Vías Pirineos de dificultad media, [escalada PD, AD, D (IIº/IVº, máx. Vº)]. Vivencias de montaña. Rincones desconocidos o escasamente divulgados. Y alguna que otra reflexión

martes, 30 de abril de 2013

Bucuesa, cresta occidental

en rojo, ruta seguida; en amarillo sector omitido; verde variante entrada; a la derecha, vías de descenso.

No queda en nuestros queridos Pirineos ninguna cima virgen que se precie; tampoco abundan las vertientes y crestas sin hollar. Pero todavía existen muchos rincones de los cuales tan apenas se ha divulgado información y donde aún es posible trazar empresas presididas por la aventura; ignotos retiros que brindan un amplio espacio para la sorpresa. Salvando las distancias, nuestras vivencias serán en tales casos afines a las que experimentaron aquellos ilustres pioneros cuando abrían una tras otra todas las primicias de la cadena.

el pico de Bucuesa desde los Campaniles de Ip
Inmerso en tan seductoras reflexiones, proyecté un asalto al Pico de Bucuesa, en el circo de Ip, por su cresterío occidental; una propuesta que, a priori, entrañaba cierto interés por suponer una vía directa a esta sugestiva cumbre, tanto más en cuanto que los rodeos que impone la vía normal y sus variantes a través de la cresta sur, ostentan un aspecto poco apetecible e incluso entrañan el tránsito por un terreno despiadado y, ciertamente, no exento de peligro, colmado de inestables pedregales colgados sobre laderas muy expuestas.

el Dedo de Bucuesa y gendarme de la cresta
Lamento reconocer que no pude alcanzar una victoria plena encadenando la travesía íntegra de la cresta, la cual me opuso un obstáculo infranqueable, que tal vez explique el porqué del silencio que rodea a este inexplorado acceso al pico de Bucuesa. Tal cumbre se alza apoyada en tres vastos lomos a modo de trípode, con los flancos muy escarpados, especialmente el que mira al norte. Precisamente sobre esta vertiente noroccidental se desarrolla la audaz vía abierta por Jesús y Enrique Vallés en octubre de 1977 (D+), en tanto que se debe a los Ravier la travesía de la cresta norte-sur. Por lo que se refiere al lomo oeste, que ahora nos ocupa, tiene en planta forma de T: la cresta, agarmonada, se estrecha en un pequeño cuello, con su brecha consiguiente, antes de expandirse en un muro perpendicular y casi vertical, por el que debuta la ascensión. Un poco más allá, como una prolongación natural de la cresta, se encuentra el Dedo, curioso promontorio unido al muro por una no menos curiosa serie de gendarmes. Realmente apenas merece la pena coronar este escarpado risco, erigido en tan sorprendente como espantosa roca de hojaldre, plagada de escamas superpuestas; siempre muy frágil y poco de fiar, esta roca tan pronto presenta una placa lisa y desprovista de presas, como expone unos flancos desgarrados cuyas lentejuelas se desmenuzan entre los dedos. No es muy buena idea ascender al Dedo previendo un inmejorable balcón para dilucidar los puntos flacos de la cresta: el sol tiene la costumbre de salir por el este, justo al otro lado del pico, dejando a contraluz todo el itinerario. Como presumiblemente el sol no cambiará de hábitos y esta situación se prolonga durante buena parte de las mañanas estivales, resulta ingrato recurrir a semejante punto de observación.

el muro inicial y su prolongación en la cresta occidental
Desde Canfranc, se precisan tres horas para alcanzar la presuntamente ecológica presa del ibón de Ip, sea por el tradicional camino de la Solana o por el recientemente recuperado de la Balsera, en la margen izquierda del barranco. Necesitaremos otra hora suplementaria para llegar a las inmediaciones del colladito que separa el Dedo del muro inicial de la cresta occidental. Esta pared, de unas decenas de metros parece practicable por diversos puntos, aunque el más lógico parte del propio collado, en la vertical de un pino, excelente punto de reunión (IIIº/IVº). ¿Pino? Sí, eso es: una conífera solitaria y audaz, emplazada a 2.500 metros en plena pared, desafiando con singular coraje las leyes de la naturaleza y los rigores de un hábitat imposible. Cuando el 7 de agosto de 2012 ataqué este resalte, tras algunos escarceos con sus bloques disjuntos, decidí abandonar después de constatar que no disponía de tiempo suficiente para ganar la cima y regresar a la hora prevista, máxime cuando no existe cobertura telefónica en todo el trayecto (salvo en la propia cumbre y con cierta dificultad) para comunicar un más que probable retraso. No obstante, sí tuve oportunidad para visitar el Dedo, mediante un marcado corredor orientado hacia Los Cuchillares que, en realidad, resultó particularmente incómodo. Para impenitentes curiosos, es de reseñar que el mejor acceso se encuentra por el oeste, rodeando las primeras barreras, aunque nada nos evitará lidiar cerca de la cumbre con un calcáreo que se desbarata entre las manos. Atención a esta característica de la roca, omnipresente en toda la cresta occidental del Pico de Bucuesa, con la excepción del muro inicial y del resalte final.

perfil de la cresta occidental
Una semana más tarde, el 14 de agosto, torné al mismo escenario. En esta ocasión opté por afrontar el muro un poco por debajo del collado, sobre unas rocas teñidas de rojo (IIIº). Poco después la dificultad se reduce, sobre una sucesión de repisas fáciles hasta un corto paso vertical (IVº+) que antecede a lo que se vislumbra como una fácil chimenea progresivamente tumbada. De repente, la calidad de la roca empeora con brusquedad, en tanto que las presas se desvanecen como por ensalmo: es la versión lisa del hojaldre ya aludido. Intento instalar un punto de seguro, pero tan solo consigo introducir un precario fisurero, a todas luces insuficiente como reunión. Renuncio, pues, a su falsa seguridad y prosigo hacia arriba con decisión, sin dejar de pensar que es muy imprudente apostar con demasiada frecuencia contra la ley de la probabilidad. Más arriba, el horroroso hojaldre reaparece, con toda su virulencia, si bien ahora el avance es muy fácil hasta una pequeña brecha, justo la que marca el estrangulamiento de la cresta. Advierto allí decepcionado que la progresión está obstruida por un mogote vertical, incluso extraplomado en su zócalo, por supuesto integrado por esta pésima roca. No advierto puntos débiles en las inmediaciones y desciendo frustrado por la canal que parte de la misma brecha (cuerda prescindible).

la brecha imposible
No ha podido ser, aunque se adivina una dudosa posibilidad mediante un pequeño rodeo por las rocas de la derecha (presumiría que mínimo IVº y en esta roca tan temible). Ya que esta vez dispongo de tiempo suficiente, decido conquistar la cima por su poco atractiva vía normal, pero no tardaré mucho en cambiar de opinión, para retornar a la cresta a través de un roquedo acogedor, un poco por encima del punto en que interrumpí la ascensión. La cresta se presenta muy fácil hasta un empinado resalte intermedio que corta toda su vertiente meridional, dominando una enorme placa lisa poco inclinada. Aunque parece posible rodear el escarpe por la vertiente opuesta, ello implicaría una incómoda y expuesta travesía más complicada de lo que aparenta; por el contrario, el risco se deja vencer con facilidad por el filo de la arista (IIIº-), por más que la calidad de la roca demande una atención constante: en esta ascensión, las apariencias engañan y, así como lo fácil deviene problemático, también lo inabordable puede tornarse muy accesible.

el pico de Bucuesa desde Peña Nebera; a la izquierda el perfil de la cresta
Por encima de este muro intermedio, no existen obstáculos dignos de mención hasta el erguido castillo culminante. Aunque tranquiliza observar numerosas cornisas y terracillas, líneas de fuga tanto hacia la cresta norte como hacia la vía normal que proviene del collado con Los Cuchillares, no será preciso aprovecharlas, pues el asalto directo no solo es factible, sino recomendable. Y divertido, además, en una roca que mejora ostensiblemente (IIIº, con diversas opciones posibles que en ningún caso superen el IIº).

en rojo, ruta seguida; en amarillo sector omitido; verde variante entrada;
a la derecha, vías de descenso.
En cuanto al descenso, la historia carece de enjundia, si bien no de cierto riesgo; es preciso iniciarlo mirando a la Partacua para, tras perder una decena de metros, buscar hacia la derecha las cornisas por las que eludir los escarpes verticales que defienden la cima. Ya en plena cresta, es practicable el descenso hasta el collado de Los Cuchillares y, desde éste, tomar una no muy complicada chimenea, pero quizá sea mejor alternativa descender hacia el oeste sobre la inclinada vertiente, con tendencia a la derecha, hasta una vaga canal por la que se accede a las pedreras que circundan la base del pico. Ambas opciones carecen de dificultad técnica pero se muestran muy delicadas dada la extrema inestabilidad del suelo, muy pendiente y sembrado de minúsculas lascas, material de derribo con el que la erosión terminará por allanar nuestras adoradas montañas. Por fortuna, para eso, aún falta mucho tiempo.

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