Vías Pirineos de dificultad media, [escalada PD, AD, D (IIº/IVº, máx. Vº)]. Vivencias de montaña. Rincones desconocidos o escasamente divulgados. Y alguna que otra reflexión

lunes, 14 de octubre de 2013

El misterio del IV, (1 p.)

Reflexiones sobre la graduación de dificultad.

Andaba yo cierto día camino de la Jean-Santé, con ansias de hincarle el diente a tan afamada punta del no menos célebre Midí d’Ossau, merced al couloir Pombie-Peyreget, cuando, tras unos metros relativamente accesibles, el aspecto sombrío de un diedro imponente por donde supuestamente proseguía la ascensión me… ¡Ahí va!, ¿será por ahí?, ¡pero si la guía Dupouey dice que sólo es IVº-! (Bellefon, al menos, trocaba el apéndice por un más ajustado IVº+).  Efectivamente, tras la fácil repisa ascendente inicial, se llega a un muro vertical, también accesible en sus primeros metros (IIIº); cuando la ascensión se complica, hay que hacer una travesía horizontal de un par de metros, fácil pero expuesta y aérea, para entrar en un cajón de suelo inclinado y cerrado por el frente y los costados por roca vertical; en la pared frontal existe a la izquierda una fisura "de mano empotrada" y arriba dos enormes presas "buzón" que es preciso alcanzar. Ese es precisamente el problema al que me refiero: poco más de dos imponentes primeros metros, de esos que por lo menos miden doscientos centímetros. Por encima, queda una chimenea estrecha y acogedora, segura, cómoda (IVº como mucho) de cinco o seis metros, que se asciende con facilidad. El paso es, ciertamente, muy bonito. Se desemboca en una enorme terraza inclinada que ha de atravesarse de izquierda a derecha hasta unos bloques facilones por los que se retorna el eje del corredor. Tras aquella efeméride, me habré internado por estos andurriales al menos media docena de veces (las servidumbres de las andanzas en solitario imponen una doble ascensión de los pasos asegurados: que si subes, que si bajas a retirar el material, que si tornas a subir…); en todas ellas, francamente, calificaría ese par de metros como de un soberbio Vº y, desde luego, siempre, siempre, lo he asegurado. Claro que se trata de un paso atlético, poco adaptado a mi exigua condición enclenque y, además, tampoco podría nunca descartar cierta incompetencia para descubrir su truco (si es que existe, que aún sigo en ello); sin embargo, un hermoso día, releyendo las reseñas de Ollivier, descubrí por fin la sacrosanta y exculpatoria mención: ¡¡IVº, un pitón utile!! O sea, que, en realidad, estamos hablando de un paso casi, casi, en artificial; o sea, que también los superhombres son humanos y de vez en cuando se les puede contemplar atorados en humildes Vº (incluso IVº 1 p.), o sea que…

couloir Pombie-Peyreget a la Jean Santé, en el Midí d'Ossau
por ahí, por ahí va
Sin complejos, pues, que el problema viene de antiguo. Podría aportar otras vivencias, como la de un bloquecillo liso de tres metros plantado en plena cresta de las Maladetas, intruso indeseable nominado de IVº en una cresta que se recorre prácticamente sin usar las manos y por fortuna sencillo de rodear, así como tantos otros problemillas de similar calibre que andan sueltos por ahí, sin bozal. Y es que el tema de la graduación, además de subjetivo, ha sido siempre polémico, casi tabú; aún más en tanto se trata de enmendar los dictámenes de algún elefante sagrado que tal vez evaluó la vía en ese día “tonto” que también los ilustres padecen con menor o mayor frecuencia o, simplemente, a quien se le escapó corregir una enojosa errata de imprenta. 

la cresta de las Maladetas
Por otra parte, casi todos, probablemente, habremos oído alguna vez aquello de: “un IVº es un IVº y un VIº, un VIº, pero un Vº puede ser cualquier cosa entre ambos extremos”; por mi parte, extendería tan sutil comentario al IVº+ y, desde luego, incluiría directamente todos los “IVº (1 p.)”. Sí, la cosa viene de antiguo, de los tiempos en los que no se distinguía entre libre y artificial (sobre todo cuando los recursos propios de la artificial quedaban reservados a breves pasos aislados) y se asimilaba “oficialmente” los A0 y A1 a un IVº, A2 al Vº y VIº a partir de A3, como así se afirmaba en algunos manuales clásicos; el “paso de hombros”, entonces muy popular, se calificaba también como IVº, ocasionalmente sin otra mención aclaratoria, así como el recurso esporádico a un estribo, compañía habitual en las mochilas de la época heroica junto a la maza y un surtido de pitones, detalles estos tan ínfimos que muy bien podían pasar totalmente ignorados en reseñas apresuradas.

restos de la época heróica. La cuña superior parece equipada
 con el entonces muy habitual "cintajo de paracaídas"
El asunto no tendría mayor trascendencia, si no fuera porque algunos autores actuales se apoyan con demasía en textos pretéritos y reiteran errores de apreciación que tienden a perpetuarse, pues, aun sin contar con aspectos circunstanciales o factores psicológicos y personales que tanto pueden influir en la evaluación de los itinerarios, es poco habitual que se hayan recorrido todas las vías descritas ni es fácil evocar suficientes detalles de correrías de antaño. Así que no debiéramos asombrarnos demasiado cuando un tímido paso de IVº nos ponga inopinadamente a prueba; aún menos si en alguna antigua reseña prevalece el apelativo de IVº (1 p.), cuya traducción explícita sería algo así como: “pitón de progresión, donde será útil un eventual estribo o, más simplemente, será preciso apoyarse o colgarse descaradamente del susodicho pitón para superar el paso”.

Todos somos muy sensibles a un grado, aquel que está inmediatamente por debajo de nuestro límite, y poco o nada susceptibles de apreciar diferencias en el resto de la escala: ¿quién puede distinguir con cierta objetividad un Iº de un IIº? Seguramente, todos nos sentimos mucho más cómodos en un IIº, incluso IIIº, sobre terreno firme y seguro que en un modestísimo Iº sobre roca descompuesta e inestable, puesto que en los grados inferiores predominan mucho más los factores psicológicos y ambientales que la apreciación directa de la dificultad.

¿y si no estuviera a un palmo del suelo?
En cualquier caso, el debate sobre el controvertido tema de la graduación tiene el futuro garantizado y vigente en toda la amplitud de las diferentes escalas, sea en sus primeros peldaños o en la frontera del rendimiento humano. Resulta paradójico, por lo demás, que estas escalas suelen referirse a algunos ejemplos prácticos para describir sus diversos grados de dificultad, pero tales ejemplos son extraños y poco o nada accesibles para los neófitos, principales valedores y usuarios de las escalas. Y es que, realmente, no existen descripciones operativas de los grados, incluso en casos tan reconocidos como la Welzembach o su legado, la UIAA: aunque recuerdo haber leído algunas observaciones escasamente precisas al respecto, las menciones no superaban lo anecdótico, limitándose a tópicos comunes de escaso valor informativo, como: “escasean las presas y debe ascenderse encordado…” No podía ser de otra manera en materia tan dependiente de la subjetividad y sobre la que tanto la climatología y sus efectos directos como múltiples variables incontrolables ejercen un dominio indiscutible; a efectos ilustrativos resulta muy interesante la existencia de muros de escalada, como el de Luz Saint-Sauveur, en el que a lo largo de muchos metros se extiende una serie de cortas vías de dificultad creciente, cuya evaluación responde a criterios múltiples y basados en el consenso de un nutrido equipo de expertos; en tales muros, cada cual puede encontrar fácilmente su límite razonable. Es curioso cómo, en general, el muro suele detectar con precisión el rango potencial de cada escalador, aunque el límite, ¡por fortuna!, más que una frontera realista, suponga sobre todo, un desafío, un objetivo a vencer.

otro recuerdo arqueológico. Morata de Jalón, años setenta
Aunque la polémica de la graduación es más frecuente y virulenta en el ámbito de la escalada deportiva, allí tiene menor trascendencia y la discusión se limita a pequeños matices o diferencias, exclusivas de los “estratogrados”. Sin embargo, en el campo del montañismo clásico o alpinismo, la cuestión puede representar, antes que una sorpresa desagradable, la sutil puerta a una situación límite: más allá de dramatismos superfluos, es vital incluir en las reseñas aquellos aspectos que puedan representar un peligro potencial y, sin devaluar las vías (lo cual supone otro peligro en ciernes, la falta de credibilidad y pérdida de ecuanimidad), añadir a las descripciones cuanto detalle pueda suponer potencialmente un peligro objetivo, sea por la razón que fuere.

Solo me resta pedir perdón por todas las veces que no he cumplido tales propósitos incluso en este mismo foro y, de antemano, por todos los errores que inevitablemente cometeré en el futuro.

jueves, 10 de octubre de 2013

Cresta Brazato Labaza

La popular ascensión a los ibones de Brazato, desde el Balenario de Panticosa, rodea la extremidad de un cresterío que se alinea Oeste/Este hasta elevarse en una punta sobre el ibón de Labaza, donde dobla hacia el Sur para recobrar más tarde el sentido original y morir poco después en el collado de Labaza, punto de conexión con la arista que proyectan los Dientes de los Batanes hacia el Oeste. El punto más elevado de esta vasta cresta, el pico de Labaza, se eleva a 2.767 metros y se encuentra próximo al collado homónimo (2715 metros), desde donde se deja conquistar con facilidad incluso en invierno. Existen numerosas escapatorias que interrumpen el cresterío y permiten el descenso hacia ambas vertientes, aunque no siempre son tan cómodas como pudiera parecer.
 
la cresta, vertiente de Labaza, con la punta Cara Costa a la derecha 
Respecto a la gran rama de la cresta que se inicia a la altura de los ibones altos de Labaza o Serrato y del orondo Cerro Gascón (2.526 metros), conformando una cima conocida como Labaza Occidental o Pico dero Sarrato (2.693 metros), hasta el camino de Brazato, en cuya cercanía se alza la última punta rlevante, denominada Cara Costa, de 2.509 metros y muy visible desde el Balenario, apenas existen referencias; tan solo algunas descripciones para el ascenso directo a ambas cumbres. Constataremos, además, una enorme confusión toponímica que dificulta rastrear la información disponible: podrían realizarse toda clase de salvedades a la nomenclatura que indico (y por, supuesto, a su altimetría), con particular mención de las voces Sarrato y Serrato, profusamente recogidas en la cartografía para designar ubicaciones (picos, crestas, ibones e incluso entornos) muy diferenciadas.

itinerario; en verde variante aconsejable
Sin embargo esta cresta mantiene cierto interés y constituye un objetivo decoroso; solo he recorrido una parte, la mitad occidental, pero espero tener ocasión de completar la travesía íntegra. El itinerario que voy a describir parte del camino hacia el gran ibón de Brazato, el cual se abandona justo debajo de la cresta, cuyos primeros escarpes, aderezados de pino negro, dan la impresión de ser tan embarazosos como desprovistos de interés. Una pequeña canal, muy evidente, permite el acceso a la cresta, cerca de una primera punta que se alcanza sin dificultad (Iº), ya desaparecida la vegetación árborea; en la brecha cercana se encuentra un hito que sugiere otro acceso a la cresta, quizá más cómodo. A partir de este punto, nos espera una confortable y fácil trepada hasta una segunda punta, más importante, Cara Costa. El descenso a su brecha oriental no es sencillo; debemos mantenernos cerca del filo de la cresta, con tendencia a la vertiente Norte (Balneario), hasta donde sea posible una corta pero delicada travesía horizontal (IIIº) que nos trasladará hasta la brecha, en medio de la cual se alza una característica roca, y desde donde se puede abandonar la excursión hacia ambas vertientes.

la punta de Cara Costa, vertiente oriental
La segunda sección del cresterío resulta más complicada, pero también de mayor interés. Sin embargo, es muy posible que iniciar el ataque por la vertiente norte pueda solventar con extrema facilidad la conquista de los primeros bloques, dislocados y verticales, poco propicios a un asalto directo. No lo hice así y busqué la solución hacia la derecha (vertiente de Brazato), embarcándome en un caos de rocas no muy difíciles (pasos aislados de III), pero donde pesa la amenaza de un ambiente hostil. En cualquier caso, enseguida se llega a un delgado filo que se cabalga mediante un elegante paso (IIIº, nada expuesto); ya no abandonaremos el perfil cimero, que nos obsequia con una agradable y variada progresión, incluida una corta baravesa horizontal, en los lindes de la próxima brecha, por la que concluí el recorrido de la cresta y descendí hacia el Balneario.

la continuación de la cresta hacia el Este
El itinerario reseñado no debería en ningún caso superar el IIIº, sobre sólido granito, eso sí, en la vertiente norte plagado de líquen, siempre azaroso cuando se encuentra húmedo. En cuanto a la continuación… desde la brecha se adivinan algunas complicaciones en lo que pudiera constituir una sección muy bonita e interesante. En caso de que resultase imposible la progresión por el filo de la arista, parece de mayor interés el flanco que mira al Balneario.

el pico occidental de Labaza, sobre el ibón del Serrato;
al fondo, izquierda, el pico de Labaza, máxima altura, 2.767 metros.

el pico occidental y su cresta hacia Cara Costa