Vías Pirineos de dificultad media, [escalada PD, AD, D (IIº/IVº, máx. Vº)]. Vivencias de montaña. Rincones desconocidos o escasamente divulgados. Y alguna que otra reflexión

lunes, 11 de febrero de 2013

De bichos y bichas en el monte.

Al hilo del comentario de Jesús Vallés, donde menciona su entrañable encuentro y posterior rescate de dos perros en las nieves heladas del Riguelo, me ha venido a la cabeza un suceso no tan simpático pero tan inusitado como aquel.

Morata de Jalón, sector del Almendro. Vía situada hacia la izquierda y que transcurre por una sucesión de placas sensiblemente verticales. Asciendo una decena de metros y me dispongo a superar el escudo central mediante una bella aunque corta baravesa; la placa está escindida por una fisurilla horizontal de un par de centímetros, excelente presa donde caben todas las falanges de la mano izquierda.

Bien porque sea preciso o fuere por cualquier otra razón que no alcanzo a recordar, mis ojos preceden a las puntas de mis dedos, prestos a encajarse en la providencial y codiciada fisura. Y mis ojos divisan justo a tiempo a una inquilina de la grieta, plácidamente recostada en su soleado fondo.

Me mira. La miro. Contemplo sus ojos fijos en mí... son redondos. ¡Uf! No se trata de las pupilas verticales de una víbora, pero... ¿Cómo ha podido llegar la bicha hasta aquí?

Pues solo cabe imaginar  alguna galería interior excavada en la roca. Lo cierto es que, desde entonces, más de una vez me he sorprendido escudriñando el interior de una presa en forma de agujero, antes de posar mis manos en ella.

Y, ya puestos, recuerdo otra ocasión en un paraje muy popular y concurrido, en un muro surcado por pequeñas oquedades y nichos horizontales sobre el que pensaba ejercitar alguna trepadilla, me topé con otro reptil descansando sobre una pequeña plataforma, a poco más de un metro del suelo. Y en esta ocasión, sí se trataba de una víbora.

Aparte de todo esto, he tenido un par de encuentros con jabalíes, ¡es increíble el ruido que llega a armar una manada en movimiento!, sin mayores consecuencias que el mutuo susto, pero el único bicho que ha intentado agredirme sin previa provocación ha sido... una vaca.

Todo esto, cuando se ha conocido el ataque por parte de un jabalí a un muchacho que realizaba una travesía con raquetas por el Parque Posset-Maladetas.

4 comentarios:

  1. Ya que las culebras te dieron un buen susto en Morata, te voy a contar yo otro gran susto que pasé en mi primer intento de escalar las Paredes Negras, allá por el año 1972. Fui con un compañero del instituto y comencé a ganar altura por la vía "original" (por donde ahora se baja en rapel).
    Estaba en una repisa a unos 25 metros de altura cuando mi amigo se dirigió en voz lo más baja que pudo con estas palabras: pist, pist,
    "Jesús, mira lo que tienes encima de tí"
    Levanté la vista y sentí una poderosa sensación de pánico. Unos doce o quince metros sobre mi cabeza había un enjambre de abejas.
    ¡Ostía! Ricardo, descuélgame, corre, despacio, venga...
    Y sin hacer ruido, acojonado total, descendí sin mirar hacia arriba y tras unos dos o tres minutos que se me hicieron eternos, puse el pie en el suelo. Una vez desatado, recuperamos suavemente la cuerda y abandonamos el lugar.
    Volvimos varios meses más tarde. Las abejas ya no estaban, se vé que el sitio no sería de su agrado. Y entonces ya pudimos escalar aquella hermosa pared.
    Jesús Vallés

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  2. También recuerdo algún incidente con abejas y también en Morata, en el macizo de Alí, enredando sin cuerda a escasos metros del suelo (escasos pero suficientes). No fue un enjambre, sino media docena, dos de las cuales la tomaron conmigo. Por suerte solo fueron dos aguijones los que se clavaron en mi nuca y no fueron tan dolorosos como para hacerme caer... Como decía nuestro añorado Morandeira, anda suelto mucho animal por el monte. Claro, que él no aludía exactamente a bichitos.

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  3. Ah, muy buenos vuestros encuentros con los "auténticos propietarios del monte"... A mí me pasó algo parecido en el barranco de Mascún, cuando cogíamos té de roca con la familia, allá por los setenta: al amparo de una matita, estaba el bichito enroscado bien quietecito... Era oscuro y pequeño, pero no me quedé para preguntarle si era viborilla o culebrilla... Eso sí: el corazón se me puso a cien...

    Alberto Martínez

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  4. Está claro que esto de los bichos da más de sí de lo que cabía suponer. Si nos ceñimos a las bichas, las más bonitas las he encontrado en Vadiello (verdiamarilla, o sea, ¡totalmente negra!), la más grande en el Balneario de Panticosa (gigantesca y en el mismísimo paseo del ibón) y la más inusitada, la ya descrita, en Morata.

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