ser una vocación. A menudo, es una necesidad impuesta por la carencia de compañeros unida al deseo imperioso de hacer montaña; en otras ocasiones, constituye la fórmula menos indeseable para escapar de una situación límite y buscar un socorro del que depende la vida de quienes nos acompañaban. Pero, cuando menos, es imprescindible saber por qué estamos allí... solos. Y asumir nuestras propias limitaciones.

Para solitarios reincidentes: Aspe, arista de los murciélagos. Midí, travesía de las cuatro puntas. Balaitus, cresta de Costerillou... vías que (todo es relativo) casi pueden realizarse sin cuerda, pero a las que sería temerario atacar desnudos de material, tanto por las condiciones variables que impone la alta montaña como por la dificultad de ciertas zonas. ¿Por qué renunciar?

Parece aconsejable el conocimiento de algunas técnicas para asegurar –siquiera pasos aislados– de una ruta difícil. Desde hace bastantes años he utilizado una amplia diversidad de métodos de autoaseguración y asimilado una experiencia que me gustaría trasladar a quienes, por una u otra razón, puedan beneficiarse de ella.

Pero, sean cuales sean nuestros trucos y recursos, nadie nos librará de bajar a recoger el material y en todo momento habremos de proceder con un orden y vigilancia extremados. Nada puede dejarse al azar. A pesar de ello, se pondrá a prueba nuestra capacidad de previsión e improvisación. El imprescindible nudo final en el cabo libre de la cuerda (para retener la caída en caso de fallo del freno) sugiere atasco y mucho más aún lo hace el bucle pendiente, si aquel lo encordamos al arnés. Tampoco sirve de mucho llevar la cuerda sobrante recogida en la mochila (hábito recomendable durante los tramos no asegurados) y nos desesperará la instalación de reuniones fiables (salvo que nuestro ángel de la guarda excave previamente sólidos puentes de roca). Para que el peso de la cuerda no la arrastre a través del freno, deberemos sujetarla de vez en cuando con gomas elásticas a los mosquetones de seguro... Hay más, pero no pretendo aburrir. Tan sólo recordar todavía un mal trago: los problemas pueden surgir precisamente en un delicado paso de adherencia. Esas cosas pasan...

Semejante relación de inconvenientes –realmente inconclusa– no desanimará a quienes hace tiempo tomaron ya una decisión irrevocable. Pero queda lejos de mi intención hacer apología de una actividad potencialmente arriesgada y siempre laboriosa.

Yo he sobrevivido. Tal vez he tenido suerte. Pero, aunque pueda parecer sorprendente, la dosis de peligro ha sido siempre reducida.

Así que, en mis primeros pasos en la escalada de cierta dificultad (para mí, todo lo que exceda de Vº grado es, sencillamente, inaccesible), me armé de un cordino de siete milímetros para escapar de una ruta o descender de un paso quizá superable pero complicado de destrepar. Ante todo, se trataba de una medida elemental de prudencia.

Presto a cargar con una cuerda y un arnés... ¿por qué no utilizar ese material para progresar? Pervertida la prudencia inicial, un poco de imaginación y diversos artilugios, más o menos afortunados y siempre dudosos, fueron alimentando sucesivamente la Gran Máquina de Reciclar. En cambio, yo no fui reciclado, porque como los viejos montañeros, permanezco fiel a la máxima de que el primero nunca debe caerse –y, el solitario, menos aún–. Por cierto, entre los chismes probados figuraba un shunt, el cuál –eso creía yo, iluso de mí– debía comportarse dinámicamente en cuanto la fuerza generada por un vuelo superase su capacidad de retención estática. Un ensayo de caída simulada con un vehículo rodando muy lentamente bastó para destrozarlo en el primer intento (fue suficiente una fuerza muy reducida que dejó indemne una vieja cuerda). Conclusión: cualquier aparato (con especial mención de los bloqueadores para ascenso por cuerda fija) usado para distintas finalidades de las recomendadas y probadas por el fabricante, implica un suicidio anunciado.

Entre toda clase de artefactos sin olvidar diversas combinaciones de ochos y chapas de freno, el catálogo podría incluir otras candidaturas como el famoso gri-grí, cuya palanca de desbloqueo puede oprimirse involuntariamente y que, además, tiene un marcado carácter estático, lo que supone una fuerte sobrecarga para los elementos de la cadena de aseguramiento. Idéntico problema presentan otros accesorios más específicos para la escalada en solitario como el soloist y el soloaid.

Sin embargo –por su sencillez y eficacia–, es recomendable para emergencias el método más simple, los nudos autobloqueantes, a pesar de su caprichoso comportamiento (pueden cerrarse estáticamente o deslizar mucho, con riesgo de fusión al transformarse la energía de la retención en calor).

De todas formas, ninguna de las soluciones reseñadas ha superado la prueba capital (no, no se trata de una caída importante): realizar seguidamente el mismo largo sin material ni cuerda. Es fácil comprobar cómo nos sentimos mucho más libres... e, incluso, seguros. Si el sistema al que encomendamos la misión de eludir las nefastas consecuencias de un accidente, resulta tan engorroso como para provocarlo... pocas razones subsisten para persistir en su utilización.

El sistema ideal de autodetención ha de ser simple y bidireccional, ha de permitir la alternancia ascenso/descenso (tanto destrepar como rapelar) sin necesidad de cambiar nada ni desencordarnos. Deberá retener dinámicamente la caída (con una fuerza de frenado variable en función de las circunstancias) y, durante el ascenso, no entorpecer los movimientos... ¿por causalidad he descrito la actuación de un experto compañero de cordada?

Continuo persiguiendo una quimera, pero, mientras tanto, he encontrado en el ABS una solución razonablemente válida. El deslizamiento del sistema se consigue gracias a un anillo elástico (léase vulgar goma de oficina) y el ABS ha de colgar con la máxima libertad. Como mosquetón utilizo un maillón (los de seguridad parecen insuficientes) encordado al arnés con la suficiente holgura para no perjudicar su movilidad, pero ni el maillón es fácil de colocar ni todos los modelos sirven; la cuerda es simple de 10’5 milímetros y es preciso contar con una cuerda auxiliar para recuperar el rapel (basta con un cordino muy delgado). El funcionamiento del ABS es poco intuitivo y exige familiarización previa; podría surgir algún problema por ser el ABS el que se deslice por la cuerda en lugar de esta por el ABS...

Diciembre 1998.