Vías Pirineos de dificultad media, [escalada PD, AD, D (IIº/IVº, máx. Vº)]. Vivencias de montaña. Rincones desconocidos o escasamente divulgados. Y alguna que otra reflexión
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lunes, 14 de octubre de 2013

El misterio del IV, (1 p.)

Reflexiones sobre la graduación de dificultad.

Andaba yo cierto día camino de la Jean-Santé, con ansias de hincarle el diente a tan afamada punta del no menos célebre Midí d’Ossau, merced al couloir Pombie-Peyreget, cuando, tras unos metros relativamente accesibles, el aspecto sombrío de un diedro imponente por donde supuestamente proseguía la ascensión me… ¡Ahí va!, ¿será por ahí?, ¡pero si la guía Dupouey dice que sólo es IVº-! (Bellefon, al menos, trocaba el apéndice por un más ajustado IVº+).  Efectivamente, tras la fácil repisa ascendente inicial, se llega a un muro vertical, también accesible en sus primeros metros (IIIº); cuando la ascensión se complica, hay que hacer una travesía horizontal de un par de metros, fácil pero expuesta y aérea, para entrar en un cajón de suelo inclinado y cerrado por el frente y los costados por roca vertical; en la pared frontal existe a la izquierda una fisura "de mano empotrada" y arriba dos enormes presas "buzón" que es preciso alcanzar. Ese es precisamente el problema al que me refiero: poco más de dos imponentes primeros metros, de esos que por lo menos miden doscientos centímetros. Por encima, queda una chimenea estrecha y acogedora, segura, cómoda (IVº como mucho) de cinco o seis metros, que se asciende con facilidad. El paso es, ciertamente, muy bonito. Se desemboca en una enorme terraza inclinada que ha de atravesarse de izquierda a derecha hasta unos bloques facilones por los que se retorna el eje del corredor. Tras aquella efeméride, me habré internado por estos andurriales al menos media docena de veces (las servidumbres de las andanzas en solitario imponen una doble ascensión de los pasos asegurados: que si subes, que si bajas a retirar el material, que si tornas a subir…); en todas ellas, francamente, calificaría ese par de metros como de un soberbio Vº y, desde luego, siempre, siempre, lo he asegurado. Claro que se trata de un paso atlético, poco adaptado a mi exigua condición enclenque y, además, tampoco podría nunca descartar cierta incompetencia para descubrir su truco (si es que existe, que aún sigo en ello); sin embargo, un hermoso día, releyendo las reseñas de Ollivier, descubrí por fin la sacrosanta y exculpatoria mención: ¡¡IVº, un pitón utile!! O sea, que, en realidad, estamos hablando de un paso casi, casi, en artificial; o sea, que también los superhombres son humanos y de vez en cuando se les puede contemplar atorados en humildes Vº (incluso IVº 1 p.), o sea que…

couloir Pombie-Peyreget a la Jean Santé, en el Midí d'Ossau
por ahí, por ahí va
Sin complejos, pues, que el problema viene de antiguo. Podría aportar otras vivencias, como la de un bloquecillo liso de tres metros plantado en plena cresta de las Maladetas, intruso indeseable nominado de IVº en una cresta que se recorre prácticamente sin usar las manos y por fortuna sencillo de rodear, así como tantos otros problemillas de similar calibre que andan sueltos por ahí, sin bozal. Y es que el tema de la graduación, además de subjetivo, ha sido siempre polémico, casi tabú; aún más en tanto se trata de enmendar los dictámenes de algún elefante sagrado que tal vez evaluó la vía en ese día “tonto” que también los ilustres padecen con menor o mayor frecuencia o, simplemente, a quien se le escapó corregir una enojosa errata de imprenta. 

la cresta de las Maladetas
Por otra parte, casi todos, probablemente, habremos oído alguna vez aquello de: “un IVº es un IVº y un VIº, un VIº, pero un Vº puede ser cualquier cosa entre ambos extremos”; por mi parte, extendería tan sutil comentario al IVº+ y, desde luego, incluiría directamente todos los “IVº (1 p.)”. Sí, la cosa viene de antiguo, de los tiempos en los que no se distinguía entre libre y artificial (sobre todo cuando los recursos propios de la artificial quedaban reservados a breves pasos aislados) y se asimilaba “oficialmente” los A0 y A1 a un IVº, A2 al Vº y VIº a partir de A3, como así se afirmaba en algunos manuales clásicos; el “paso de hombros”, entonces muy popular, se calificaba también como IVº, ocasionalmente sin otra mención aclaratoria, así como el recurso esporádico a un estribo, compañía habitual en las mochilas de la época heroica junto a la maza y un surtido de pitones, detalles estos tan ínfimos que muy bien podían pasar totalmente ignorados en reseñas apresuradas.

restos de la época heróica. La cuña superior parece equipada
 con el entonces muy habitual "cintajo de paracaídas"
El asunto no tendría mayor trascendencia, si no fuera porque algunos autores actuales se apoyan con demasía en textos pretéritos y reiteran errores de apreciación que tienden a perpetuarse, pues, aun sin contar con aspectos circunstanciales o factores psicológicos y personales que tanto pueden influir en la evaluación de los itinerarios, es poco habitual que se hayan recorrido todas las vías descritas ni es fácil evocar suficientes detalles de correrías de antaño. Así que no debiéramos asombrarnos demasiado cuando un tímido paso de IVº nos ponga inopinadamente a prueba; aún menos si en alguna antigua reseña prevalece el apelativo de IVº (1 p.), cuya traducción explícita sería algo así como: “pitón de progresión, donde será útil un eventual estribo o, más simplemente, será preciso apoyarse o colgarse descaradamente del susodicho pitón para superar el paso”.

Todos somos muy sensibles a un grado, aquel que está inmediatamente por debajo de nuestro límite, y poco o nada susceptibles de apreciar diferencias en el resto de la escala: ¿quién puede distinguir con cierta objetividad un Iº de un IIº? Seguramente, todos nos sentimos mucho más cómodos en un IIº, incluso IIIº, sobre terreno firme y seguro que en un modestísimo Iº sobre roca descompuesta e inestable, puesto que en los grados inferiores predominan mucho más los factores psicológicos y ambientales que la apreciación directa de la dificultad.

¿y si no estuviera a un palmo del suelo?
En cualquier caso, el debate sobre el controvertido tema de la graduación tiene el futuro garantizado y vigente en toda la amplitud de las diferentes escalas, sea en sus primeros peldaños o en la frontera del rendimiento humano. Resulta paradójico, por lo demás, que estas escalas suelen referirse a algunos ejemplos prácticos para describir sus diversos grados de dificultad, pero tales ejemplos son extraños y poco o nada accesibles para los neófitos, principales valedores y usuarios de las escalas. Y es que, realmente, no existen descripciones operativas de los grados, incluso en casos tan reconocidos como la Welzembach o su legado, la UIAA: aunque recuerdo haber leído algunas observaciones escasamente precisas al respecto, las menciones no superaban lo anecdótico, limitándose a tópicos comunes de escaso valor informativo, como: “escasean las presas y debe ascenderse encordado…” No podía ser de otra manera en materia tan dependiente de la subjetividad y sobre la que tanto la climatología y sus efectos directos como múltiples variables incontrolables ejercen un dominio indiscutible; a efectos ilustrativos resulta muy interesante la existencia de muros de escalada, como el de Luz Saint-Sauveur, en el que a lo largo de muchos metros se extiende una serie de cortas vías de dificultad creciente, cuya evaluación responde a criterios múltiples y basados en el consenso de un nutrido equipo de expertos; en tales muros, cada cual puede encontrar fácilmente su límite razonable. Es curioso cómo, en general, el muro suele detectar con precisión el rango potencial de cada escalador, aunque el límite, ¡por fortuna!, más que una frontera realista, suponga sobre todo, un desafío, un objetivo a vencer.

otro recuerdo arqueológico. Morata de Jalón, años setenta
Aunque la polémica de la graduación es más frecuente y virulenta en el ámbito de la escalada deportiva, allí tiene menor trascendencia y la discusión se limita a pequeños matices o diferencias, exclusivas de los “estratogrados”. Sin embargo, en el campo del montañismo clásico o alpinismo, la cuestión puede representar, antes que una sorpresa desagradable, la sutil puerta a una situación límite: más allá de dramatismos superfluos, es vital incluir en las reseñas aquellos aspectos que puedan representar un peligro potencial y, sin devaluar las vías (lo cual supone otro peligro en ciernes, la falta de credibilidad y pérdida de ecuanimidad), añadir a las descripciones cuanto detalle pueda suponer potencialmente un peligro objetivo, sea por la razón que fuere.

Solo me resta pedir perdón por todas las veces que no he cumplido tales propósitos incluso en este mismo foro y, de antemano, por todos los errores que inevitablemente cometeré en el futuro.

domingo, 12 de mayo de 2013

Midí, cara norte

El Midí no precisa mucha glosa para realzar su atractivo: su mera silueta basta y sobra para encender pasiones cuyo rescoldo permanece en nuestro interior mucho tiempo después de la ascensión. ¿Y qué decir de su afamada cara Norte, la más austera y exigente, plena de inmensos precipicios, cuyo desafío supera con facilidad a nuestra ambición? Pues… ¡que existe una vía accesible!, dispuesta a proporcionarnos algunas de esas sensaciones, inicialmente reservadas para el selecto club de los maestros.

¡Adelante! La veda de la cara Norte se ha suspendido y el guarda, benévolo, nos autoriza a colarnos por un estrecho resquicio: una puerta abierta junto a los Cuernos de Mondeils, permitirá que nos encaramemos subrepticiamente sobre los riscos tallados en la vertical del Gran Pic. Disimuladamente, para no encolerizar al Gran Señor del Ossau, treparemos por los escarpes burlando los aparentes obstáculos, que se rendirán apenas sin oponer resistencia. Y, de forma increíble, pasearemos dulcemente por la repisa de l’ Embarradère, dominando uno de los más impresionantes abismos de la cadena pirenaica.

la Brèche des Autrichiens y Cuernos de Mondeils
Pero, para ello, antes habremos de acceder al Col de Suzon, visible desde el Refugio de Pombie, collado desde el que se inicia una travesía casi horizontal que nos depositará junto a la Brèche des Autrichiens. En total, casi tres horas desde el aparcamiento, siempre por sendero. Para superar el domo inicial, pegado a la muralla, será suficiente con ejercer de tercergradistas durante un breve instante, en lo que puede suponer el paso más complicado de la ascensión. Una chimenea tumbada (II) conduce a la brecha de un gendarme, inconfundible, sutilmente colocado como guía de nuestros pasos, desde donde una aérea zancada nos sitúa en un sistema de terrazas que ha de atravesarse en diagonal, entre bloques ornados de yerba, hacia una zona poco empinada que quiebra el impulso vertical del gran espolón descendente de la Punta de Francia. Quizá es verano, pero hace frío; estamos en una cara norte, a la sombra: ¿las manos? Casi siempre en los bolsillos.

l'Embarradère y el Piton de la Fourche
Es preciso descender unos metros para alcanzar el fascinante balcón l´ Embarradère, el cual nace en la vertiente occidental del espolón. Aquí, la roca está algo rota, pero apenas opone dificultades. El viaje por la gran repisa, una amplia cornisa horizontal es alucinante; un inmenso suspiro de alivio entre dos verticales absolutas. En el extremo opuesto, l´Embarradère se prolonga por una estrecha canal, cerrada por dos extraplomos, el primero de los cuales se bordea tranquilamente por la derecha; el segundo arrancará de nuevo a nuestras manos de su cálido cobijo: hay que vencerlo por la margen izquierda del corredor, su único punto débil, y tampoco aquí la dificultad ha de exceder del tercer grado, siempre y cuando sepamos desdeñar hacia la derecha unas cornisas, tan atractivas como taimadas, que no llevan a ninguna parte. También complicada, pero factible, es la escalada de la fisura en el mismo eje del corredor. Y ya está: escapamos de la sombría mazmorra para recibir el sol junto al Pilier de l`Embarradère. Casi sin darnos cuenta hemos llegado a La Fourche y desde allí, a través de las “lajas blancas” (también se puede directamente), alcanzaremos una chimenea muy empinada en su final, pero provista de presas excelentes. En la amplia terraza donde termina, encontraremos algunos hitos de piedra para ayudarnos en nuestra orientación: hay que vencer un corto escalón; si de frente no se deja, lo eludiremos por la izquierda.

el torreón final, sobre las "lajas blancas": no tan fiero
Un poco más arriba se abre hacia el Este una chimenea que colaborará eficientemente en trasladar nuestros huesos a una zona de accesibles bloques desde los que la cima se descubre indulgente y próxima. En suma, todo lo que la montaña habrá opuesto a nuestra osadía, serán unos breves pasos de tercer grado, esparcidos aquí o allá para proporcionar un poco de emoción a la aventura. A cambio, nos brinda uno de los más espectaculares panoramas de los Pirineos. Y, por último, una llamada a la prudencia: la ascensión no es difícil, pero la cara norte mantiene cierto compromiso y es imponente; además, en el Midí acecha siempre la sorpresa. Lo sé.

lunes, 1 de abril de 2013

El Couloir Oriental del Midí

Un poco a la derecha de la vía Fouquier, con la que comparte el inicio, se abre esta ruta que explora el difuso corredor oriental del Midí, hasta desembocar en las pedreras del Reino de Pombie, muy cerca de la flecha de hierro que sirve como referencia para la vía normal.

la vertiente oriental del Midí, desde el Dedo al contrafuerte oriental
Este itinerario, que carece del prestigio, del compromiso y de la dificultad de la vecina Fouquier, ofrece, no obstante, un buen terreno de juego en el que familiarizarse con el Midí. La primera ascensión se la adjudicó la cordada integrada por Peyret, Berges y Baudéant, en julio de un tardío 1970. Cotada como Algo Dificil, la vía no debería ofrecer ningún paso superior al IVº y de estos tampoco muchos. Pero estamos en el Midí, perfecta tribuna de aprendizaje para apreciar la diferencia que puede suponer el rodeo de un pequeño bloque por la izquierda o por su derecha. ¿Será esta una secuela impensable de nuestra funesta situación política? En fin; mi experiencia en este recorrido apunta, efectivamente, a sorpresas que, por fortuna, solo aportaron en mi caso un poco más de sabor a la aventura.

Couloir Oriental; en verde la salida correcta
El Couloir Oriental se presenta franco, al menos en apariencia: su trazado no parece tener pérdida, a pesar de que tampoco es muy definido. Bueno, pues yo conseguí perderme, pero ya llegaremos a eso. Toda la zona inferior, límite entre las pedreras de la base y el zócalo, está guarecido por unas rocas aborregadas y algunas placas sensiblemente verticales, a las que se accede directamente desde el sendero que comunica el refugio de Pombie y el Col de Suzon; lo mejor es abordar este roquedo muy alto, a la derecha, desde donde casi sin recurrir a las manos se alcanza el inicio de la vía. Esta debuta por un terreno agradable y entretenido, sin compromiso ni exposición, que se supera mediante algunos pasos de IIIº Allá por el segundo largo existe, según las guías que he podido consultar (Ollivier y Dupouey), un paso de IVº. Así debe de ser, pero el ambiente risueño y la falta de exposición pueden conseguir que pase inadvertido; más arriba, el couloir acrecienta su anchura y reduce su profundidad: deviene en un tobogán difuso con pasos aislados de IIIº, cuyo trazado más accesible debe buscarse con preferencia en su margen izquierdo. Es de prever que tampoco nos preocupemos mucho por rastrear el rumbo más accesible, limitándonos a disfrutar apaciblemente de la jornada, con grave riesgo de caer en un exceso de confianza. Supongo que eso fue, exactamente, lo que aconteció en mi ascensión, cuando debí preocuparme un poco más por localizar la salida exacta hacia la brecha del contrafuerte oriental, vecino de la vía normal; tal salida ha de buscarse cuando el couloir tiende a enderezarse hasta la vertical, a unos nueve o diez largos de su inicio. Sin embargo, esta medida “en largos” resulta demasiado imprecisa, tanto para mi solitaria ascensión, como para una cordada que probablemente recorrerá gran parte de la vía sin instalar reuniones. Es este un terreno de aventura donde no encontraremos hitos ni muchos rastros de paso; a lo sumo, algún pitón herrumbroso, de esos que no saben decirnos si nos mantenemos en el camino correcto o son la huella de una retirada forzosa. Pero esto es exactamente lo que perseguíamos, ¿no? 

el Dedo y, delante, placas intermedias de la Fouquier
Como ya he anticipado, no encontré la salida. Tampoco indagué demasiado, pues desde el punto en que me encontraba, se adivinaban varias opciones plausibles para terminar la excursión, todas ellas en el margen derecho, lo que, por supuesto, requirió un flanqueo delicado para alcanzar el lado opuesto. Desde allí, en la médula de un pequeño circo flanqueado por resaltes muy empinados, la superación del escalón terminal ya no parecía tan fácil. Por eso elegí la alternativa menos dudosa: una chimenea vertical de aspecto fiero y cerrada por un bloque empotrado, que prometía la gloria a costa de solo unos pocos metros de áspera trepada. Y así fue, aunque tanto el paso inicial como el último resultaron un poco más duros de lo previsto; tampoco nada del otro mundo (IV+). De hecho, en el segundo ascenso tras recuperar el material de aseguración, descubrí un par de presas que facilitaban mucho la superación del bloque empotrado, que unos minutos antes me había obligado a ejercer de acróbata. Los metros restantes hasta el reino de Pombie carecen de historia. 


Como apéndice, me gustaría resaltar que la zona por donde salí del couloir parece constituir una escapatoria plenamente factible para quienes se les pueda atragantar el final de la Fouquier. No se vislumbra ningún obstáculo serio, así como tampoco resaltes importantes.

viernes, 8 de febrero de 2013

MIdí d' Ossau. Travesía 4 puntas

Midí d’Ossau. Mítico monolito cuyas laderas parecen emerger de las entrañas de la tierra cuando nos elevamos sobre las praderas del Portalet. Sin embargo, al aproximarnos, su estructura compacta, de menhir, se resquebraja como antaño lo hizo la cobertura sedimentaria que lo escondía bajo el océano: se nos revela así un mundo inesperado, cuajado de agujas y sombrías hendiduras que penetran hasta su corazón.

Midí d’Ossau. La travesía de las cuatro puntas supone el más amplio punto de encuentro con esta espléndida montaña, que se alza como un vigía desafiante sobre el cielo. Excursión ruda, larga y exigente, sobre todo en cuanto a experiencia, es también discontinua y muchos de sus tramos transcurren sobre terreno fácil, incluso susceptible de cruzarse caminando; además, existen algunas opciones para abandonar el recorrido, lo que avala la posibilidad de emprender esta ruta incluso cuando la duda se sobrepone a nuestro coraje; no obstante, sería muy imprudente ignorar la relevancia del itinerario, que exige entrenamiento, así como una excelente movilidad y agilidad en el terreno de dificultad media. Roca de gran calidad, a despecho de algún que otro bloque inestable y de abundantes escombros sobre las terrazas inclinadas hacia el vacío; terreno intrincado, propicio al extravío, que nos obligará a estudiar cuidadosamente nuestra progresión y a valorar las horas de luz disponibles. El Midí ofrece con generosidad oportunidades alternativas para eludir ciertos pasos engorrosos, pero también deberemos contar con una muy alta probabilidad de afrontar en algún punto dificultades superiores a las previstas.

La travesía de las cuatro puntas asciende a la Jean Santé (couloir Pombie-Peyreget), remonta después la escarpada pared de la Punta de Aragón y alcanza desde ésta el Reino de Pombie, a través de una cresta magnífica. Desde el Grand Pic se llega por la Fourche al Petit, del que se desciende por su arista Sur o de Peyreget. Se trata de una excursión muy variada, plena de sorpresas, en la que cabalgaremos sobre airosos gendarmes y penetraremos en oscuros agujeros en los que nunca bebe el sol. Parece superfluo insistir en detalles reiteradamente descritos por guías como la Ollivier y la de Dupouey o, aún mejor, en la excelente obra de Bellefon “Las 100 mejores escaladas de los Pirineos” y, para los tramos que discurren por vías normales, los extensos análisis de Miguel Angulo; por el contrario, siempre son bienvenidas las matizaciones y el enriquecimiento de las reseñas con nuevos datos: así, pues, me limitaré a establecer algunas apreciaciones personales, complementarias de la información ya existente. 


Desde el aparcamiento, tras las primeras rampas del Portalet en su vertiente francesa, precisaremos unas dos horas para alcanzar el pie de la vía: unos metros antes de llegar al refugio de Pombie (una hora), dejaremos a la derecha el pequeño lago que yace a sus pies y abordaremos el sendero que conduce hacia el collado de Peyreget, camino que abandonaremos pronto para iniciar el asalto a la Grande Raillère. El terreno más estable se encuentra en su margen derecha, bajo las estribaciones de la punta Enmanuel, pero nada nos librará de cruzar los penosa y deslizante zona superior, cuando el vasto corredor se estrecha y observamos de frente la profunda entalladura del corredor Pombie-Peyreget, el cual se une en la brecha Jean Santé al de Pombie-Suzón, abierto en la vertiente contraria. Hasta muy entrado el verano, un pequeño nevero señala con precisión el punto de ataque, poco antes del codo de la Grande Raillère: un desdibujado corredor que asciende en diagonal por la muralla nos conduce a un sistema de terrazas empinadas y rocas quebradas salpicadas de yerba (itinerario común con el de las “Viras superiores”), desde donde podemos llegar bajo un pequeño muro de unos cuatro metros (IV-), menos fácil de lo que aparenta, y que defiende el acceso a una cornisa ascendente, sencilla y muy practicable. La faja se interrumpe pronto por un muro vertical, el primer gran extraplomo de los dos que cierran el corredor: su clave se encuentra a la derecha, a través de un diedro-chimenea de elegante trazado (IVº), en cuya base tropezaremos con un duro y atlético paso (breve, pero, en mi opinión, subvalorado en la graduación que se le otorga: ver descripción pormenorizada en este mismo blog, entrada "El misterio del IV"). Saldremos por la derecha a una terraza espaciosa, pero también vertiginosa, y, tras un rodeo sobre rocas fáciles, retornaremos al corredor, por el que se asciende andando hasta un gran bloque empotrado. Desde tal emplazamiento, sin necesidad de alcanzar el segundo y enorme extraplomo, podremos superar el pequeño muro lateral a la derecha, gracias a un diedro abierto con presas pequeñas pero excelentes en su salida (IV+, apenas expuesto). Nos espera un tramo caótico y confuso, bastante accesible, en el que es posible trazar diversas variantes, incluso sobre el vecino couloir Blanc; sin embargo, conviene mantener la tendencia a emprender temprano la superación del desdibujado espolón central, por el que alcanzaremos la brecha Jean Santé. En varias ocasiones he ascendido este corredor, en general con escasos problemas y en tan sólo hora y media; sin embargo, la última vez utilicé más de dos y hube de resolver algunos obstáculos inesperados, tal es la índole del Midí, que exige atención permanente. En cualquier caso, resulta prudente reservar al menos un par de horas para la Jean Santé (unas cornisas poco difíciles en la vertiente Norte sirven de enlace entre brecha y la cima).


Será preciso retornar a la brecha antes de emprender la ascensión de la Punta Aragón, para la cual disponemos de cuatro opciones: desde su mismo umbral parten la vía Ravier (MD) y la Barrio-Bellocq (D, con un paso de V-), que remontan una pared vertical, muy aérea. Quizá pueda oponérseles a ambas, especialmente a la Ravier, una dificultad un tanto desproporcionada con el espíritu de esta ascensión: su aspecto, desde la cumbre de la Punta Jean Santé, inspirará, sin duda, nuestra decisión. La vía Barrio trepa directamente por el muro (IV) hasta alcanzar una cornisa de piedra rota y yerba, que recorreremos hacia la derecha, en plena muralla. Cuando se interrumpe, hay que descender un par de metros sobre bloques redondeados para emprender, entonces, la superación de un diedro abierto (V-) y su prolongación, evidente y ya más fácil, a través de una chimenea. Como tercera opción, puede buscarse hacia la derecha, por el couloir Sanchette, un camino indirecto para alcanzar las terrazas situadas inmediatamente debajo de las evidentes fisuras Sur de la Punta Aragón: nos encaramaremos a los primeros metros de este corredor antes de volver a la izquierda y alcanzar las terrazas mediante unas cornisas suspendidas (en las que desemboca la Barrio-Bellocq). El único problema reside en identificar el punto en el que debe abandonarse el couloir Sanchette, sobre una escarpada ladera poco definida donde abundan los pasos de IIIº. Por último, prosiguiendo un poco más por el fondo del couloir Sanchette, puede llegarse al comienzo de un estrecho corredor que desemboca en la misma cumbre de la Punta Aragón: al parecer, esta es la solución más fácil y quizá la más rápida aunque también la menos interesante, pero no puedo ofrecer datos de ella. Tanto el couloir Sanchette como las terrazas Joly constituyen posibles (también complejas) vías de huida en caso necesario.

Desde las terrazas dominadas por las fisuras Sur de la Punta Aragón puede abandonarse la excursión a través de su vía normal (solución indeseable y que recurre a la penosa pedrera de la Grande Raillère); por supuesto, también es posible alcanzar —en oposición— por cualquiera de estas dos amplias fisuras la cima: la situada a la izquierda es un poco más fácil (III+) que la más oriental (IV). Si desde las terrazas avanzamos un poco hacia el Oeste, encontraremos pronto el orificio de la chimenea Marsoo, curiosa galería subterránea que desemboca en la cumbre y camino recomendable por su peculiaridad. Estas tres soluciones pueden resultarnos algo molestas a causa de la mochila; en tal caso, podemos proseguir un poco más nuestro rodeo por el Norte, hasta una próxima brecha que permite el acceso a la cresta, justo debajo de la cima, mediante algún paso aislado de IIIº.


Habremos empleado en torno a una hora y media, quizá dos, para alcanzar la Punta Aragón y precisaremos otro tanto para subir hasta el Grand Pic. Desde la Punta hemos de descender a la primera brecha y mediante una zancada (IV) alcanzar los primeros gendarmes, rendidos los cuales arribaremos a la brecha de Aragón. Suele indicarse para la travesía entre la Punta Aragón y el Reino de Pombie la conveniencia de descender hasta unas practicables cornisas (nunca las he seguido) sobre el couloir Sanchette que facilitan el trayecto; de proseguir a toda cresta, será preciso superar bastantes pasos de IVº y, potencialmente, incluso más duros: la recompensa, sin embargo, prevalece frente a la dificultad. Tras la brecha de Aragón, todavía hay que vencer por su cara Este un importante gendarme —doy fe, si aún tenemos ánimo para complicarnos la vida, de la existencia, hacia el Oeste, de dos cortas y hermosas fisuras—, del cual se desciende por el filo hasta una zona fácil frente a la última e importante punta de la cresta: a modo de nuevo internamiento en las catacumbas, puede utilizarse un túnel (se franquea en oposición, III) cuya boca ha de buscarse en la canal que escinde el bloque por su mitad, o, preferiblemente, si consideramos haber adquirido suficiente experiencia espeleológica en la chimenea Marsoo, rodearlo cómoda y rápidamente por su vertiente oriental.

Las pedreras del Reino de Pombie marcan el final de las mayores dificultades y constituyen una excelente ocasión para evaluar nuestras posibilidades de finalizar la excursión antes del ocaso, ya que es esta la última escapatoria factible. En adelante sólo deberíamos encontrar pasos de IIIº, pero queda aún mucho por hacer y sobre un terreno especialmente proclive a las complicaciones, pues los descensos a la Fourche y el de la arista Peyreget son propicios a pequeños extravíos con sus consiguientes pérdidas de tiempo: dos horas y media hasta el collado de Peyreget, cuatro hasta el aparcamiento, aunque es recomendable la previsión de un horario mucho más dilatado; es también prudente la renuncia por amenaza de mala visibilidad, pues la niebla puede ganar con sorprendente rapidez los escarpes del macizo.

Desde el Grand Pic hemos de descolgarnos en dirección al Petit por una pendiente que se va empinando progresivamente y pronto queda interrumpida por breves zócalos verticales. Es difícil encontrar el paso exacto y probable el recurso a algún que otro rápel intempestivo. Sin embargo, el propio terreno, pródigo en abismos a ambos lados del camino correcto, nos conducirá hacia la espaciosa terraza que domina a las lajas blancas de la Fourche, mediante una chimenea abierta a Oriente tras la cual debe volverse de nuevo hacia la izquierda. En el ángulo Noroeste de esta gran terraza se abre la chimenea que permite el acceso a la Fourche: aunque imponente por su verticalidad inicial, ofrece presas muy firmes y seguras (III) y se destrepa con facilidad. Puede abandonarse antes del final para emprender una travesía casi horizontal y poco expuesta por las lajas blancas (II/III-) en dirección a la base quebrada de la Fourche. Desde ésta, habremos de continuar de frente por un vago espolón que divide la pared occidental del Petit Pic. No podemos contar mucho con una ficticia evasión por el corredor Sur de la Fourche, escasamente practicable en verano, ni por la cara Norte, a través de la repisa de l’Embarradère, alternativa bellísima pero demasiado larga y, además, confusa en algunos tramos. Hacia la mitad del espolón, de escalada reconfortante y ligera, existe un risueño paso de IVº, que no precisa aseguración; después, una inmensa rampa de Iº cuya espectacularidad será difícil de apreciar por culpa de la fatiga acumulada. Es también factible recorrer una canal paralela (III), poco atractiva, llena de escombros, incómoda... 



La última punta. ¡Por fin! Pero… ¿quién dijo que la excursión sólo acaba realmente en el valle? Nos quedan todavía al menos tres horas hasta el aparcamiento, de ellas la mitad para destrepar la arista: enredada y delicada, exige una vigilancia constante para rastrear la hilera de mojones que, como hilo de Ariadna, nos depositará en lugar seguro. Por fortuna, tales hitos son perfectamente identificables durante el descenso, muy al contrario de las amargas experiencias que suele deparar en este sentido la travesía del Grand al Petit Pic. Es importante partir en dirección correcta del cono somital, primero hacia el Este e, inmediatamente, hacia el Sur. Tras destrepar un resalte (de derecha a izquierda), deberemos buscar la cabecera de la clásica chimenea de la vía normal del Petit Pic, abierta hacia la Grande Raillère. No exige rápel, aún cuando su tramo inferior es el más complicado (III+). En su extremidad hay que volver a la derecha y remontar tres metros hasta una pequeña brecha, señalada con un importante mojón, bien visible desde arriba. Parece también posible el descenso directo hacia tal marca, clave de la arista, pues a partir de ella nos limitaremos a seguir las señales indicativas del itinerario. El terreno nos exhorta a caminar con un celo esmerado, pero cualquier dificultad superior al IIº debería hacernos recelar del paso escogido. Pronto alcanzaremos las proximidades de una amplia escotadura, junto a la Punta Enmanuel, y desde donde puede observarse el corredor Pombie-Peyreget, primera etapa de nuestra ascensión. Desde aquí podemos bajar directamente al refugio por la Grande Raillère o, mejor aún, ascender unos metros hasta la brecha y proseguir, primero por una travesía horizontal sobre praderas inclinadas y luego por un marcado sendero, hasta el collado de Peyreget.

Resulta arriesgado citar un horario para la travesía global. A mí —en solitario—, me ha costado casi doce horas efectivas (ocho de escalada), de las cuales hubiera podido ahorrarme una partiendo del refugio de Pombie. Incluso podría haber reducido ese tiempo en función del conocimiento previo de gran parte de la vía, pero a pesar de esa información, tuve algunos errores de itinerario: lo más probable no es restar tiempo, sino incrementarlo. Al menos, es muy aconsejable prever esta posibilidad, sobre todo si planeamos asegurar los pasos más escabrosos. Tal vez resida aquí la razón por la que la Travesía de las cuatro puntas no se repita tanto como merece: demasiado larga y accesible para los confirmados, excesivamente fuerte para los novicios; en mi opinión, sin embargo, únicamente le opondría una objeción: su longitud superlativa armoniza mal con el gozo de un marco incuestionablemente privilegiado.