Vías Pirineos de dificultad media, [escalada PD, AD, D (IIº/IVº, máx. Vº)]. Vivencias de montaña. Rincones desconocidos o escasamente divulgados. Y alguna que otra reflexión

martes, 4 de noviembre de 2014

Pala Rayos, vertiente norte (Partacua, Telera)

Peña Retona y la Pala d'os Rayos
Será esta la crónica de varios desengaños, que me han llevado al abandono de otros tantos proyectos trazados sobre la vertiente norte de la Pala d'os Rayos, en el extremo occidental de la Partacua. Todo comenzó con una temprana visita invernal a la Canal Estrecha, que, por cierto, tampoco he tenido todavía ocasión de culminar.

Canal Estrecha o del Cuarté.
A la izquierda, falsa entrada, origen de muchas confusiones (también me pasó a mí)
Parece como si un insólito maleficio me acosara cuando intento abordar esta cumbre, cuya cara norte se exhibe audaz e inaccesible, tutelada por un imponente zócalo vertical. Fuera a causa de inoportunas incidencias o por otras razones de diversa índole, la retirada ha sido una constante en mis asaltos a la Pala Rayos, que solo he conseguido vencer en una ocasión mediante el recorrido de sus aristas occidental y oriental e, incluso, ello con alguna complicación más de las previstas. Sin embargo, las sucesivas renuncias me permitieron estudiar con detenimiento algunas líneas de ataque potenciales… ninguna de las cuales he conseguido llevar a feliz término.


De izquierda a derecha, el programa se inicia mediante una vía que aprovecha los primeros metros de la Canal Estrecha (itinerario azul), para abandonarla enseguida por su margen izquierda y ganar la cresta oeste por una escondida chimenea en diagonal (trazado verde en el croquis). Tal chimenea es muy evidente cuando el deshielo descubre la enhiesta cara nordeste de la Pala Rayos, pero se funde en la roca cuando la nieve desaparece por completo. Para alcanzar su pie bastaría con superar unos metros de rocas escarpadas aunque, en apariencia, fáciles. Sin embargo, un obstáculo precoz de esta vía se plantea ya en la propia Canal Estrecha, casi siempre cubierta por un nevero perenne. Tiene poca inclinación, por lo que, tal vez, se podría prescindir del piolet, mas nunca de los crampones aun en pleno estío; al precio de unos gramitos suplementarios en la mochila, quedaría resuelto este problema, con la ventaja de que las herramientas también harían factible un rápido —aunque tal vez imprudente— descenso por la Canal Estrecha. En todocaso, la salida de la chimenea contemplada desde la cresta oriental de la Pala Rayos es cualquier cosa menos estimulante. Y me temo que la ineludible pedriza descompuesta domine algo más que esta salida.

puede observarse en la pared de la derecha el corte oblicuo de la chimenea...
...y su inestable salida, poco acogedora
arista oriental de la Pala d'os Rayos
El segundo itinerario (naranja en el croquis) resulta algo más ambicioso. Obviamente, demasiado para mis aspiraciones, frustradas por una placa lisa casi a ras de suelo. A finales de la primavera, un nevero permitiría soslayar esta placa, tumbada pero muy lavada por la erosión. No obstante, la continuación parece muy aventurada y anticipa serios problemas, tanto debidos a la pésima calidad de la roca como a la accidentada y aérea cresta final.

aspecto general de la cara norte y de la entrada (nevero) a la vía propuesta
detalle de la entrada; placa lisa justo encima del nevero
y desde más cerca aún: la placa se apoya sobre un escueto muro (IVº)
perfil de la arista, engañosamente practicable.
itinerarios zona derecha de la pared
Situados ya en la zona derecha del zócalo, casi junto a la Canal del Ganado, se abre un colector que rasga la pared vertical (itinerario rojo) hasta la terraza intermedia. Se trata de una canal muy marcada con un pequeño tramo vertical presuntamente superable en oposición. Por desgracia, la roca está podrida, más de lo que cabe suponer, y esconde insidiosas trampas: solo he llegado a tantearla, pero, insospechadamente, me quedé con un trozo de piedra en la mano. Como alternativa, también se puede ascender por la Canal del Ganado (itinerario amarillo), aunque, en tal caso, es probable tropezar con idéntico inconveniente al de la Canal Estrecha, la persistencia de neveros que cubren todo su ancho; sin embargo, aquí existe la posibilidad de esquivar el problema: es factible trepar por las rocas fáciles de la margen izquierda, hasta que, justo antes de que un escarpe vertical cierre el paso, encontrar una cornisa ascendente que nos depositará cómodamente en la plataforma superior; sí, precisamente, en ese llano cubierto de excrementos que dan nombre a la Canal y que, también, le confieren un tufo inconfundible. Es de reseñar, por otra parte, que esta cornisa representa una opción muy interesante para el retorno de la cumbre, si bien en el sentido de descenso es menos evidente.

entrada a la chimenea
travesía Canal del Ganado a terraza intermedia; no por sencilla menos azarosa
la Canal del Ganado; a la derecha, primera canal, discurre la vía normal par alcanzar la arista oeste
La travesía desde la Canal a la terraza tampoco es muy estimulante: terreno escarpado sembrado de piedrecilla suelta. Al menos, la zona superior de la pared, por encima de zócalo y terraza, aparenta gozar de una roca aceptable. Para vencer su primer y más vertical escalón, puede intentarse la arista que delimita el centro de la pared (itinerario azul) o un canalillo central (rojo), el cual parece la solución más accesible. También podría optarse por seguir la chimenea inicial o la propia Canal del Ganado, pero no parecen discurrir por estos trazados tan desviados ya de la cumbre las vías más interesantes.

Pala d'os Rayos desde abajo...
...y desde arriba (Peña Retona)
En fin, los sucesivos chascos y frustraciones que he sufrido en esta pared devienen poco probable que profundice más en alguna de las opciones reseñadas, excepto la Canal Estrecha o del Cuarté, muy interesante en invierno. Cabe destacar que la Pala Rayos tampoco ofrece muchas concesiones para el retorno. Probablemente, caso de que la Canal Estrecha no sea practicable, la ruta mejor y más rápida pasa por un descenso directo al sur, para, seguidamente, circundar la cresta occidental hasta llegar a la Canal del Ganado, siempre un amplio rodeo en el que será inevitable recuperar algo de altura perdida en exceso, aunque no sea preciso bajar hasta el ibón de Bucuesa.

lunes, 14 de julio de 2014

Las Maladetas, ilustres vecinos


El obligado paréntesis a que estoy sometido en mi actividad deportiva y que, me temo, aún se ha de prolongar algunos meses, impone el recurso a antiguos escritos, como este, dedicado a las Maladetas. Las imágenes también son añejas...



La proximidad de un gran señor oscurece irremediablemente la fama de otras cimas que merecerían mejor suerte. Tal es el caso de las cumbres que rodean al Aneto, cuya sombra se proyecta incluso sobre la Maladeta, gigante bizarro al que la historia concedió durante algún tiempo el galardón de rey de los Pirineos... por desgracia, nuestra obsesión clasificatoria tiene en mejor concepto los designios del metro que los de la estética. Pero no vamos ahora a discutir los méritos indudables del Aneto, sino a reconocer otras excursiones posibles en sus inmediaciones y habitualmente relegadas al olvido durante una visita demasiado apresurada al macizo.


A despecho del impresionante catálogo de itinerarios de toda especie y dificultad que nos brinda el valle de Benasque, los amantes de los tres mil metros encontrarán en el cresterío de la Maladeta una cómoda oportunidad para allegar un buen racimo de cumbres a su haber. Claro que, si de sumar cotas superiores al límite mágico se trata, supongo que resultará muy frustrante ver cómo una y otra vez se añaden nuevas cotas, apenas relevantes, eso sí, al catálogo de los tres miles. Y todo ello, sin modificar siquiera unos criterios un tanto discutibles de clasificación: en las Maladetas abundan los bloques, piedras y piedrecillas, más o menos prominentes, que se ubican por encima de los tres mil metros; sin embargo, pocas cimas destacan por su individualización y carácter. 

Maladeta, Primer y Segundo Occidental
Maladeta Or. (Abadías) y Maldito
Maladetas y Cresta del Medio desde el Primer Occidental
punta Astorg; pico y collado Maldito
Los coleccionistas de “tresmiles” sabrán apreciar el recorrido que abarca desde el Diente de Alba al Primer Occidental (Pico Mir), carente de dificultades salvo un breve paso, calificado de IVº grado en la guía del CEC (Armengaud/Jolis) y en la más moderna de Angulo, entre el Segundo (Sayó) y Tercer Occidental (Cordier): se trata de un bloque absolutamente liso de granito muy claro y de unos tres metros de altura, superable mediante un paso de hombros... Pero si esta solución nos resulta desagradable o imposible, bastará una breve travesía para rodear el obstáculo sin el menor problema. Es esta una buena ocasión para llamar la atención sobre las graduaciones que podemos encontrar en algunas guías antiguas o mal informadas: cuidado con los pasos de IVº grado, especialmente si entre paréntesis se recomienda el recurso a un pitón, pues con facilidad queda enmascarada la necesidad de utilizar técnicas en escasa armonía con el concepto actual de escalada libre.

Astorg, Maldito y su gendarme Schmidt-endell
En nuestra visita a estos rincones, podemos conquistar, de paso, algunas puntas secundarias, santificadas exclusivamente por su altura. Pero este no es el caso del Pico de Alba, primer bastión del macizo por poniente, cuya ascensión gana mucho en interés por su cresta septentrional, apenas un poco más difícil que la vía normal que transcurre paralela y se alcanza desde Paderna... Es fácil también, y muy intereante, ascender al Pico Le Bondidier, por la cresta que lo une al cuello Cordier y que desde este lugar se presenta como un resalte intrascendente; en cambio, resulta problemática la continuación por la cresta de los Occidentales hasta la propia Maladeta, pero, afortunadamente, esta cima merece una atención exclusiva.

la Cresta del Medio, desde lejos...
... y desde más cerca: Maldito, Astorg y Medio
Cuando en la ruta normal al Aneto se alcanza cualquiera de los Portillones, la cresta del Medio atrae nuestra atención, recortada y desafiante. Merece realmente la pena y su ascensión puede iniciarse en el collado Maldito para superar el gendarme Schmidt-Endell e, inmediatamente, la cima del Maldito. Según las condiciones podemos encontrar algún paso de III e incluso pequeñas complicaciones derivadas de la presencia de hielo o nieve. Tampoco resulta fácil la travesía Maldito-Punta D’Astorg: algunos hitos indican el mejor camino, siempre en un terreno confuso que hace más que recomendable la presencia de una cuerda en nuestro ajuar; en cambio, desde la Punta D’Astorg no supone ningún problema alcanzar el Pico del Medio. Desde el cuello del Medio, el Pico de Coronas no exige sino cinco escasos minutos, pero su travesía completa de Oeste a Este prolongará nuestra excursión mucho más de lo aparente: si andamos cansados o con apremios de tiempo, es preferible regresar de nuevo al collado del Medio, para emprender desde allí un rápido descenso por el glaciar del Aneto hasta Aigualluts.

el glaciar de la Maladeta... hace unos añitos. De perfil, la Cresta de los Portillones
Queda para el final la joya del macizo: la propia Maladeta, para cuya ascensión recomiendo la cresta de los Portillones. Es una ruta magnífica, fascinante, con panoramas siempre cambiantes y rincones inapreciables, que puede recorrerse sin aseguramiento (aunque la prudencia puede aconsejarnos lo contrario) y que sólo supone algunos pasos aislados de III en los resaltes próximos a la cumbre: apenas un poco más que la vía de la rimaya o la normal desde el glaciar del Aneto (itinerario útil para el descenso). La cumbre está defendida por un auténtico caos de bloques que retrasarán el regreso tanto hacia el collado Maldito como al de la Rimaya; sin embargo, los impenitentes todavía no escarmentados por su bregar en un terreno tan complejo como carente de exposición aún podrán añadir a su palmarés el muy próximo Pico Abadías, cima suficientemente individualizada y que goza de un excelente panorama.

Maladeta, vertiente oriental

lunes, 26 de mayo de 2014

Pico y Diente de Soques


llegando al collado de Soques, presidido por la enhiesta corona del Diente
     El macizo de las Ferraturas se desarrolla entre el paso del Portalet y el circo de Arrémoulit; su máxima altura se alcanza en el pico de Soques (2.716 metros) y, muy próximo a él, se alza la osada silueta del Dent de Soques, ligeramente más bajo (2.692 metros) y con el aspecto de una pequeña muela asentada sobre la cresta. Esta cadena, cuya primera cima por el oeste sería el pico de Estrémère es poco conocida y aún  menos visitada, muy a pesar de algunos de los sorprendentes atractivos que exhibe, como la extraña arquitectura del Pic de L’Ouradé.

el Pico de Soques desde el collado homónimo
     Para conquistar tanto el pico de Soques como su apéndice, el Diente, es posible partir del aparcamiento del Caillou de Soques, ubicado en pleno descenso del Portalet. Un difuso sendero siempre próximo al Ruisseau de Soques se introduce en el hayedo para desembocar poco después en un amplio circo herboso, de cuyos escarpes se escapa por la derecha para deslizarnos en una vaguada abierta al collado de Soques (2.487 metros). Pero alcanzarlo exige superar una cuesta más larga de lo que aparenta. El rincón es muy hermoso y apacible en invierno.

Pico, collado y Diente de Soques, vertiente francesa
     Otra alternativa, en la que me voy a centrar, parte del embalse de La Sarra y se vale de un sendero balizado que nace poco antes del paso del Onso, donde toma, siempre próximo al barranco de Garmo Negro, dirección noroeste; después de dejar atrás el bosque, nos acogen unas suaves praderas cerradas al fondo por los recortados Dientes de Scie y el Pico de la Soba; a la derecha queda el pico de Arriel. Hemos de cruzar el torrente y virar a la izquierda, pleno oeste, donde ya se adivina el Pico de Soques; aunque existen otras opciones para ganar la divisoria fronteriza, la más cómoda y atractiva pasa por su arista noreste, con intención de franquear la cumbre en travesía. Alguna pendiente empinada y pequeños graderíos rocosos serán las únicas dificultades que opondrá el camino a la cumbre. Sin embargo, el descenso por la arista occidental hasta el collado de Soques es algo más accidentado, con algún que otro paso de IIº, antecedente de las complicaciones que surgirán a la hora de vencer al Diente.

los altivos Dientes de Scie
el pico de Soques por el sur; al fondo, poco más que un garbanzo, el Diente
     Ya en el collado de Soques, queda muy visible la cara oriental del Diente. Resulta obvio que será preciso recurrir a la escalada, exigua por lo demás. A pesar de todo, existe una vía de mínima dificultad a través de su cara noroeste, itinerario que será de gran utilidad para el descenso, si bien obliga a perder un poco más de altura de lo necesario para retornar a la cresta. En esta cara oriental, varias chimeneas, diedros y fisuras sugieren otras tantas opciones de ascenso; sin embargo, ninguna de ellas resulta muy atractiva, dada la desintegración de la roca en ciertos puntos. Tampoco la que yo escogí, ya muy próxima a la arista Sur tiene mejor desenlace: aunque tan apenas cuenta con un somero paso de IIIº, la chimenea deviene pronto en desagradable angostura terrosa de delicada superación. Pude constatar que las presuntas vías vecinas tampoco están libres de idénticos inconvenientes, en especial la salida de la marcada chimenea situada más hacia la derecha. También junto al propio collado parten otras posibles vías de mayor dificultad; quizá la mejor opción pase por recorrer la arista en su integridad.

el Diente desde el pico de Soques
cara oriental del Diente de Soques; a la izquierda, chimenea seguida.
La marcada canal que aparece más o menos en el centro tiene una desagradable salida terrosa.
el pico de Soques desde la cima del Diente
     El descenso típico del Diente discurre a través de la cara norte, si bien tengo entendido que también aquí será preciso usar las manos, aunque de forma muy comedida. Por mi parte, intenté abreviar el camino y bajé directamente hacia el sur, muy próximo a la arista; pronto, un muro vertical me cortó el paso, obligándome a improvisar un pequeño rápel (unos diez metros). La cuerda se atascó y hube de retroceder para recuperarla:
     —¿Va todo bien? —me preguntó con asombro un testigo, integrante de la casta de los escasos senderistas que rara vez frecuentan estos parajes, al contemplar tan atareado sube y baja, cual araña despistada.
     —Sí, hombre; cómo no. Esto solo son gajes del oficio —más o menos, le respondí algo así. El paso, en roca aceptable, es más fácil de lo que aparenta (IVº) y puede servir como directa e interesante alternativa para ganar la cumbre.
     Todavía ignoraba que la parte más interesante del proyecto, el retorno por el para mí inédito barranco de Balsaroleta me iba a deparar una dosis superlativa de naturaleza salvaje. Ya de por sí, el descenso a la cubeta superior del barranco se realiza a través de unas pendientes en extremo inclinadas y de piso inestable. Cuando por fin se alcanzan los llanos verdes bajo la silueta del Ferraturas, aún nos queda el incómodo recorrido del propio barranco, áspero y desprovisto de agradecidos hitos indicadores. Todo pinta bien al principio, pero enseguida nos sumergiremos en áridos escarpes que alternan la roca desnuda con hierba resbaladiza. Un terreno de cabras en el que no resulta fácil acertar con la ruta correcta que, poco a poco, nos acercará al camino de acceso a Respomuso. Algo antes de alcanzarlo y de internarnos en el arbolado, es preciso abandonar el barranco de Balsaroleta: tras cruzar el cauce en un punto quizá indicado por mojones, nos espera un entorno cubierto por frondosa vegetación donde, una vez más, resultará difícil moverse. Poco a poco, la espesura se aclara y el caminar se hace más cómodo, antes de llegar al llano Tornadizas donde se conecta con el camino hacia La Sarra.

praderas en lo alto del barranco de Balsaroleta.
     Puede parecer algo desatinado e imprudente recomendar semejante itinerario, pero… ¿acaso el auténtico sentido de la montaña se forja en la molicie de los caminos trillados?

martes, 22 de abril de 2014

Las cumbres menores de Ip

Otra antigua pieza rescatada de los anuarios de Montañeros de Aragón.

El circo de Ip es uno de esos lugares mágicos de nuestras queridas montañas, un espacio del pireneísmo, plácido y salvaje a la vez, de visita siempre recomendable; un apartado rincón de dúctiles praderas que ciñen las aguas de un hermoso ibón y en cuyas alturas reina un anillo de cumbres poco accesibles, entre las que todavía destacan en el flanco oriental, un tanto oprimidas por las moles masivas que las rodean, dos almenas consecutivas conocidas como los Campaniles de Ip; algo más al Sur, justo entre la Punta del Águila y La Pala de Bucuesa, se levanta un afiladísimo obelisco de estimulante aspecto: Los Piquez, explorado ya en un temprano 1927 por Jean Arlaud.

los dos Campaniles, desde la vertiente de Ip
los Piquez o Picu Lava, contemplado también desde Ip
Más pequeñas y menos altas que las magnas cumbres del circo, presumen estos tres resaltes de cierta dificultad para su conquista; quizá no sea para tanto, pero cuando, además, entrañan una sensación de inseguridad real y tangible, no sorprende la ausencia de turistas, senderistas, excursionistas y otras etiquetas de nuevo cuño en las que se divide hoy el segmento menos audaz de lo antaño englobado bajo la entrañable calificación de “montañero”. Tampoco estas cumbres chicas han merecido mucho espacio en la literatura, excepción hecha del colectivo Beturian Ara, que trata con cierto detalle sus vías normales. El nivel técnico de estos escarpes no sobrepasa en ningún caso el IIIº por su itinerario de menor resistencia, exponiéndonos, sin embargo, a un riesgo nada desdeñable: los tres se caen a pedazos, cuyos minúsculos e inestables fragmentos cubren casi por completo cualquier terracilla o cornisa sobre la que afirmar los pies. Desde luego, no son objetivos para inexpertos, ni tampoco para grupos numerosos, cuyos integrantes estarían expuestos a la lapidación propiciada por ellos mismos. ¿Por qué, pues, recomendar su ascensión? Pues porque están ahí; ya lo dijo Mallory, ¿no? Y porque su aspecto es una provocación, especialmente en lo que a Los Piquez se refiere. No hay mucho más e, ineludiblemente, tras su conquista terminaremos preguntándonos: ¿realmente ha merecido la pena?

itinerarios de ascensión a los dos Campaniles de Ip 
Hace ya bastantes años que visité Los Piquez (Picu Lava en algunas publicaciones); jamás he repetido la escalada ni he sentido la menor tentación para ello, ya que la reincidencia está poco justificada una vez aplacada la sed de victoria. Dicen, y es gente seria quien así lo afirma, que la dificultad técnica de la vía normal de esta agujita es elevada (D) pero, a despecho de lo descrito por Marcos Feliu o Beturian al respecto, en mis recuerdos apenas surge algún que otro paso de IIIº, ciertamente sobre un terreno ingrato y descompuesto. Quien desee dirimir tal cuestión, se obligará a remontar una canal poco empinada que asciende desde los aledaños del ibón hasta una brecha entre la Punta del Águila y la Pala de Bucuesa; allí aflora este incisivo monolito, cuyo zócalo meridional se prolonga mediante un enorme peñasco de faz prismática lindante con la brecha; un diedro abierto y tumbado de roca aún razonablemente sólida (podría ser la parte técnicamente más difícil de la ascensión, aunque también la menos expuesta) permite alcanzar el remate horizontal del prisma, desde donde será preciso encaramarse por la pared, casi siempre cerca de su arista, entre bloques y mezquinas cornisas; el terreno es muy escabroso y carente de solidez, en tanto que la propia cumbre, una piedra afilada sobre la que resulta harto complicado poner el pie, hace gala de una servidumbre subrayada en casi todas las guías: se corona únicamente con la mano, lo que supone algo más que una tópica y reiterada anécdota. El descenso no requiere necesariamente rápel pero, de usarlo, será inexcusable prevenir con casco los inevitables desprendimientos que podría provocar la propia cuerda, un riesgo patente que en modo alguno conviene menospreciar.

el Campanil Sur visto desde su compañero septentrional
En cuanto a los Campaniles, se trata de dos siluetas vecinas algo amazacotadas y separadas por un grácil collado, susceptible de alcanzarse en unas cuatro horas desde el Puente de los peregrinos en Canfranc; el Campanil ubicado junto al Hombro de Escarra o Pico Balsera presenta una silueta atrevida y es de conquista muy rápida, si bien algo más exigente que su colega situado al Sur. Aunque parece accesible a través de toda su vertiente oriental, con obstáculos que probablemente sólo superarán ocasionalmente el IVº, la seguridad debería primar por delante de cualquier criterio deportivo o estético, lo que aconseja restringir la actividad a las zonas más sólidas y de menor compromiso. Conviene también resaltar las limitadas opciones que ofrecen ambas peñas para el recurso a técnicas de oposición, tan eficaces sobre terreno descompuesto; por lo demás, será habitual una ardua tarea de limpieza de escombros previamente al desplazamiento de los miembros, sobre todo en este Campanil, pues su homónimo es más fácil y, sobre todo, más estable. La vía más sensata y, en todo caso, la de descenso, parte del citado collado entre los dos Campaniles y remonta la corta arista Sur por su borde oriental; el itinerario de menor resistencia sólo impone un brevísimo paso de IIIº

la cresta entre la punta del Águila (izquierda) y el pico de Bucuesa (a la derecha)
Confieso que, tras la vivencia sufrida en este Campanil, estuve a punto de rehusar al asedio del otro; sin embargo, me aventuré con cierta timidez a explorarlo para, con gran sorpresa, hallarme diez minutos después en su cumbre. Estamos ante una muela alargada y defendida por una peana que rodea todo su perímetro a modo de pequeño zigurat de dos pisos; sobre ella y en el flanco de Ip, una fácil terraza inclinada, ligeramente ascendente y susceptible de recorrerse caminando, busca el punto débil de la torre superior, más o menos a mitad de la cara Oeste, para alcanzar así la cresta cimera. El perfil de la arista Norte prometería una ascensión hermosa y divertida, pero la calidad de la roca se mantiene poco propicia a tal experiencia. Eludiendo los obstáculos más engorrosos, este Campanil no llega a presentar nada que supere el IIº, por lo que la calificación que ostenta —AD— parece exagerada; ciertamente, el recorrido sobre la cornisa que ciñe la cara de Poniente es algo vertiginoso, pero puede efectuarse junto al muro vertical que la delimita y que ofrece una continuidad de excelentes presas para las manos; el piso, integrado por algunas losas, hierba y tierra, es, por otra parte, relativamente estable, al menos siempre que se mantenga en buenas condiciones (en cualquier caso, lo que falta en dificultad abunda en peligrosidad).

los Cuchillares. Otra cumbre "menor" de Ip, a la que no he tenido ocasión de ascender, desde el Este...
... y desde la cresta noroccidental del pico de Bucuesa
Como apunte final, conviene evocar una sugerente excursión recogida en la obra de Jesús Vallés dedicada a la Partacua: el periplo de toda la cresta, de Norte a Sur entre Punta Escarra y los Cuchillares, inaugurado por los Ravier y Michel Souverain en 1991, y del que parecen desconocerse repeticiones.

Bucuesa...
Águila...
y Escarra.

viernes, 14 de marzo de 2014

Aludes


Hace algunos años fui testigo de cómo cuatro grandes helicópteros de transporte del Ejército sobrevolaban con gran estrépito el Balneario de Panticosa; realizaron varios vuelos circulares con la evidente intención de comprobar la estabilidad del manto nivoso; después de su insistente y confortador  reconocimiento desaparecieron para regresar un poco más tarde y perseverar en la tentativa de desprender cualquier potencial alud, gracias al ruido, vibración y ondas transmitidas por sus potentes motores de doble rotor: nada se movió y, finalmente, los aparatos depositaron sobre la nieve un nutrido grupo de esquiadores. El riesgo oficial consignado durante aquella jornada se elevaba a 4 (en la escala oficial de cinco puntos).

En enero de 2011, un invierno de escasa nieve, dos montañeros eran sorprendidos por un alud de placa en la vía normal del pico de Sabocos. Descendían de la cima tras haberla logrado por el corredor Panticosa ICE; ambos eran experimentados y estaban bien equipados, aunque no portasen ARVA. Uno de ellos pereció en el accidente. A lo largo de toda la semana anterior no había caído ni un solo copo y un marcado anticiclón propició continuadas horas de insolación, transformando en profundidad la nieve; los riesgos de la actividad en montaña parecían concentrarse en deslizamientos por una superficie marcadamente helada, nunca en potenciales avalanchas. De hecho, en la misma zona donde se produjo el desprendimiento, otro montañero, pister de la estación, había informado apenas unas horas antes sobre la inexistencia de placas. El riesgo consignado por la AEMT era mínimo.

el pico de Sabocos; en primer plano el corredor Panticosa ICE; a la derecha, la rampa de la vía normal, donde cayó el alud
Sin embargo, a lo largo de esa misma jornada previa, soplaron vientos muy fuertes en todas las direcciones. Aunque el patrón general dominante procedía del noreste, se registraron rachas muy fuertes en cualquier orientación, según varios informes procedentes de diversos puntos del Pirineo; al parecer, en la sierra de Tendenera, los vientos del sur fueron particularmente intensos.

A pesar de la siempre peligrosa combinación de viento y baja temperatura, cabría pensar que apenas existía nieve movilizable, consecuencia del buen tiempo que precedió al accidente. ¿Cómo pudieron formarse en tan solo unas horas la multitud de placas que se llegó a detectar el día del suceso? La fatal avalancha tenía unos cien metros de ancho por setecientos de recorrido e, integrada por grandes bloques, se desprendió solo con el peso de dos personas andando, en una ladera orientada al oeste.

aunque no sea una situación tan insólita, nunca había visto tal profusión de placas en la vertiente norte de la Partacua. 
A escasa altura (2000 metros) y en pendientes no demasiado empinadas (abril 2011).
detalle de una línea de fractura; el alud fue también de fondo
Tanto este trágico suceso, envuelto en circunstancias que podríamos considerar extraordinarias, como el infructuoso ensayo de los helicópteros, vienen a confirmar la dificultad para la previsión de aludes, por mucho que se haya avanzado durante los últimos años en el estudio de la formación y desencadenamiento de avalanchas. Obviamente, no me estoy refiriendo a las purgas naturales que experimentan los escarpes empinados durante o inmediatamente después de una gran nevada, ni a los grandes aludes de fusión que caen cada primavera tarde o temprano, casi siempre por un recorrido fijo. Quien realice actividades de montaña en evidentes condiciones desfavorables, como, por ejemplo, internarse en un corredor en horarios desaconsejables, debería ser consciente del riesgo que asume, por más que, en ocasiones, incidencias difíciles de eludir puedan empujarnos a ello.

la presencia de cornisas hace suponer la presencia de placas a sotavento, sean o no visibles sus huellas; 
sin embargo, la inexistencia de cornisas no garantiza la ausencia de placas.
 En todo caso, es relativamente  improbable padecer los efectos de un alud de origen espontáneo; al menos, tal probabilidad es muy poco significativa frente a la de resultar sepultado por una avalancha que nosotros mismos hayamos provocado. Y aquí entran en juego las ineluctables, insidiosas, traidoras y fatídicas placas esculpidas por el viento. He leído en más de un manual juiciosas instrucciones para detectarlas, pero nunca hago demasiado caso de tan presuntamente útil conocimiento: podemos sospechar la presencia de placas a sotavento de cualquier relieve más o menos marcado, a veces enmascaradas por nevadas posteriores, pero una y otra vez observaremos huellas de alud en emplazamientos insólitos. Test de avalanchas y análisis de cristales y capas, por muy ilustrativos que puedan llegar a ser, pierden su validez según nos alejamos del punto y ocasión en el que se han realizado; tampoco son definitivos los indicios que permiten estimar la dirección desde dónde ha soplado el viento, por más que la presencia de cornisas y otras pistas acostumbre a ser esclarecedora. Y tanto una fundada intuición como la experiencia tampoco llegan a implicar excesivas garantías.

justo desde la cima de Garmo Negro. Es de suponer que se desencadenaría un alud de grandes proporciones, 
capaz de alcanzar la majada de las Argualas.
 ¿Qué hacer, pues? Resulta que las actividades de montaña son imprudentes, como también lo es vivir. Dicho de otra forma, se trata de introducir un poco de cordura en ese tan insensato como maravilloso delirio que nos impulsa hacia la cima. Tomar cuantas precauciones seamos capaces de asumir, vestirnos de prudencia; estudiar los partes, incluidos los de varios días antes de la excursión, trazar itinerarios con el nivel más bajo posible de exposición… ¡Y tener muy claro que puede no ser suficiente!

en pleno ascenso de Garmo Negro es frecuente cruzar vastas huellas de avalancha. Tantas veces va el cantarico a la fuente...
A tal respecto, es muy de agradecer el esfuerzo institucional, el de algunas organizaciones y el propiciado por iniciativas privadas para arrojar un poco de luz sobre la prevención de aludes. A lurte, Montañas seguras, FAM; textos, informes y boletines, señalización en los valles y puntos estratégicos, consejos y advertencias de expertos y guardas de refugios…

A todos ellos, gracias.

Algunos enlaces interesantes:
http://www.aemet.es/es/eltiempo/prediccion/montana?w=2&p=arn1
http://www.meteofrance.com/previsions-meteo-montagne/bulletin-avalanches/pyrenees-atlantiques/avdept64
http://lameteoqueviene.blogspot.com.es/
http://www.montanasegura.com/aludes/visor.php