No pretendo dar lecciones a nadie: son estas líneas exclusivamente un testimonio de mis vivencias; pero si, además, resultan útiles para alguien, tanto mejor: puesto que cargamos con un trasto más en el equipo, aprendamos a sacarles el máximo partido.
la Partacua desde Panticosa |
Dos serias objeciones planteaba hacia la utilización masiva de bastones: por un lado, su incompatibilidad con el desarrollo del equilibrio e incluso la conservación de buenos hábitos adquiridos; por otro, su engorro y peligrosidad en los pequeños pasos de escalada si se renuncia a plegarlos y guardarlos en la mochila. Sobre este segundo punto, se puede aducir una refutación inmediata: todo es cuestión de perder un par de minutos en recogerlos, a poco que el terreno lo aconseje, tal y como, por supuesto, hacemos al pie de una vía de escalada. ¿Todavía es preciso recordar que las maniobras de colocar y recoger crampones, bastones o esquís hay que realizarlas en terreno cómodo, fácil y seguro, antes de vernos obligados a penosos y acrobáticos ejercicios sobre escarpadas laderas?
Por el contrario, perdura la vigencia de la primera objeción, si bien conviene precisar algunos matices. El equilibrio es una cualidad esencial para trepar, pero solo resulta realmente indispensable en la escalada de alto grado, pues en los niveles inferiores de dificultad la fuerza bruta, decisión y otros recursos pueden subsanar con relativa eficacia las carencias técnicas y de equilibrio. ¿Y qué le importa esto a los senderistas? Obviamente, nada, aunque la UIAA recomienda no abusar de los bastones, pues el equilibrio también es importante para caminar y supone un pequeño ahorro de esfuerzo en cada paso, con lo que ello implica tras muchos, muchos, muchos pasitos… Un detalle suplementario: la percepción inducida por nuestro sistema propioceptivo puede ser notablemente alterada por el apoyo en un bastón y, en consecuencia, la noción de equilibrio también resultara afectada; pero cuando el bastón se usa para proporcionar impulso, el equilibrio que interviene es de carácter dinámico. Otro mundo, vamos.
Insisto en que he llegado al uso generalizado de los bastones por imposición de unas rodillas quebrantadas y como única solución válida para solventar los fastidiosísimos descensos. ¿Vale? Pues ahora llega lo bueno: descubrir una tras otra las ventajas que los palitos en cuestión me han ido revelando y que, desde luego, compensan sobradamente sus inconvenientes. Podría empezar por el cruce de torrenteras y arroyos crecidos (¡geniales!), tanteo del terreno inestable (menudas antenas), utilidad sobre nieve y hielo (¡ojo!, la autodetención con bastones es factible, pero de éxito siempre dudoso)… Obviamente, también sirven para otras muchas cosas, como atrapar un higo fuera de nuestro alcance, amedrentar a un chucho pendenciero o encauzar nuestra ira hacia algún colega impertinente (ingenio y habilidad de cada uno, así como las exigencias de cada caso, han de marcar la diferencia).
Estos detalles apenas lindarían en lo puramente anecdótico, ¿verdad? Tal vez, pero más allá de la banalidad, es un placer descubrir la diversidad de usos que los bastones pueden brindar. En todo caso, he dejado para el final la discusión del punto clave: la aportación de los bastones como impulso durante el ascenso. ¡Ahí es nada; ahí, sí que sí! He leído en alguna parte que pueden suponer en torno a un 15% de ahorro en el esfuerzo requerido; resulta muy aventurado evaluar tal economía, pero, desde luego, puede llegar a ser muy relevante, quizá bastante superior a ese porcentaje sugerido. Sin embargo, buena parte de quienes sienten querencia por la montaña y con los que me cruzo por esos senderos de Dios, se sirven de los bastones únicamente como apoyo, mientras que si nos impulsamos con ellos, buena parte del esfuerzo se desvía hacia los infrautilizados brazos y tronco, con una distribución más armónica y eficiente del trabajo; el empuje, además, puede aprovecharse no solamente en terreno propicio, sino en múltiples circunstancias, descartando a la vez muchos gestos de sobresfuerzo, que tan molestas secuelas suelen legar. En suma, es tal el beneficio aportado que me he reconciliado con las antaño vituperadas trancas. Y ello aun a pesar de algunos trastornos que también he padecido, como su repentino plegado justo cuando más los necesitas (y, por tanto, más les exiges) o esas malditas rodelas rígidas para nieve polvo que impiden el clavado de la punta en el hielo de una pendiente empinada.
En fin, que ya se han hecho un hueco indispensable en mi equipo. Y no solo lo agradecen mis rodillas.
Por el contrario, perdura la vigencia de la primera objeción, si bien conviene precisar algunos matices. El equilibrio es una cualidad esencial para trepar, pero solo resulta realmente indispensable en la escalada de alto grado, pues en los niveles inferiores de dificultad la fuerza bruta, decisión y otros recursos pueden subsanar con relativa eficacia las carencias técnicas y de equilibrio. ¿Y qué le importa esto a los senderistas? Obviamente, nada, aunque la UIAA recomienda no abusar de los bastones, pues el equilibrio también es importante para caminar y supone un pequeño ahorro de esfuerzo en cada paso, con lo que ello implica tras muchos, muchos, muchos pasitos… Un detalle suplementario: la percepción inducida por nuestro sistema propioceptivo puede ser notablemente alterada por el apoyo en un bastón y, en consecuencia, la noción de equilibrio también resultara afectada; pero cuando el bastón se usa para proporcionar impulso, el equilibrio que interviene es de carácter dinámico. Otro mundo, vamos.
bloque en Caussiat (Candanchú); el paso podría ser de V- |
Insisto en que he llegado al uso generalizado de los bastones por imposición de unas rodillas quebrantadas y como única solución válida para solventar los fastidiosísimos descensos. ¿Vale? Pues ahora llega lo bueno: descubrir una tras otra las ventajas que los palitos en cuestión me han ido revelando y que, desde luego, compensan sobradamente sus inconvenientes. Podría empezar por el cruce de torrenteras y arroyos crecidos (¡geniales!), tanteo del terreno inestable (menudas antenas), utilidad sobre nieve y hielo (¡ojo!, la autodetención con bastones es factible, pero de éxito siempre dudoso)… Obviamente, también sirven para otras muchas cosas, como atrapar un higo fuera de nuestro alcance, amedrentar a un chucho pendenciero o encauzar nuestra ira hacia algún colega impertinente (ingenio y habilidad de cada uno, así como las exigencias de cada caso, han de marcar la diferencia).
Estos detalles apenas lindarían en lo puramente anecdótico, ¿verdad? Tal vez, pero más allá de la banalidad, es un placer descubrir la diversidad de usos que los bastones pueden brindar. En todo caso, he dejado para el final la discusión del punto clave: la aportación de los bastones como impulso durante el ascenso. ¡Ahí es nada; ahí, sí que sí! He leído en alguna parte que pueden suponer en torno a un 15% de ahorro en el esfuerzo requerido; resulta muy aventurado evaluar tal economía, pero, desde luego, puede llegar a ser muy relevante, quizá bastante superior a ese porcentaje sugerido. Sin embargo, buena parte de quienes sienten querencia por la montaña y con los que me cruzo por esos senderos de Dios, se sirven de los bastones únicamente como apoyo, mientras que si nos impulsamos con ellos, buena parte del esfuerzo se desvía hacia los infrautilizados brazos y tronco, con una distribución más armónica y eficiente del trabajo; el empuje, además, puede aprovecharse no solamente en terreno propicio, sino en múltiples circunstancias, descartando a la vez muchos gestos de sobresfuerzo, que tan molestas secuelas suelen legar. En suma, es tal el beneficio aportado que me he reconciliado con las antaño vituperadas trancas. Y ello aun a pesar de algunos trastornos que también he padecido, como su repentino plegado justo cuando más los necesitas (y, por tanto, más les exiges) o esas malditas rodelas rígidas para nieve polvo que impiden el clavado de la punta en el hielo de una pendiente empinada.
valle de Aspe |
En fin, que ya se han hecho un hueco indispensable en mi equipo. Y no solo lo agradecen mis rodillas.
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