la ermita de San Martín de la Bal d'Onsera |
Sin duda, los antiguos eremitas sabían dónde encontrar un rincón escondido donde recogerse, a salvo del mundanal ruido; un paraje remoto, de difícil acceso, donde nada pudiese turbar su meditación. Desde luego, acercarse a la ermita de San Martín es como entrar en otra dimensión, insospechado remanso de paz donde la armonía con la naturaleza preside una existencia de sereno reposo; una naturaleza que, por lo demás, sabe bien cómo defenderse de intrusos indocumentados, pues tan solo brinda un artificioso punto de acceso “normal”.
en el entorno de San Julián de Banzo, punto de partida. |
La Cobeta, pórtico del camino a la ermita. |
No sabemos demasiado acerca del incierto origen, quizá visigótico, de este entrañable eremitorio, cuya fundación se atribuye a San Martín de Tours y del que la primera referencia data de 1075. Monasterio masculino en 1110, cenobio femenino desde mediados del siglo XII hasta 1572 y posteriormente al cuidado de un ermitaño, el lugar acuñó sólida fama de propiciar la fecundidad; así lo creyeron Pedro IV y otras gentes de la nobleza aragonesa en busca de descendencia, visitas llamativamente recompensadas con la prolongación de su linaje. Para los malpensantes, cabe añadir que en ese momento eran monjitas las regentes del cenobio y no un abad promiscuo.
así nos recibe el eremitorio, bajo un enorme desplome. |
También se dice que San Úrbez pasó por aquí, en su curioso y ubicuo peregrinar por las tierras altoaragonesas. Pero lo que no deja duda es la presencia de los vándalos durante la pasada guerra civil; ¿acaso no estaba el eremitorio lo suficientemente apartado como para escapar de desmanes y expolio? Parece ser que el promotor del asalto encontró a su vez una muerte violenta no muy lejos del escenario de su hazaña. ¡Quien a hierro mata...! El edificio entonces asolado había sido remodelado en 1640, se benefició de alguna reforma posterior y aspira a ulteriores y deseables rehabilitaciones, que, de momento, se han reducido a poco más que la campana.
la recién restaurada campana. |
estado actual exterior de las ruinas. |
Más próximo a nuestros intereses mundanos y pireneístas, cabe también señalar la visita de Lucien Briet, el excelso trovador de Ordesa, Mascún y otras maravillas de nuestros queridos montes. Briet citó la existencia de muchos exvotos colgados en las paredes de la cueva y comentó, tanto la reverencia de los lugareños hacia la ermita como su fe en las propiedades curativas de las aguas del entorno, incluida la exigua cascada casi permanente que adorna este rincón privilegiado, a donde se celebra una romería el último domingo de mayo.
la pequeña edificación exterior esconde una gran bóveda de sorprendente tamaño. |
Todos los datos consignados provienen de fuentes oscenses acreditadas, por lo que los doy por correctos aun sin contrastar demasiado.
justo delante de la ermita cae desde lo alto un hilillo de agua... |
...cuyas salpicaduras heladas tiñen de blanco el entorno. |
No existe otra vía de acceso que la utilizada por los romeros, incluida una mínima variante para eludir los escarpes del Paso dera Biñeta, a costa de remontar un desnivel superior y dar un pequeño rodeo. Esta variante, conocida como Senda de los burros, supone una más que interesante alternativa para el regreso, dado que aporta nuevas perspectivas. En cualquier caso, el camino parte de San Julián de Banzo y está bien señalizado; utiliza enseguida el propio cauce seco del barranco, el cual se abandona en un paraje denominado Puerta del Cierzo. Muy pronto se hace sentir una cuesta pronunciada a través del frondoso encinar que puebla un vallejo paralelo al barranco, hasta las proximidades del collado de San Salvador; aquí es donde deberemos optar por el escabroso Paso dera Biñeta, equipado con una linea de vida y barandillas, o la Senda de los burros. En todo caso, sea cual sea la variante escogida, pronto llegaremos al collado, desde donde la vista resulta espectacular; a un lado, las peñas conocidas como Alpargatas de San Martín; enfrente, el flanco vertical que defiende la Peña de Lenases; abajo, hacia la derecha, se adivina el recodo de la ermita. Pero ahora toca bajar de nuevo al cauce del barranco, del que nos habíamos apartado en la Puerta del Cierzo. Solo unos minutos a través de una ladera empinada; pero aquellos viajeros proclives al vértigo y que optaron por la Senda delos burros, no lo pasarán nada bien en este obligatorio descenso, también equipado con cable. Una vez en el fondo y tras remontar el barranco durante escasos metros, nos sorprenderá el encuentro con las ruinas, en un espectacular “fin del mundo” sobre el que se descuelga un tenue hilo de agua.
el camino es ya original desde su comienzo. |
entre las carrascas se asciende hacia el Paso dera Biñeta. |
paredones que cierran el barranco bajo la Peña Lenases. Toca bajar al fondo... |
...donde se esconde la singular ermita. |
el collado de San Salvador desde la Senda de los Burros. |
merece la pena regresar por la Senda de los Burros: se abren las perspectivas. |
He afirmado que no existe otra vía de acceso a la ermita que la ya reseñada. Hay otra posibilidad, pero únicamente de salida: por más que en su día lo intenté en acenso, nunca llegué muy lejos. Por supuesto, me estoy refiriendo al magnífico barranco, uno de los más atractivos de Guara (aunque, más propiamente, habría que hablar aquí de la Sierra de la Gabardiella). Sin embargo, es de advertir que en la actualidad está prohibido el descenso, así como el del interesante barranco de Lenases, afluente por la margen derecha. Curiosamente, no es visible ningún cartel de advertencia en este sentido, pues el único existente, en el Collado de San Salvador, hace solo referencia a restricciones temporales en la escalada. Hace algunas décadas intenté remontar la rambla, por encima de la Puerta del Cierzo. Tras un pequeño resalte y dos también mínimos saltos, me detuvo una marmita de obligado baño. Exigua y poco profunda, como podría comprobar años más tarde. También lo intenté en pleno invierno, armado de crampones y piolet, convencido de que unas temperaturas extremas en la Olla de Huesca, habrían congelado el agua del barranco. Pues no. Sea por culpa de un caprichoso microclima, sea por la circulación acuática subterránea, el barranco de San Martín no se congela. Media vuelta, pues. Por fin una Semana Santa me encontré aguas abajo de la ermita, incluso pertrechado con maza y clavos además de la imprescindible cuerda, dispuesto a realizar el descenso deportivo de un barranco “posible todo el año” según cierta guía. Bien, ciertamente es posible, desde luego. Pero desaconsejable en invierno. De verdad. Rápel inicial de doce metros (el más largo); o salgo o me sacan. Enseguida otro, en el que intentó una diagonal sobre roca resbaladiza para apartarme de la caída de agua. Vano intento; pierdo pie y nada me libra del consabido remojón. Vaya; a pesar de que el día anterior ha llovido bastante, hay tan poca agua que solo me ha cubierto hasta los tobillos, amén de alguna que otra salpicadura bajo la cascadilla. Sucesión de toboganes y pequeños resaltes, magnífico descenso; para disfrutar... ¡menos mal que ha salido buen día!, aunque en el fondo del barranco, los rayos solares se extravían: el sol nunca bebe aquí. Obviamente, no me preocupa evitar pequeños charcos, ya con los pies empapados. Un nuevo y precioso rápel; los ojos aspiran a perderse en el idílico ambiente que me rodea, pero mejor salir de aquí antes de que el frío haga estragos. Por suerte, por encima de las rodillas estoy bastante seco. Vale; intuyo la proximidad de los últimos saltos, que ya conozco en ascenso y sé cómo resolverlos sin cuerda. ¿Y qué me encuentro justo antes? ¡Una badina infranqueable! Apenas cuatro o cinco metros, paredes resbaladizas, ningún emplazamiento a la vista para montar el rápel o meter uno de esos clavos que previsoramente llevo... Esto se puede resolver en oposición, reflexiono; los pies en una pared y las manos en la otra, hasta donde pueda llegar... pues no muy lejos, la verdad; quizá me faltó un poco más de fe. Baño. De inmediato, otra badina similar, La reconozco, es la última. Así que no me lo pienso, arrojo al agua la inservible cuerda y detrás voy yo. Nuevo chapuzón. Como unos segundos antes, el agua solamente me llega al pecho. Destrepo rápidamente el muro restante y... ¡a correr! Me esperan unos largos minutos de activo ejercicio y un vehículo en el que poner la calefacción al máximo. El barranco de San Martín de la Bal d'Onsera es un rincón con encanto. Con gélido encanto, a veces.
El decreto del Gobierno de Aragón 133/1996 cita textualmente: "No podrá realizarse la actividad del barranquismo en el barranco de San Martín en el tramo comprendido en los cien metros aguas abajo de la ermita de San Martín de la Val de Onsera" Parece, pues, que el tramo prohibido se limitaría a esos cien metros. Por otra parte, en un decreto posterior, 204/2014 de 2 de diciembre, no está clara la restricción (el cauce del barranco es justo el límite de la ZUL 3) que, en todo caso, sería únicamente efectiva entre los meses de diciembre y junio. Sin embargo, el borroso mapa que acompaña al decreto parece incluir la cabecera del barranco dentro de la zona "de tranquilidad" y, por tanto, de prohibición absoluta. Un nuevo decreto, del 8 de febrero de 2016, hace únicamente referencia a la escalada; en el mapa, la zona de "tranquilidad" (y prohibición de toda actividad) parece dejar fuera al barranco de San Martín en su totalidad.
el sol nada sabe de esta rambla sombría. |
nunca falta agua bajo los cantos rodados del angosto cauce. |
desembocadura del barranco de Lenases. |
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