Vías Pirineos de dificultad media, [escalada PD, AD, D (IIº/IVº, máx. Vº)]. Vivencias de montaña. Rincones desconocidos o escasamente divulgados. Y alguna que otra reflexión

domingo, 1 de diciembre de 2013

La Predicadera. Jabalí errante.

los mallos de Ligüerri desde el embalse de Vadiello
Si bien Vadiello es una conocida escuela de escalada deportiva, algunas zonas en su órbita, como San Cosme y la Predicadera apenas son frecuentadas. El Huevo de San Cosme fue escenario de viejas batallas y su conquista se remonta al año 1951; la historia de la Predicadera es más corta y la que tal vez fuera su primera vía, Jabali errante,  fue abierta hacia 1984 por Max Garralaga y Jesús Estaún. Sea como fuere, se trata de un hermoso y accesible itinerario, que discurre sobre un conglomerado calizo (tillita) muy sólido y de excelente adherencia.

pista de San Cosme; a la derecha, la Predicadera y, al fondo, Montidinera
La Predicadera, donde la escalada está sometida a restricciones durante los seis primeros meses del año, se alza bajo el Tozal de Guara, a caballo de las cuencas del Calcón y Guatizalema, y forma un espléndido contrafuerte del pico Montidinera; es un soleado rincón protegido de los vientos del norte, por lo que resulta un excelente destino de invierno. Se llega en poco más de una hora desde Vadiello, pero los comodones pueden servirse de la pista (sin asfaltar) que conduce al eremitorio de San Cosme y San Damián desde la carretera de Loporzano a Aguas; en tal caso, la aproximación se reduce a escasos minutos.

la Predicadera, flanco occidental
No es la Predicadera una escuela de escalada deportiva, sino más bien de itinerarios clásicos. De hecho, una de sus características más sobresalientes es la separación entre seguros; en la actualidad, Jabalí errante, 140 metros, está reequipada, pero incluso ahora, la distancia entre uno y otro parabolt es notable y muy superior a lo acostumbrado en las vías de escalada deportiva. No obstante, el paso clave (6a ó A0/V) está bien protegido, excepto si se toma la variante original, que es la que voy a recomendar, pues aquí no hay seguros que valgan y, además, resulta muy complicada la autoprotección. Tampoco es sencillo llegar a pie de vía; desde la pista, es preciso tomar un sendero ascendente, nada más sobrepasar la cerrada curva que describe para cruzar el barranco Os Muertos. Tras ascender unos metros, siguiendo la desdibujada línea de mojones y veredas que pronto se pierden, existe una variada gama de opciones, si bien todas ellas sin apenas huellas de paso. Todo a la izquierda, por el cauce del propio barranco, discurre la alternativa más hermosa, pero también la de mayor dificultad, especialmente si alguno de sus tramos húmedos está helado. Todo a la derecha no existe otro impedimento salvo el muy enojoso de sortear la vegetación a través de un vasto rodeo. Y, entre ambos extremos, diversas posibilidades de sortear los muros que nos salen al encuentro; la alternativa más directa solventa el problema mediante un bonito paso sobre el muro final, más fácil de lo aparente.

itinerario naranja, vía actual; en magenta la variante original
Emprenderemos la ascensión por una pared que se empina progresivamente (IIº al principio, hasta IVº- después). Muy arriba ya, se encuentra el primer obstáculo serio de los dos que cuenta la vía; se trata de un enhiesto resalte que se atraviesa de derecha a izquierda, según dicta la intuición. En algunas reseñas, está cotado en Vº; en la original, IVº. A mi juicio, un IVº+ se ajusta bien a la realidad; también se puede superar directamente, en cuyo caso sí podría hablarse de Vº, aunque en su límite inferior. Encima, nos esperan unos metros fáciles, hasta un pronunciado nicho equipado para la consecuente reunión.

una cordada en la reunión previa al paso clave, por encima del primer muro
en el paso clave; mi propuesta transcurre por el perfil de la izquierda
salida en libre; vía original un par de metros por detrás del asegurador
Nos encontramos ante el paso clave de la vía, si bien el resalte anterior supone un punto de no retorno por su dificultad para destreparlo —en caso de no disponer de cuerda, claro—; ni en mi primera ascensión, allá por mediados de los noventa, ni en posteriores repeticiones, salvo la realizada esta semana, la llevaba; quizá eso explique por qué me atreví con el muro que domina al nicho. Hoy en día, la vía describe un quiebro hacia la derecha y se sirve de varios seguros (A0/Vº; en libre 6a); antaño, el quiebro se realizaba hacia el lado opuesto para superar el hombro panzudo que obstruye la progresión. Durante aquella primera ascensión, efectué un rodeo en travesía, sin duda impulsado por la exposición y la evidencia de carecer de seguro; tal rodeo fue excesivo, sin percibir una salida convincente, y me vi envuelto en una de las situaciones, más delicadas que he experimentado, muy escasas por fortuna. Por lo demás, su satisfactoria superación me brindó también la más gratificante vivencia que la montaña me ha proporcionado. Descubrí la solución en la siguiente ascensión, pocos días después: no es preciso ningún rodeo, simplemente se afronta la panza justo donde el nicho llega a desaparecer, merced a unas excelentes presas de mano poco visibles que requieren unos movimientos precisos y la técnica adecuada. Encima nos espera otro lomo, con presas redondeadas y menor adherencia (antiguamente existía aquí una laminilla suelta, el único punto descompuesto de la vía, que ha desaparecido; presa fácil, pero peligrosa, como el tiempo ha demostrado). En definitiva, un paso de IVº+ o, más prudentemente, un Vº-, que, aun careciendo de seguros y de muy difícil protección, es más interesante en mi opinión que el recurso a la escalada artificial de la variante actual.

la cornisa final de la vía; paso final justo a la derecha del reguero de agua
desde arriba: perfil de la mitad superior de la vía 
desde la cornisa superior, último paso de la vecina Espolón starlux
El resto de la ascensión apenas opone algún que otro paso de IVº-, así como una pequeña rampa final en IVº, sin exposición. Para alcanzarla, hemos de trazar una travesía horizontal hacia la izquierda bajo un enorme y espectacular techo. Esta cornisa se prolonga al otro lado casi hasta la Gran chimenea; puede recorrerse andando, aunque exige máxima prudencia, y puede utilizarse para llegar hasta el rápel de descenso por La boa de Manolo, caso de no bajar andando o montar el rápel desde la reunión superior de esa vía. Estos últimos metros nada difíciles, destacan por su espectacularidad estética. Lástima: apetece sentarse unos minutos en la cornisa, pero el gran techo impide su limpieza natural y el lugar parece ser también objetivo predilecto de la fauna rupícola.

la Gran chimenea
flanco inferior de la margen izquierda de la Gran chimenea
Ya he citado que el descenso suele hacerse por La boa de Manolo mediante dos rápeles, tengo entendido que de 60 y 50 metros, opción aconsejable si se desea hacer alguna otra vía de similares características, por ejemplo el Espolón starlux o Guanchinflú. En otro caso, es factible el descenso andando por el barranco del Pito, curiosa y enorme roca redondeada plantada a la altura del contrafuerte occidental de la Predicadera. Este descenso es incómodo y salvaje, pero también muy hermoso; en buena concordia con la aproximación desde Vadiello. Por cierto, en tal caso tampoco es desdeñable la visita a San Cosme y San Damián; para retornar a nuestro punto de partida sin retroceso, existe un bellísimo sendero que comunica la ermita-santuario con la pista de Vadiello, a la altura de la cruz cubierta.

flanco oriental de la Predicadera; centro izquierda, Jabalí errante
otra perspectiva del itinerario y su variante
Recuerdo final: escasos seguros y muy difícil autoprotección.


viernes, 1 de noviembre de 2013

Pic d’Arri (cresta oriental), Arlet, Gabedaille.

el pico de Gabedaille, a la izquierda, y el de Arri, a la derecha, desde Somport
Desde Somport, se divisan hacia el noroeste las siluetas de dos cumbres; la más elevada, el pico de Gabedaille (Acué), domina el paso de l’Escalé en la cabecera de Aguas Tuertas; a la derecha de esta montaña (cuya antecima norte figura en algunos mapas españoles como Gabedallo) y al otro lado del collado de Couecq o de la Contende (también Acué, muga 279), se alza una meseta de laderas escarpadas que lanza hacia el noroeste un suave cresterío hasta el Pic d’Arlet. Se trata del Pic d’Arri, también dotado de varias antecimas, regaladas con un fárrago de topónimos según la fuente consultada. Nuestros vecinos del norte se complican menos la vida y solo mencionan tres cimas principales en los mapas del IGN galo: Gabedaille, Arri y Arlet, si bien a la primera la denominan también como Signal de Espelunguère.

Somport desde Couecq; al fondo, las cimas de Ip y Collarada 
Siempre me he mostrado muy sensible a las luces de otoño y a sus colores deslumbrantes. Por ello, acostumbro a realizar alguna salida en octubre que transite por hayedos; el bosque de Espelunguère, sobre las Forges d’Abel, justo a la salida norte del túnel internacional de Canfranc, constituye una seductora empresa. Y un interesante proyecto consiste en recorrer la cresta extendida entre la punta conocida como Sommet de Couecq (2012 m., junto a los collados de Lapachouau y d’Arrouy) y el Pic d’Arri (2157 m.), para descender al Col de Couecq (2019 m) y ganar el Gabedaille; el descenso para tornar al bosque de Espelunguère discurre por el paso de l’Escalé de Aiguë Torte (1635 m., muga 280), cerrándose así un hermoso periplo circular. Además, como una extensión muy recomendable, es posible incluir también la visita al Pic d’Arlet.

el Pic d'Arri desde la cresta  que proviene de Couecq; a la derecha el de Arlet
la cresta desde la cumbre; en primer plano la última serie de gendarmes
otra perspectiva de la cresta, ahora por su vertiente norte
Pocos metros después de atravesar el túnel internacional, ha de tomarse un desvío a la izquierda hacia Les Forges d’Abel; la pista asfaltada y un tanto confusa en su inicio cruza bajo la vía del ferrocarril por un angosto paso, para trazar de inmediato un pronunciado giro a la izquierda seguido de otro a la derecha, junto a una instalación eléctrica. Poco después inicia un fuerte ascenso que incluye un par de horquillas, avanza hacia el fondo del valle y, tras cruzar el torrente, llega a la central eléctrica d’Estaens (1268 m.) donde muere el asfalto y se abre un pequeño estacionamiento. Un kilómetro más arriba existe otro aparcamiento, más amplio; allí, la pista queda cerrada al tráfico no autorizado, si bien prosigue de uso restringido para los granjeros hasta las cabañas de Grosse en el vallejo de Couecq.

el pico de Gabedaille desde la cresta oriental al Pic d'Arri
En cualquier caso, conviene iniciar la excursión en la central eléctrica y atajar el último kilómetro de pista a través de un sendero a través del bosque; será el primer contacto a pie con el hayedo. A la altura del aparcamiento superior nace un camino señalizado que, de inmediato, pasa junto a una bella cascada: su mejor fotografía tiene lugar cuando el sol enciende las hojas de los árboles, a primera hora de la tarde.

la coqueta cascada de Espelunguère. Lástima: olvidé el trípode y no pude
 tomar la imagen con una velocidad mucho más lenta para "sedar" el agua
Sobrepasado el salto de agua, hemos de abandonar el sendero remontando la pradera hacia la derecha para enlazar de nuevo con la pista, que podemos seguir atajando próximos al límite del hayedo eludiendo algunos de sus zig-zag, hasta que se interna en el bosque donde, poco más tarde y después de un tramo horizontal, deviene angosta vereda. Tras un empinado repecho, el camino termina por unirse a un ramal secundario de la pista, única opción en la actualidad para alcanzar las granjas con vehículo y que también constituye una alternativa atractiva para acceder a pie al vallecillo de Couecq (puede tomarse partiendo del aparcamiento, único desvío a la derecha, después de un kilómetro aproximadamente). Tenemos ahora a la vista una larga cresta sensiblemente horizontal que enlaza el collado de Arrouy (1961 m.) y el Pic d’Arri, al oeste. La cresta, a unas dos horas del inicio, está salpicada de varias series de gendarmes, cuya superación íntegra resultaría muy laboriosa y difícil, sino inexpugnable en algún caso, pero todos pueden evitarse con escasa complicación, preferiblemente por la vertiente sur, pues la opuesta suele estar muy húmeda y resbaladiza. En cualquier caso, aquí o allá será preciso echar las manos, quedando al gusto de cada uno el tiempo y esfuerzo invertido en tal menester. Realmente, no existe mucha justificación para encaramarnos a todas y cada una de las piedrecillas sembradas con profusión en la cresta; sin embargo, la última serie de atractivos bloques, que precede a una difusa brecha herbosa, no puede evitarse sin perder mucha altura salvo mediante un flanqueo acrobático, una vez más por la vertiente soleada (de proseguir estrictamente por el filo, debe preverse un pequeño rápel final). Estamos frente a la última cuesta: rocas a la derecha y empinadas laderas herbosas a la izquierda. Existe un sendero, casi borrado y muy expuesto en algún tramo, que discurre entre las matas de arándanos y vence la ladera por la izquierda, sureste; es mejor opción afrontar directamente el acceso a la cima, acogiéndonos a la ración de roca y vegetación deseada. En cualquier caso, buena parte de nuestras presas estarán constituidas por los arbustos: no es este en absoluto un terreno adecuado para montañeros poco versados en el terreno de aventura; en realidad, para nadie si las condiciones son adversas y me temo que basta para ello con un poco de humedad; ¿acaso es eso raro en Francia?

Aguas Tuertas desde Arlet; al fondo el Bisaurín entre las sierras de Secús y Bernera
Desde el Pic d’Arri, alcanzar el de Arlet requiere muy poco tiempo y esfuerzo. Merece la pena, pues las panorámicas que se divisan son dilatadas, variadas y de sumo interés. De regreso al Pic d’Arri, el presuntamente fácil descenso al collado de Couecq nos reserva una sorpresa. Contemplada desde arriba, la canal, cuyo recorrido cota Ollivier de F+, resulta impresionante. Siembra la duda, desde luego; no obstante resultará más fácil de lo que aparenta. Pero, aunque los movimientos de escalada, si los hay, son efectivamente elementales, el terreno y la pendiente sobrecogen el ánimo. Nos acogeremos con fruición al amparo de hierbajos y matorrales, porque aquí resulta excepcionalmente impracticable la siempre gratificante opción de permutar peligro por dificultad; esto es, huir del terreno descompuesto e inestable para cobijarnos en roca sólida aun vertical.

el pico de Gabedaille desde el Pic d'Arri
Por fin ya en el collado, el ataque al pico de Gabedaille es muy rápido. Podemos ascender directamente por la arista norte (recomendable) o bien realizar una travesía hasta la arista oeste, para alcanzar por ella la cima. La peor opción es la intermedia, pues el precario terreno en la proximidad de la cumbre torna dudosa la codiciada ganancia de tiempo. Para bajar hasta el paso de L’Escalé es factible un descenso directo y muy rápido, no indicado en los mapas, por empinadas laderas de hierba prácticamente junto a la línea fronteriza. Tan solo restará un breve y gratificante paseo por el bosque de Espelunguère para tornar al punto de partida.

el Pic d'Arri desde las laderas del pico de Gabedaille.
La canal de descenso discurre por la izquierda, justo en el límite de la sombra
Castillo de Acher y las cumbres de Oza y Zuriza desde Gabedaille
Esta excursión solo debería emprenderse con buen tiempo y condiciones. Humedad y niebla pueden complicarnos mucho la existencia, a pesar de la profusión de arándanos excelentemente enraizados a los que, tarde o temprano, abrazaremos. Además, aunque el hayedo sumido en la bruma posee una magia especial, en este caso sería imperdonable perder unas magníficas perspectivas por falta de visibilidad.

el ibon de Estanés desde la cumbre del Gabedaille. Puede observarse la viabilidad del 
descenso por las praderas hasta el paso de l'Escalé de Aiguës Tortes, abajo a la derecha
aquí, junto a l'Escalé, el agua corre (perdón: pasea) ya hacia Francia.

lunes, 14 de octubre de 2013

El misterio del IV, (1 p.)

Reflexiones sobre la graduación de dificultad.

Andaba yo cierto día camino de la Jean-Santé, con ansias de hincarle el diente a tan afamada punta del no menos célebre Midí d’Ossau, merced al couloir Pombie-Peyreget, cuando, tras unos metros relativamente accesibles, el aspecto sombrío de un diedro imponente por donde supuestamente proseguía la ascensión me… ¡Ahí va!, ¿será por ahí?, ¡pero si la guía Dupouey dice que sólo es IVº-! (Bellefon, al menos, trocaba el apéndice por un más ajustado IVº+).  Efectivamente, tras la fácil repisa ascendente inicial, se llega a un muro vertical, también accesible en sus primeros metros (IIIº); cuando la ascensión se complica, hay que hacer una travesía horizontal de un par de metros, fácil pero expuesta y aérea, para entrar en un cajón de suelo inclinado y cerrado por el frente y los costados por roca vertical; en la pared frontal existe a la izquierda una fisura "de mano empotrada" y arriba dos enormes presas "buzón" que es preciso alcanzar. Ese es precisamente el problema al que me refiero: poco más de dos imponentes primeros metros, de esos que por lo menos miden doscientos centímetros. Por encima, queda una chimenea estrecha y acogedora, segura, cómoda (IVº como mucho) de cinco o seis metros, que se asciende con facilidad. El paso es, ciertamente, muy bonito. Se desemboca en una enorme terraza inclinada que ha de atravesarse de izquierda a derecha hasta unos bloques facilones por los que se retorna el eje del corredor. Tras aquella efeméride, me habré internado por estos andurriales al menos media docena de veces (las servidumbres de las andanzas en solitario imponen una doble ascensión de los pasos asegurados: que si subes, que si bajas a retirar el material, que si tornas a subir…); en todas ellas, francamente, calificaría ese par de metros como de un soberbio Vº y, desde luego, siempre, siempre, lo he asegurado. Claro que se trata de un paso atlético, poco adaptado a mi exigua condición enclenque y, además, tampoco podría nunca descartar cierta incompetencia para descubrir su truco (si es que existe, que aún sigo en ello); sin embargo, un hermoso día, releyendo las reseñas de Ollivier, descubrí por fin la sacrosanta y exculpatoria mención: ¡¡IVº, un pitón utile!! O sea, que, en realidad, estamos hablando de un paso casi, casi, en artificial; o sea, que también los superhombres son humanos y de vez en cuando se les puede contemplar atorados en humildes Vº (incluso IVº 1 p.), o sea que…

couloir Pombie-Peyreget a la Jean Santé, en el Midí d'Ossau
por ahí, por ahí va
Sin complejos, pues, que el problema viene de antiguo. Podría aportar otras vivencias, como la de un bloquecillo liso de tres metros plantado en plena cresta de las Maladetas, intruso indeseable nominado de IVº en una cresta que se recorre prácticamente sin usar las manos y por fortuna sencillo de rodear, así como tantos otros problemillas de similar calibre que andan sueltos por ahí, sin bozal. Y es que el tema de la graduación, además de subjetivo, ha sido siempre polémico, casi tabú; aún más en tanto se trata de enmendar los dictámenes de algún elefante sagrado que tal vez evaluó la vía en ese día “tonto” que también los ilustres padecen con menor o mayor frecuencia o, simplemente, a quien se le escapó corregir una enojosa errata de imprenta. 

la cresta de las Maladetas
Por otra parte, casi todos, probablemente, habremos oído alguna vez aquello de: “un IVº es un IVº y un VIº, un VIº, pero un Vº puede ser cualquier cosa entre ambos extremos”; por mi parte, extendería tan sutil comentario al IVº+ y, desde luego, incluiría directamente todos los “IVº (1 p.)”. Sí, la cosa viene de antiguo, de los tiempos en los que no se distinguía entre libre y artificial (sobre todo cuando los recursos propios de la artificial quedaban reservados a breves pasos aislados) y se asimilaba “oficialmente” los A0 y A1 a un IVº, A2 al Vº y VIº a partir de A3, como así se afirmaba en algunos manuales clásicos; el “paso de hombros”, entonces muy popular, se calificaba también como IVº, ocasionalmente sin otra mención aclaratoria, así como el recurso esporádico a un estribo, compañía habitual en las mochilas de la época heroica junto a la maza y un surtido de pitones, detalles estos tan ínfimos que muy bien podían pasar totalmente ignorados en reseñas apresuradas.

restos de la época heróica. La cuña superior parece equipada
 con el entonces muy habitual "cintajo de paracaídas"
El asunto no tendría mayor trascendencia, si no fuera porque algunos autores actuales se apoyan con demasía en textos pretéritos y reiteran errores de apreciación que tienden a perpetuarse, pues, aun sin contar con aspectos circunstanciales o factores psicológicos y personales que tanto pueden influir en la evaluación de los itinerarios, es poco habitual que se hayan recorrido todas las vías descritas ni es fácil evocar suficientes detalles de correrías de antaño. Así que no debiéramos asombrarnos demasiado cuando un tímido paso de IVº nos ponga inopinadamente a prueba; aún menos si en alguna antigua reseña prevalece el apelativo de IVº (1 p.), cuya traducción explícita sería algo así como: “pitón de progresión, donde será útil un eventual estribo o, más simplemente, será preciso apoyarse o colgarse descaradamente del susodicho pitón para superar el paso”.

Todos somos muy sensibles a un grado, aquel que está inmediatamente por debajo de nuestro límite, y poco o nada susceptibles de apreciar diferencias en el resto de la escala: ¿quién puede distinguir con cierta objetividad un Iº de un IIº? Seguramente, todos nos sentimos mucho más cómodos en un IIº, incluso IIIº, sobre terreno firme y seguro que en un modestísimo Iº sobre roca descompuesta e inestable, puesto que en los grados inferiores predominan mucho más los factores psicológicos y ambientales que la apreciación directa de la dificultad.

¿y si no estuviera a un palmo del suelo?
En cualquier caso, el debate sobre el controvertido tema de la graduación tiene el futuro garantizado y vigente en toda la amplitud de las diferentes escalas, sea en sus primeros peldaños o en la frontera del rendimiento humano. Resulta paradójico, por lo demás, que estas escalas suelen referirse a algunos ejemplos prácticos para describir sus diversos grados de dificultad, pero tales ejemplos son extraños y poco o nada accesibles para los neófitos, principales valedores y usuarios de las escalas. Y es que, realmente, no existen descripciones operativas de los grados, incluso en casos tan reconocidos como la Welzembach o su legado, la UIAA: aunque recuerdo haber leído algunas observaciones escasamente precisas al respecto, las menciones no superaban lo anecdótico, limitándose a tópicos comunes de escaso valor informativo, como: “escasean las presas y debe ascenderse encordado…” No podía ser de otra manera en materia tan dependiente de la subjetividad y sobre la que tanto la climatología y sus efectos directos como múltiples variables incontrolables ejercen un dominio indiscutible; a efectos ilustrativos resulta muy interesante la existencia de muros de escalada, como el de Luz Saint-Sauveur, en el que a lo largo de muchos metros se extiende una serie de cortas vías de dificultad creciente, cuya evaluación responde a criterios múltiples y basados en el consenso de un nutrido equipo de expertos; en tales muros, cada cual puede encontrar fácilmente su límite razonable. Es curioso cómo, en general, el muro suele detectar con precisión el rango potencial de cada escalador, aunque el límite, ¡por fortuna!, más que una frontera realista, suponga sobre todo, un desafío, un objetivo a vencer.

otro recuerdo arqueológico. Morata de Jalón, años setenta
Aunque la polémica de la graduación es más frecuente y virulenta en el ámbito de la escalada deportiva, allí tiene menor trascendencia y la discusión se limita a pequeños matices o diferencias, exclusivas de los “estratogrados”. Sin embargo, en el campo del montañismo clásico o alpinismo, la cuestión puede representar, antes que una sorpresa desagradable, la sutil puerta a una situación límite: más allá de dramatismos superfluos, es vital incluir en las reseñas aquellos aspectos que puedan representar un peligro potencial y, sin devaluar las vías (lo cual supone otro peligro en ciernes, la falta de credibilidad y pérdida de ecuanimidad), añadir a las descripciones cuanto detalle pueda suponer potencialmente un peligro objetivo, sea por la razón que fuere.

Solo me resta pedir perdón por todas las veces que no he cumplido tales propósitos incluso en este mismo foro y, de antemano, por todos los errores que inevitablemente cometeré en el futuro.

jueves, 10 de octubre de 2013

Cresta Brazato Labaza

La popular ascensión a los ibones de Brazato, desde el Balenario de Panticosa, rodea la extremidad de un cresterío que se alinea Oeste/Este hasta elevarse en una punta sobre el ibón de Labaza, donde dobla hacia el Sur para recobrar más tarde el sentido original y morir poco después en el collado de Labaza, punto de conexión con la arista que proyectan los Dientes de los Batanes hacia el Oeste. El punto más elevado de esta vasta cresta, el pico de Labaza, se eleva a 2.767 metros y se encuentra próximo al collado homónimo (2715 metros), desde donde se deja conquistar con facilidad incluso en invierno. Existen numerosas escapatorias que interrumpen el cresterío y permiten el descenso hacia ambas vertientes, aunque no siempre son tan cómodas como pudiera parecer.
 
la cresta, vertiente de Labaza, con la punta Cara Costa a la derecha 
Respecto a la gran rama de la cresta que se inicia a la altura de los ibones altos de Labaza o Serrato y del orondo Cerro Gascón (2.526 metros), conformando una cima conocida como Labaza Occidental o Pico dero Sarrato (2.693 metros), hasta el camino de Brazato, en cuya cercanía se alza la última punta rlevante, denominada Cara Costa, de 2.509 metros y muy visible desde el Balenario, apenas existen referencias; tan solo algunas descripciones para el ascenso directo a ambas cumbres. Constataremos, además, una enorme confusión toponímica que dificulta rastrear la información disponible: podrían realizarse toda clase de salvedades a la nomenclatura que indico (y por, supuesto, a su altimetría), con particular mención de las voces Sarrato y Serrato, profusamente recogidas en la cartografía para designar ubicaciones (picos, crestas, ibones e incluso entornos) muy diferenciadas.

itinerario; en verde variante aconsejable
Sin embargo esta cresta mantiene cierto interés y constituye un objetivo decoroso; solo he recorrido una parte, la mitad occidental, pero espero tener ocasión de completar la travesía íntegra. El itinerario que voy a describir parte del camino hacia el gran ibón de Brazato, el cual se abandona justo debajo de la cresta, cuyos primeros escarpes, aderezados de pino negro, dan la impresión de ser tan embarazosos como desprovistos de interés. Una pequeña canal, muy evidente, permite el acceso a la cresta, cerca de una primera punta que se alcanza sin dificultad (Iº), ya desaparecida la vegetación árborea; en la brecha cercana se encuentra un hito que sugiere otro acceso a la cresta, quizá más cómodo. A partir de este punto, nos espera una confortable y fácil trepada hasta una segunda punta, más importante, Cara Costa. El descenso a su brecha oriental no es sencillo; debemos mantenernos cerca del filo de la cresta, con tendencia a la vertiente Norte (Balneario), hasta donde sea posible una corta pero delicada travesía horizontal (IIIº) que nos trasladará hasta la brecha, en medio de la cual se alza una característica roca, y desde donde se puede abandonar la excursión hacia ambas vertientes.

la punta de Cara Costa, vertiente oriental
La segunda sección del cresterío resulta más complicada, pero también de mayor interés. Sin embargo, es muy posible que iniciar el ataque por la vertiente norte pueda solventar con extrema facilidad la conquista de los primeros bloques, dislocados y verticales, poco propicios a un asalto directo. No lo hice así y busqué la solución hacia la derecha (vertiente de Brazato), embarcándome en un caos de rocas no muy difíciles (pasos aislados de III), pero donde pesa la amenaza de un ambiente hostil. En cualquier caso, enseguida se llega a un delgado filo que se cabalga mediante un elegante paso (IIIº, nada expuesto); ya no abandonaremos el perfil cimero, que nos obsequia con una agradable y variada progresión, incluida una corta baravesa horizontal, en los lindes de la próxima brecha, por la que concluí el recorrido de la cresta y descendí hacia el Balneario.

la continuación de la cresta hacia el Este
El itinerario reseñado no debería en ningún caso superar el IIIº, sobre sólido granito, eso sí, en la vertiente norte plagado de líquen, siempre azaroso cuando se encuentra húmedo. En cuanto a la continuación… desde la brecha se adivinan algunas complicaciones en lo que pudiera constituir una sección muy bonita e interesante. En caso de que resultase imposible la progresión por el filo de la arista, parece de mayor interés el flanco que mira al Balneario.

el pico occidental de Labaza, sobre el ibón del Serrato;
al fondo, izquierda, el pico de Labaza, máxima altura, 2.767 metros.

el pico occidental y su cresta hacia Cara Costa

viernes, 13 de septiembre de 2013

Homenaje a Rabadá y Navarro

Tras unos días complicados respecto a la administración de este blog y en los cuales he llegado hasta perder el acceso, parece que, al menos, puedo reanudar la inclusión de entradas (con los comentarios puede que aún tarde un poco más).

La ocasión es inmejorable para recordar el próximo homenaje a Rabadá y Navarro, que se celebrará en Mezalocha en octubre http://homenajearabadaynavarro.blogspot.com.es/ Incluyo seguidamente un escrito que ya se vio reflejado en ese blog: sirva como mi particular homenaje a la brava cordada aragonesa.



¿Dónde estáis?

En agosto de 1963, yo tenía once años. Apenas había desvelado alguno de esos secretos que el Pirineo esconde celosamente; me admiraba ante los Mallos de Riglos cuando los contemplaba desde el canfranero, mecido por el entrañable traqueteo de aquellos vagones de madera, y todavía faltaban unos años, cuatro o cinco, no lo recuerdo bien, para la conquista de mi primera cumbre, el Aneto.

Cuando aquel lejano verano del 63 se hablaba en casa de montaña, era para mentar las virtudes de la escurridiza trucha arco iris o el embrujo encantado de los hayedos, tan dispares del arisco y familiar desierto estepario que estábamos forzados a contemplar cuatro pasos más allá de la ribera del Ebro. Quizá sin saberlo, la montaña ya me había ganado entonces, pero estaba muy lejos de imaginarme trepando por escarpes inaccesibles. Admiraba sin envidia los ecos lejanos que pregonaban triunfos sublimes en marcos hostiles, pero apenas los nombres de Alberto Rabadá y Ernesto Navarro se me hicieron familiares, cuando la tragedia del Eiger se los llevó para siempre. Recuerdo las angustiosas noticias que Heraldo de Aragón transmitía, la atormentada incertidumbre, primero, y el desenlace fatal, después… aquella había sido la última aventura de una cordada mítica. En la calle, por una vez, se hablaba de montañismo, siquiera para reprochar a los intrépidos alpinistas la sinrazón de eso que Lionel Terray denominó oportunamente la conquista de lo inútil. Otros repetían con orgullo: “No cayeron; han muerto de agotamiento antes que rendirse”, pero muy pocos comprendían cuál era justamente el impulso que les había enfrentado al sombrío duelo del Eiger

No sé muy bien como fui descubriendo, casi sin querer, que la montaña se había colado muy dentro de mí, sin pedir permiso. Y algún día a finales de los sesenta, amanecí embarcado en la que pretendía pasar por ser mi primera vía de altura: la arista de los Murciélagos al Aspe, un aéreo perfil sellado por la impronta de Rabadá, espejo en el que tanto y tantos deseábamos reflejarnos. Pero no pudo ser; mi compañero y guía de cordada no tenía su mejor día y hubimos de renunciar tras los primeros escarceos. Tardaría más de una década en volver a la arista y ascenderla, en esta ocasión ya en solitario, como tantas y tantas veces lo he hecho a lo largo de estos últimos años. Algo después, si bien en verano, llegaría la Edil, deslumbrado por esa línea fascinante que une Tortiellas con la antecima del Aspe. Desconozco otras vías de Rabadá y Navarro, fuera de mi alcance, por más que en alguna ocasión la luna llena me haya sorprendido escuchando cantos de sirena junto al Naranjo o hechizado por esas brujas que, dicen, moran en el Tozal.

Pero, aun anclado en la realidad, no dejo de evocar a dos cordadas —Manuel Ansón y Julián Vicente; Alberto Rabadá y Luis Alcalde— vociferando entre los abismos para identificar las dos características agujillas de la cresta de los Murciélagos: Dondestástu; Dondestánestos. Muchas cosas han cambiado en los últimos setenta años: sobre todo, los avances técnicos han facilitado, quizá demasiado, la victoria sobre los más osados desafíos; también dicen que se le ha perdido el respeto a la montaña, pero a mí, lo que de verdad me preocupa, es que se haya desvanecido el espíritu de la aventura, ese que tan profundamente llevaban grabado muy cerca de su corazón Rabadá y Navarro, y que compartieron con la mayor parte de los escaladores de su generación, para legarnos las mejores páginas del montañismo aragonés.

Tal vez se trate solo del poso nostálgico de un pireneista que ya ha dejado de ser joven, mas quiero sentir una y otra vez en el rostro el soplo de aquella brisa, trocada más tarde en huracán, que se engendró en Mezalocha.

¿Dondestástu, Alberto? ¿Y tú, Ernesto? Quien quiera hoy dialogar con vosotros os encontrará en cualquiera de esas paredes imposibles que aún quedan por vencer.

domingo, 18 de agosto de 2013

Tronquera. Cresta norte

El pico de la Tronquera, ente La Moleta y la Pala de Ip, se alza a 2.689 metros sobre una larga y oronda cresta tendida de este a oeste y con abruptas paredes en los flancos, especialmente en el septentrional, a lo largo del cual apenas se divisan puntos débiles. Uno de ellos, el único evidente, está constituido por una dilatada arista que termina por conformar el espolón de Samán; tal arista estaría llamada a constituirse en vía normal si no fuera por los erectos escarpes en los que se apoya justo antes de estirarse definitiva y horizontalmente para dar paso al sendero que utiliza la vía normal de la Pala de Ip y, mediante un amplio rodeo, de la propia Tronquera.

perfilada, la cresta norte del Pico Tronquera
Este espolón norte no existe en la literatura de montaña, pese a constituir una vía de acceso incuestionable. A lo sumo, solo he podido encontrar una vaga referencia en internet, en la que alguien indicaba que había seguido en descenso la arista, encontrando algunas dificultades que pudo eludir, en última instancia, gracias a unas pedreras marginales. Realmente, este itinerario carece de interés deportivo, lo cual compensa ampliamente en espectacularidad y belleza, por lo cual es muy recomendable ceñirse durante la ascensión al propio filo de la cresta, desde donde las perspectivas son más vastas y hermosas. Los primeros escarceos en la arista, bien visible cuando se alcanzan las proximidades del ibón de Samán o Iserías, apenas suponen un mínimo entrenamiento previo para atacar el resalte más vertical con el que la arista debuta; este paso parece fácilmente eludible por la izquierda, aunque desde arriba ya no se ve tan clara la supuesta bondad de la variante; en cualquier caso, es la única opción por la que el anteriormente citado montañero, en su descenso, pudo burlar el obstáculo. Se trata de tres escuetos peldaños de IIIº grado, el último en su límite superior, en aceptable roca, aunque no conviene descuidar la atención. Después, restan unos metros entretenidos pero muy fáciles y una larga caminata hasta unirnos con la cresta cimera, por la que se puede acceder a la cumbre sin ningún problema. La cima, curiosamente, está constituida por un pequeño bordillo en el único punto donde la cresta se estrecha y obliga a usar las manos para coronarlo.


Pero, antes, hemos de alcanzar el ibón; el punto de partida es Canfranc (estación), desde donde se llega por pista al fuerte de Col de Ladrones. Tras un pequeño descenso, enlazamos con el camino que transita por el fondo de la Canal de Izas, el cual abandonaremos algo antes del refugio de Iserías, cuando el valle se abre. Ascendemos bajo el espolón de Samán, para colarnos bajo la barrera de escarpes que lo prolonga lateralmente hasta la cabaña de la Vuelta de Iserías, donde el sendero efectúa un marcado cambio de orientación para dirigirse hacia el ibón, todo lo cual puede suponer algo más de tres horas desde la estación internacional. Resta todavía poner pie en el espolón y remontarlo en su totalidad; en total más de cinco horas efectivas, aunque el terreno es adecuado para establecer una buena marca de velocidad y rebajar notablemente este tiempo.

la cresta vista de frente
No se trata, sin embargo, de una vía idónea para la iniciación a la alta montaña, pues transcurre sobre un terreno algo delicado y de compleja retirada en caso de que alguna de las frecuentes tormentas vespertinas que asolan la zona se decida a complicarnos la excursión, con el compromiso que implica una larga permanencia sobre las crestas superiores. Sin embargo, también supone una excelente alternativa a comienzos de temporada, cuando la nieve helada tapiza la canal de la vía normal a esta cima y a la Pala de Ip, siempre, claro está, que no se prefiera el acceso desde el monte Larrón, también el trayecto más rápido y útil para el descenso, por mucho que tal itinerario carezca de los alicientes estéticos de la visita a la canal de Izas y al ibón de Iserías.

el ibón de Saman, desde los picos de Iserías 
...y con el vecino Pico de la Moleta como telón de fondo.
la Pala de Ip durante la ascensión
las paredes septentionales de la Tronquera
y, finalmente, la cima desde la cresta somital


miércoles, 31 de julio de 2013

Los picos de Brazato

Los picos de Brazato ¿montaña para vacas?

¿Qué tienen algunas montañas para provocar nuestra atención y hacerse notar relegando a vecinos de mayor envergadura? Sin duda, es su aspecto lo que nos conquista; su presencia magnífica domeñando a los riscos de su entorno que le rinden vasallaje. Al menos, tal fue mi sensación, frente a la Peña dero Brazato; ignoto promontorio de esporádica comparecencia en los mapas oficiales, ubicado entre el pico de Brazato y el del Tablato de Piniecho, los cuales lo dominan sobre el papel por escasos metros; una exigua diferencia, eso sí. Sin embargo, la mole abrupta y desafiante de la Peña dero Brazato, casi siempre registrada sin cota y muchas veces innominada, poco tiene que ver con el aspecto más amazacotado de sus dos vecinos, mientras que alardea de un porte relativamente inexpugnable. No hay tal, como veremos enseguida, aunque el pico se defiende con soltura de asaltos poco fundamentados, como estoicamente suelen constatar algunos andarines despistados, que se ven obligados a renunciar a esta cima en favor del agarmonado Tablato o de la anodina “cota 2.731” que designa al Pico de Brazato; a esta última elevación debemos sin duda el bautizo apresurado de la Peña dero Brazato, para distinguirla de su pico homónimo, presuntamente más alto. Pienso, sin embargo, que el nombre que las gentes del lugar habrían otorgado con intención genérica a las prominencias ubicadas sobre el ibón superior de Brazato, debería recaer sobre la cumbre individualizada más significativa de las dos potenciales aspirantes al título y, creo honradamente, que ésta debe ser, tanto por su fiero aspecto como tal vez por su altura, la cima actualmente reconocida en ciertos mapas como Peña dero Brazato, la cual permanece anónima en otros muchos, sin que ni en unos ni en otros llegue a alcanzar los 2.700 metros (mejor no recrearse en la confusa y habitual algarabía de nombres, alturas y denominaciones que podemos encontrar en la consulta de distintos documentos y publicaciones).

¿Pico o Peña dero Brazato?
Sea como fuere, en el pasado verano de 2011 me animé a explorar con mayor profundidad esta montaña, a cuya cúspide oficial ya ascendí hace algunos años con esquís y a la que había contemplado por primera vez en una temprana adolescencia, cuando acompañaba a mi progenitor en sus correrías tras las apetecibles truchas de los ibones. Como recuerdo de aquellos días, me queda la airosa estampa de una cumbre a la que ya entonces atribuimos el apelativo de Pico de Brazato y que resulta por completo ajena al insustancial apéndice que dormita acomodado en la cresta un poco más hacia levante.

en naranja, vía cara norte; en violeta, arista; en verde, la normal
Así pues, y en torno a unas tres horas después de partir del Balneario de Panticosa, me encontré una pálida mañana de junio en la cola del embalse alto de Brazato y frente a la cara noreste de la Peña, con la intención de ascenderla en caso de que la ínclita eminencia me concediera su permiso. Las luces del alba dejaban en sombra la tortuosa cara norte, en la que se adivinaban veladas quebraduras verticales; parece ser que también enmascaraban una evidente vía de ascenso que, sin posible explicación, me pasó inadvertida: una rampa que corre en diagonal ascendente hasta estrellarse, ya muy arriba en un graderío fácil. De modo que, ignorando ese potencial itinerario, avancé resuelta y directamente hacia la pared oriental superando unas rocas poco empinadas (algún paso aislado de III), las cuales se pueden esquivar fácilmente merced a un breve rodeo por unas pedreras situadas hacia la izquierda. Ya bajo el erguido baluarte superior, una travesía a la derecha (existen otras opciones alternativas) me permitió sortear los pasos más escabrosos, para acceder a una poco definida arista orientada al norte que delimita la vasta vertiente noroccidental y donde concurre una roca más inestable y plagada de líquenes. En suma, tan solo algún fugaz y aislado paso de III, quizá siempre eludible. Ya en la cima, tuve ocasión de dedicar unos minutos a solventar la cuestión de la altitud: una visual dirigida a la cúspide del vecino pico del Tablato, administrativamente más elevado, se estrella al fondo contra las faldas de la Partacua. No queda duda, pues: la Peña dero Brazato es más alta; la disparidad, además, podría ser significativa y rayar en torno a los treinta metros, que es, precisamente, la diferencia comúnmente registrada entre el Tablato y la máxima cota de los Picos de Brazato; en cambio, no me atrevería a proclamar cuál de estos, el “Pico” o la “Peña”, es la prominencia más elevada: en este caso la diferencia es mínima y resulta difícil decidir a favor de cuál de las dos pueda decantarse. Si bien un arbitraje cabal cabal debería conceder la razón a los argumentos oficiales, defendidos y representados por la mayoría de los mapas, también éstos, sin entrar en asuntos toponímicos, son con frecuencia erróneos. Y, en este caso, se equivocan al menos en lo que se refiere a la relación entre el Pico del Tablato y la Peña dero Brazato, ¿no? Además, se intuye que la tal Peña es más elevada que su pico homónimo.

la cubre de Brazato; al fondo el Vignemale; se aprecia, a similar altura,
la alienación de las dos cimas, del pico "oficial" de Brazato y de la Peña
otra perspectiva, un poco por debajo de la cumbre de la Peña: ¿cuál es más alta? 
Después de un rápido reconocimiento de la hermosísima cresta cimera que corre de NE a NO en la que pude constatar que hasta allí no se podía llegar con las manos en los bolsillos, opté en esta primera visita por no complicarme la vida y descender exactamente por donde había subido, pero ya en el fondo del valle, cuando, todavía poseído por el vano orgullo de la cima recién conquistada, volví la vista atrás hacia la ahora ya bien iluminada cara norte… ¡Seguro que por ahí se puede subir andando! Tras esta lamentable reflexión, contemplé con frustrada resignación cómo parecían derrumbarse mis anhelos de inexpugnabilidad, merced a la ya mentada glera que asciende en diagonal hacia un pasillo de aspecto también bastante sosegado, el cual desemboca en una pendiente final que sabía fácil, justo debajo de la cresta. ¡Ya tengo una buena excusa para volver! –me dije–.

la arista y los dos diedros inexpugnables;la vía descrita 
recorre el perfil de la izquierda y luego, la arista cimera
Lo hice a mediados de agosto, con la intención de ascender esta vez al pico desde la cresta que viene del Tablato y en cuyo collado más próximo a Brazato había visto abandonar a varios grupos en junio. Esta vía presentaba a priori una excelente ventaja: la oportunidad de visitar de nuevo la airosa cresta cimera, cuyo acceso está defendido por dos resaltes sucesivos de inquietante faz. Lo cierto es que desde el collado se advierte el primero de ellos bastante más serio de lo admisible: una cara estrecha y triangular, vertical, surcada por dos hermosos diedros de difícil superación. Y si de lejos ambos diedros ostentan empaque de alto nivel, de cerca su aspecto es aún más dudoso, especialmente el de la derecha; su vecino parece un poco más humano y debuta por unas rocas de IV, pero enseguida se presenta más complicado a lo largo de un tramo, muy erguido y dotado de presas redondeadas, hasta una estrecha cornisa tapizada de piedra suelta. A partir de ahí, la cosa es todavía mucho más seria y no bajará de un V sostenido, tal vez VI. En cualquier caso, se trata de un desafío en completa discordia con el espíritu de la ascensión algo más amable que perseguía. En cambio, la arista SO que delimita la cara, aunque también goza de un aspecto imponente, se deja subir con facilidad. Un breve paso de III+ e, inmediatamente, la dificultad baja a II e, incluso, es también posible desde ese momento continuar en la vecindad de la arista sin apenas utilizar las manos. Tanto si proseguimos hacia la izquierda por la accesible pedrera como si optamos por el elegante filo de la arista, al cual solo cabe oponer la presencia de insidiosos líquenes, muy resbaladizos cuando se humedecen, accederemos pronto a la brecha entre este espinoso resalte y el siguiente, desde cuya coronación parte la bellísima cresta hasta la cima. Este escarpe es más amable que el precedente y su ascensión resulta muy gratificante de continuar por el filo de la arista (también ahora es posible escapar de los obstáculos mediante sucesivas gradas que corren hacia la izquierda). Pero sería un pecado ignorar la hermosísima y aérea cresta, inmensa y plural en su variedad, así como plena de espectacularidad que no de dificultad, pues no presenta ningún impedimento superior al II, salvo algún III descarriado y, tal vez, sendos pasos un poco más duros en sus dos extremos, tan exiguos como fáciles de rodear. Desde tal cresta, por otra parte, podremos constatar que tampoco existe acceso cómodo por la pared Sur; a lo sumo un par de canales, interesantes en invierno pero absolutamente desaconsejables cuando se encuentran libres de hielo y que, desde luego, exigirán al menos una escalada elemental.

aspecto invernal desde el Tablato
Dado que por la cresta hacia el pico de Brazato también está cortada la progresión, tan sólo quedaba por dirimir la incógnita de la potencial facilidad de acceso por el canchal oblicuo de la cara que apunta hacia el Balneario. Por fortuna, los últimos metros de esta vertiente hasta alcanzar la cima exigen obligatoriamente el recurso a las manos. Mínimo II y en su límite superior. Sin embargo, por desgracia, mis temores se confirmaron en cuanto a los puntos todavía oscuros de la incógnita: tras un breve descenso en pleno norte se accede al punto donde se estrella la pedrera diagonal; falta entonces por descender (o ascender) una sucinta rampa, perfecta definición de una trepada de primer grado: aquí, las manos se utilizan solo para guardar el equilibro. De hecho, si de una apuesta se tratare, casi cualquier montañero medianamente curtido podría superar el tramo sin tocar en absoluto la roca con las manos. Debajo queda una vasta pedrera, no demasiado inestable, en la que florece algún que otro hito indicativo del camino de menor resistencia hacia la cima.

Bueno…, al menos, sigo pensando que he conocido al genuino Pico de Brazato, que no carece de atributos para merecer una visita. La vía de la arista suroeste, parece también un objetivo ideal para la iniciación, a despecho de los resbaladizos líquenes y de la presencia de algún bloque inestable que obliga a no descuidar la atención; a cambio, si fuera necesario, he de insistir en el peculiar carácter de esta ruta: es posible eludir todos o casi todos los pasos escabrosos, lo que si bien reduce el interés de la ascensión, supone una garantía para excursionistas de escasa experiencia.


¿Es entonces esta una montaña para vacas? Al margen de las elocuentes disquisiciones de Mummery y de sus famosos asertos (en los cuales, tengo entendido, no se citaba a las vacas sino que se aludía a apacibles excursiones para damas), esos metros finales para acceder a la cresta, en los que es obligatoria una escalada siquiera elemental, nos permitirán conservar para esta montaña un leve fulgor inmarcesible. Además… ¿quién ha visto alguna vez una vaca en esta cumbre? ¿Es que alguien piensa que por aquí pueden subir las vacas, eh? ¿Alguien las ha visto? ¡A que no!