
Pero, ¿qué es eso de un glaciar rocoso? Pues resulta que existen glaciares “blancos”, “negros” y... ¡rocosos! Con los primeros estamos familiarizados y son los más típicos: un extenso campo de hielo —ya más bien bien chiquito en nuestros queridos Pirineos—, casi todo el año cubierto de nieve y que se desplaza por su propio peso, lo cual forma fantásticas —y antaño peligrosas— grietas. ¿Quién no ha visto y pisado uno?... pues también es verdad que cada estío resulta más difícil, ¿no? En fin, que, a veces, las piedras que caen encima del hielo lo hacen en tal cantidad que terminan por ocultarlo: ya tenemos un glaciar negro. Pero un glaciar rocoso es otra cosa, ¿vale? Realmente, suelen formarse a partir de un glaciar negro que evoluciona a rocoso cuando su núcleo acaba por convertirse en una masa de clastos (léase pedruscos) de todo tipo y condición, junto con gravas y arena, todo ello cementado con hielo. Se consideran activos cuando existe desplazamiento de la masa, como en cualquier otro glaciar; de otra forma, se trataría de fósiles relictos o camino de transformarse en una acumulación de piedras de lo más rústico.
Por cierto, uno de los casos más sobresalientes es el que aparece en el Midi d' Ossau: quienes han tenido la suerte de tentar el Midi por su vía normal desde el refugio de Pombie, recordarán haber atravesado un enojoso caos de rocas, la Gran Railliere, próximo al refugio. Pues bien, tal aglomeración pétrea divisada a vista de dron —léase por los antiguos “a vista de pájaro”— dibuja unos curiosos arcos lobulados que lo atraviesan de lado a lado con riguroso paralelismo. Parece evidente que tales formaciones responden a la migración del roquedo camino del fondo del valle como si de un fluido se tratare. Por supuesto, aquí ya no queda hielo ni glaciar que se precie, aunque quizá lo hubiera no hace tantos años, en la Pequeña Edad del Hielo. Esto último viene a cuento porque se aventura la posibilidad de que el glaciar rocoso de las Argualas se formase precisamente entonces, secuela de un primigenio glaciar negro.
Sin embargo, todo lo relativo a los glaciares rocosos tan solo ha sido estudiado muy recientemente, a partir de los años ochenta del siglo pasado, así que hipótesis y preguntas abundan mas que las respuestas.

Bien, el glaciar rocoso de Argualas ha sido muy estudiado en la última década del siglo XX, estableciéndose su desplazamiento en una media anual en su eje axial en torno a 32 centímetros durante ese periodo, cuando también sufrió una pérdida de grosor de hasta 10 centímetros anuales en la raíz y 5 en el frente. Para establecer estos movimientos, así como para un mejor conocimiento de la dinámica glaciar, se instalaron varillas de auscultación topográfica, complementadas con otras técnicas como el sondeo eléctrico y los registros térmicos. El glaciar tiene una longitud de 750 metros y un ancho de 400, ocupando una superficie de 35 hectáreas, con su cabecera por encima de los 2.700 metros de altitud; presenta una estructura interna en tres capas: en la base, un cuerpo sedimentario descongelado que varía entre 2 y 4 metros de espesor y que desaparece en el frente; por encima, un estrato helado de 10 a 20 metros de espesor, sobre la cual reposa la lámina activa superior, también entre 2 y 4 metros. En total, un máximo de 23 metros. El adelgazamiento del cuerpo glaciar se debe esencialmente a la fusión, con una mínima pérdida derivada del estiramiento en el sector central, en tanto que en el frente, que forma un talud de 40º, apenas hay reducción de grosor; en todo caso, la dinámica del glaciar es sumamente compleja. Como dato curioso, cabe aducir que estos glaciares resisten el calentamiento global mejor que los blancos, pues el espesor de la capa superior supone un buen aislante que compensa la mayor absorción del calor solar por parte de la roca.


En épocas geológicas pretéritas el glaciarismo estuvo relativamente más desarrollado en los Pirineos que en otras montañas ubicadas mas al norte, precisamente a causa de una elevadísima innivación, mientras que en latitudes más elevadas el propio frío y el océano congelado la moderaban. Pero también ha habido épocas muy recientes en las que no quedó rastro de hielo en la cordillera: al parecer, ni Anibal ni sus elefantes tuvieron el menor problema con la nieve en su incursión contra Roma. Por el contrario, a partir del siglo XVII toda Europa sufrió un severo enfriamiento climático, responsable de que nosotros hayamos conocido el hielo que aún permanece en los Pirineos. De momento, lo único que perdura desde los albores históricos es la capacidad del circo Algas-Garmo Negro para proveer de clastos al glaciar. Munición no faltará, desde luego, lo que, por lo demás, supone un grave inconveniente para redondear nuestra incursión por este curioso glaciar con la ascensión a cualquiera de las dos cimas que lo escoltan: resulta especialmente atractiva la cresta noroeste de Garmo Negro, de escasa dificultad técnica, pero sumamente delicada por la calidad de la roca. La gemela en el Algas aún tiene peor aspecto. En cambio, de haber elegido Sallent como punto de partida, podríamos rodear por el oeste la cresta que desciende del Algas y alcanzar la cumbre sin problemas; además, podremos pisar otro muy pequeño glaciar rocoso, apenas una lenteja, bajo el pico de Cerrez. Claro, que en tal caso, también tendremos que regresar por el mismo camino.